ESPECIAL
@DesdeLaHabana
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LA HABANA.- La trompeta del jazzista estadounidense Louis Armstrong está en ebullición en Cuba. El moderno equipo de audio de un centro nocturno al oeste de La Habana recoge los tonos más cálidos del monstruo de New Orleans, mientras interpretaba Hello, ¡Dolly!, con su banda All Stars de seis instrumentos.
Armstrong se desata a cantar con su voz gutural y Joel Castillo, 37 años, mueve la cabeza al compás de la melodía y bebe sin prisa un doble de ron a la roca que le pagó un turista canadiense acompañado de tres muchachas probablemente jineteras.
Es sábado por la noche en La Habana. Además del canadiense y las jóvenes, hay dos señoras mayores de edad y tres tipos que en silencio beben una jarra de cerveza, no hay nadie más. En algún momento, Castillo fue un músico de jazz prometedor que soñaba tocar en los carnavales de New Orleans. Aun lo cree posible, pero de momento, es pincha disco y con la música de fondo acompaña al cantante Héctor Téllez.
Nacido en 1945 en Placetas, en la otrora provincia de Las Villas, Téllez se inició como cantante y guitarrista a los 13 años, con el trío Venus de Santa Clara. Cuando se radicó en La Habana formó parte de otro trío, Voces de Oro, y después integraría el cuarteto Los Memes, con Farah María, Miguel Ángel Piña y Meme Solís. Pese a su corta existencia (1964-1969), Los Memes fueron uno de los cuartetos cubanos más famosos. Como solista, Héctor alcanzaría popularidad por sus presentaciones en programas radiales y televisivos y cabarés de toda la isla.
Ahora, con 78 años, Téllez intenta conectar con el escaso público que habla en voz alta y no despega su vista de la pantalla de sus celulares. Solo las dos señoras mayores entornan los ojos y corean el estribillo de sus boleros. Entre los artistas que esa noche actuaron se encontraba una soprano desempleada, un vocalista de Los Sampling, grupo creado en 1989 por seis estudiantes de música que cantaban a capela, y el trovador Ray Fernández, admirador del gobierno de Miguel Díaz-Canel.
El turista canadiense le regala 20 dólares a la soprano, que guarda el billete en el escote de su vestido. Un parraquiano le da dinero a Téllez y al trovador le paga dos dobles de ron.
“Es una pena que los músicos, algunos talentosos, tengan que estar pidiendo tragos y pasando el cepillo. La crisis económica que hay en Cuba repercute en todas las esferas. Excepto Silvio Rodríguez y algunas agrupaciones, el resto de los músicos cubanos sobrevivimos cantando en bares y centros nocturnos. Héctor Téllez debería estar cuidando a sus nietos, con una pensión que le permitiera vivir con decoro. Pero tiene que cantar hasta en cuatro lugares diferentes la misma noche para ganar un poco de plata. A la mayoría de los jóvenes en Cuba no les gusta la trova, el jazz ni el bolero. Solo el reguetón. Si no consigues un contrato en el extranjero, te mueres de hambre”, comentó Ray Fernández.
Niorvis, un camagüeyano que desde 2013 reside en La Habana, durante 15 o 16 horas diarias conduce un microbús de doce plazas conocido como 'gacela'. “Descanso un día a la semana. Trabajo con un acompañante, que es el encargado de cobrar el pasaje. De las 8 de la mañana a las 5 de la tarde tenemos que cobrar de cinco a 15 pesos, según los tramos. Pero después de esa hora comienza a regir la ley de oferta y demanda. Es cuando podemos ganar más dinero”, señaló Niorvis.
Y detalló las condiciones leoninas impuestas por la cooperativa de transporte. “El carro es arrendado. Si tienes un garaje o un lugar protegido, puedes quedarte con la 'gacela' y duerme en la casa. Todos los gastos los tenemos que sufragar nosotros, desde comprar piezas de repuesto hasta el mantenimiento. El Estado lo único que nos da es el derecho a comprar combustible. Y para conseguirlo, tienes que dispararte tremendas colas o pagar 600 pesos (24 dólares al cambio oficial) por cada litro de petróleo”.
En un día bueno, Niorvis puede ganar, después de separar los gastos e impuestos, hasta 4.000 pesos (160 dólares al cambio oficial). "Pero hay que trabajar de sol a sol y lo que ganas se te va como agua cuando compras comida o resuelves problemas cotidianos”, confesó.
Marianela, abogada en una notaría habanera, afirmó que "el estrés para buscarse unos pesos está matando a mucha gente. Doy gracias a Dios que tengo un puesto de trabajo codiciado y gano bastante dinero, hasta 200 dólares en una jornada, con las coimas y regalos de clientes boyantes. Pero el dinero se evapora enseguida. Hace menos de un mes vendí 400 dólares que tenía ahorrado, equivalentes a 78.000 pesos en el mercado informal, y en dos semanas los gasté comprando comida y pagando a la profesora que repasa a mis dos hijos. Nada de lujos”.
El sábado 3 de junio, mientras la prensa estatal agasajaba al dictador Raúl Castro por su 92 cumpleaños, Lidia, ama de casa, en una caja de madera trataba de buscar guayabas que no estuvieran podridas. En la Plaza Roja de La Víbora, al sur de capital, varios camiones de la era soviética descargaron viandas, y en varios tenderetes improvisados vendieron vino seco y entrepanes a altos precios, como si estuvieran en Qatar.
“Es una falta de respeto. Las guayabas estaban apolismadas o medias podridas. Las viandas igual. Lo mejorcito que pude comprar fue un racimo de plátanos verdes. Los mandamases se llenan la boca diciendo que venden a precios más asequibles, pero la mala calidad es espantosa. Es una burla que el mismo día del cumpleaños de Raúl al pueblo le hubieran vendido costillas de res sin carne y con mal olor. Los barrigones que mandan en Cuba se comen la carne y le venden los huesos a la gente. Qué asco de gobierno”, se quejó Lidia.
La aguda crisis económica y la bestial inflación provocan que el precio de los alimentos aumente por mes. La carestía va más allá de la comida.
Alberto, ingeniero, destaca que “mientras el gobierno vive del cuento, publicitando un país que no existe y exaltando a Raúl Castro, un militar que no combatió en ninguna batalla importante, el pueblo sufre las consecuencias del desabastecimiento. En la isla quien gobierna es el General No Hay, o sea no hay transporte, no hay comida y, por no haber, no hay ni dinero en los cajeros".
Pasada las once de la noche, el cantante Héctor Téllez se sienta a un costado de la cantina y de su desgastada guayabera negra saca un puñado de billetes. Mientras cuenta el dinero, apura su trago de ron. “Maestro, la noche ha estado mala”, le dijo el gerente. Héctor intentó sonreír. Un mohín contrariado se le dibuja en el rostro. Carga la guitarra al hombro y se va con su música a otra parte.