LA HABANA, CUBA.- Cuando usted le pregunta a María Elena, 79 años, maestra jubilada, qué come y cómo logra llegar a fin de mes con una miserable pensión de 1,528 pesos, el equivalente a cuatro dólares y cincuenta centavos, la anciana busca en un desvencijado gavetero la libreta donde anota sus gastos y antes de responder.
María Elena
“Para un jubilado cubano es un milagro sobrevivir a la crisis económica y la imparable inflación. Soy viuda, mi esposo falleció hace dos años, y no tengo familiares o amigos en el extranjero que me compre comida o me envíe dólares. Mis tres hijos me dan dinero, no todo lo que quisieran porque también están pasando trabajo”, dice María Elena, mientras abre la libreta y repasa sus cuentas.
“De electricidad pago como promedio 300 pesos mensuales. Que para el consumo en Cuba es poco. Tengo tres electrodomésticos: una batidora, arrocera y una olla reina. Dos ventiladores, uno en la sala y otro en el cuarto. Y una ducha eléctrica artesanal con calentador que me regaló uno de mis hijos, pero que hace mucho tiempo no uso para ahorrar electricidad.
“El resto de mi chequera, 1,200 pesos, se va en comida. Gasto entre 200 y 250 pesos en comprar la famosa 'canasta básica' de la que alardea el gobierno, consistente en 7 libras de arroz, 4 libras de azúcar, 10 gramos de chícharos o frijoles negros, un paquetico de cien gramos de café mezclado y cuatro cajas de cigarros que revendo a 150 pesos cada una. Eso es en la bodega, en la carnicería, también por la libreta de racionamiento, cinco huevos, una libra de pollo, que hace dos meses no llega, y a veces, media libra de una jamonada asquerosa. En la panadería, cuando hay harina, un panecito diario y mal elaborado.
“Comiendo pequeñas raciones, como si fuera una prisionera, las siete libras de arroz que dan por la libreta me alcanzan solo para dos semanas. Los chícharos o frijoles suelo hacerlos los domingos. El gran problema de casi todos los cubanos es con qué acompañamos el arroz. Como la proteína ni está ni se le espera, el resto de mi pensión después de pagar la electricidad, el agua, gas de la calle y los mandados, unos 700 pesos, lo gasto en comprar un poco de viandas y hortalizas.
“Hace cinco años que no desayuno, me tomo un vaso de agua del tiempo. Leí en algún sitio que es bueno para la salud. El almuerzo es un pan con tomate o con una pasta que hago con ají y pepino. Cuando se me acaba el arroz, por la tarde como fufú de plátano. Con los 600 pesos de los cigarros, en una Mipyme compro dos libras de picadillo de pollo a 280 pesos cada una, 560 pesos en total. Con ese picadillo preparo croquetas, medallones o hamburguesas. Con el dinero que me dan mis hijos compro frutas y trato de guardar algo, por si me enfermo y tengo que comprar medicinas, que están carísimas en el mercado negro.
“Aunque más o menos almuerzo y ceno, siempre me quedo con hambre. Ya olvidé la última vez que un bistec de res, un buen pescado o unos camarones. o un buen pescado. Para ahorrar electricidad mantengo apagada casi todas las luces de la casa. Mi única distracción era navegar por las redes sociales con un teléfono móvil que me regaló uno de mis hijos. Pero se le rompió la batería y ahora el único entretenimiento es escuchar la radio y ver la novela en la televisión. Las autoridades alegan que no soy ‘vulnerable’ y no tengo derecho a una ayuda de la asistencia social porque tengo tres hijos. Olvidan que en Cuba los que trabajan para el Estado tampoco les alcanza el dinero. Soy graduada de magisterio, he estado 40 años trabajando y enseñando a las futuras generaciones para al final de mi vida pasar muchísimas necesidades. Por su suerte tengo una casa decente".
Luisa
La vida en Cuba es muy dura para los ancianos, jubilados o no, y para los trabajadores asalariados, como Luisa, ingeniera, quien en su tiempo libre vende ropas y perfumes piratas importados de Panamá. Es madre soltera de dos hijos varones de 15 y 18 años. Su salario de 14 mil pesos (equivalente a 41 dólares en el mercados informal) es de los mejores en el sector estatal.
“Pero no me alcanza. Mis dos hijos siempre tienen un hambre voraz. Tengo que esconder la comida, se lo quieren comer todo en un día. Con mi sueldo compro diez libras de picadillo pollo que son 3 mil pesos; dos paquetes de diez libras de pollo a 3,400 pesos cada uno, 6,800 en total. Con el resto del dinero pagó los mandados de la bodega. El arroz me dura una semana. En la calle compro huevos, viandas, vegetales y frutas. Con las ganancias en la venta de ropa a veces compró carne de puerco.
“Al mes gasto alrededor de tres mil pesos comprar bolsas de panes. En mi trabajo no dan almuerzo, si no una merienda, que suele ser un refresco y un pan con mortadella, que cuando llego a la casa lo divido en dos para los muchachos, que a esa hora están hambrientos. Por las tardes cocino arroz, picadillo de pollo o una tortilla de un huevo, y los domingos un bistec de cerdo o un pedazo de pollo, ensalada de tomate y col o pepino. Yo hago una sola comida y no como pan, se los dejo a mis hijos. Ellos hace rato que no toman leche ni yogurt. Cobro los días 10 y 30 de cada mes. Trato de planificarme, pero es imposible. Todo el dinero se me va en comida, pagar luz, gas, agua y recargarles los celulares a mis hijos.
“Comprar ropa y calzado es otro dolor de cabeza del que poco se habla. Siempre estoy endeudada, le debo dinero a las veinte mil vírgenes. Hace dos meses les compré dos pares de zapatos, dos pantalones y dos pulóvers que me costaron 28 mil pesos. Hace más de seis años que no me compro nada, ando con ropa y tenis viejos. Los muchachos no salen a pasear solos o con sus noviecitas. En cualquier bar privado se gastan de 15 a 20 mil pesos. He llenado la planilla del sorteo de visa a Estados Unidos y quisiera que en el futuro estudien en el extranjero. En este país no hay quien viva”.
Raudel
Raudel, estibador en el puerto de La Habana, confiesa que jamás había pasado tanto trabajo. “Incluso en el Período Especial resolvía comida. Pero ahora el pitcheo es al duro y sin guante. En el puerto siempre habido mecánicas (formas de conseguir cosas), pero ya apenas llegan barcos. Hay como diez buques merodeando la bahía hace más de un mes y no acaban de recibir el permiso para descargar porque esta gente (el régimen) no tiene divisas para pagarles.
“Lo peor no es la crisis económica, es que el gobierno no tiene ninguna estrategia. Cumplí 69 años y debiera estar jubilado. Pero tengo que estar arriba del caballo para mantener a la familia. El mes pasado compré una ristra de cebolla morada en mil pesos. Ahora cuesta mil quinientos pesos. Así pasa con todo: la carne de puerco, el azúcar o la leche en polvo. Una botella de aceite subió de 600 pesos a mil o 1,200. Vivimos para comer lo que se pueda o se encuentre, como los animales. Es estresante. Todo el dinero se va en comida y los gastos de electricidad y otras facturas. La mayoría de las familias no dispone de tiempo libre, no puede ir a un hotel en Varadero o tomarse unas cervezas con su pareja en un cabaret. Una vida de penurias, sacrificios malas noticias”, asevera Raudel.
El dólar en Cuba marca la diferencia entre vivir muy mal a vivir con cierto desahogo. Que tampoco es para tirar cohetes. Pero los que reciben remesas o reciben alimentos del exterior, pueden desayunar, almorzar y comer. Todo un lujo en la Isla. Para el resto, probablemente un 60 por ciento de la población, cuando el peso se devalúa se acentúa su pobreza. Y el dólar se revaloriza cada semana.