MIAMI.- Además de cabalístico, el número 13 se convirtió en un número que representa dolor para los cubanos. Este 13 de julio se conmemoran 26 años del hundimiento del remolcador 13 de Marzo, uno de los hechos más atroces que se le atribuyen al régimen de la isla.
La embarcación en la que huían 72 personas en busca de libertad en la madrugada del 13 de julio de 1994 fue atacada con potentes chorros lanzados desde una embarcación que salió al encuentro del remolcador, en cumplimiento de órdenes de las autoridades cubanas, hasta lograr que la nave cargada de isleños zozobrara a siete millas de las costas de La Habana. El resultado de la acción dejó 37 muertos, 10 de los cuales eran niños.
Jorge García, escritor y activista que perdió a 14 de sus familiares tras la brutal operación del régimen, asegura que a pesar del paso de los años “el crimen” sigue tan presente en su mente que “no hay día que no piense en todas las víctimas” que dejó ese hecho, presentado por las autoridades cubanas “como un accidente”.
El comienzo de la tragedia
García recuerda que el escape de la isla se había pospuesto tres veces por diversas razones. La meta de todos los que se sumarían a “esa peligrosa aventura” era llegar a la Florida, Estados Unidos, para tratar de mejorar las condiciones de vida, deplorables para esa fecha en que la población padecía los efectos del llamado “período especial”, una severa crisis de hambruna y desabastecimiento que el país enfrentó tras la desaparación de los subsidios procedentes del campo socialista que habían sostenido esa economía durante años.
Fidencio Ramel Prieto Hernández, cuñado de García, encabezaba la expedición. Era el jefe de operaciones del puerto de La Habana y podía tener acceso a una embarcación para cristalizar el anhelo de las 72 personas.
Según el relato de García, “esa noche un grupo se reunió en mi casa y de ahí salieron a encontrarse con los otros en el puerto de La Habana, donde estaba el 13 de Marzo, un remolcador de 25 metros de largo”.
García rememora que el ómnibus que los llevaría hasta el sitio donde abordarían el remolcador era conducido por su primo “Felo”, quien sumó al plan a su esposa, al tío de su esposa y a su pequeña Giselle. “El plan estaba hecho y nada debía fallar”, dijo.
A punto de emprender el viaje, García relata que se acercó a su hijo Joel en la puerta de su casa en La Habana, y le dijo unas palabras de las que todavía se arrepiente: “Nos vemos en la eternidad”.
A partir de ese momento —cuenta entre lágrimas—, su vida ha sido “un calvario”, a tal punto que dice sentirse “muerto en vida” o “como algo parecido a un duende que deambula por las calles de Miami, con una cruz a cuestas”.
Su nieto, hijo de María Victoria García, su hija, también sigue vivo en su memoria. “Juan Mario me dijo muy alegre que me iba a traer un pescado bien grande para que me lo comiera yo solo. ¡Qué nietecito! Era mi primer nieto, una gran ilusión en mi vida”, recuerda mostrando unos ojos enrojecidos.
El ataque
Testimonios de algunos sobrevivientes del denunciado crimen dan cuenta de que el zarpe se produjo al promediar las 3 de la mañana, a unos 300 metros de la capitanía del puerto habanero.
“El plan se había hecho muy bien y era un viaje seguro porque de lo contrario no hubiera permitido que viajaran nuestros niños”, acotó García.
Casi de inmediato, los siete tripulantes de la embarcación, quienes también laboraban en el terminal y se habían sumado a la travesía, se percataron de que estaban siendo seguidos por dos de los tres remolcadores tipo Polargo que participaron en la operación de hundimiento.
El ataque contra el remolcador 13 de Marzo comenzó a la altura del Castillo del Morro, cuando los Polargos dispararon sus potentes chorros de agua.
Según García, “estos asesinos disparaban las ráfagas contra todas las personas que pedían clemencia en cubierta, sin importarles que fueran mujeres con niños de brazos o personas mayores”.
Para el escritor, que cada vez que cuenta esta historia genera lágrimas entre quienes la escuchan, la embarcación ocupada por cubanos “que buscaban su libertad” zozobró “no por accidente como lo quiso mostrar el mismo Fidel Castro”, sino porque fue embestida “con alevosía”, por los remolcadores Polargo 2, Polargo 3 y Polargo 5.
Su relato es concluyente: “La actuación despiadada de estas bestias con ropaje castrense los llevó a disparar chorros de agua a presión sobre los cuerpecitos de los niños que pedían clemencia, que viajaban abrazados a sus madres”.
Y agrega: “Los potentes cañonazos de agua a alta presión, que impactaron a la embarcación desde varias direcciones, continuaron durante unos 45 minutos. Estas eran personas que iban desarmadas. A esos asesinos no les bastaron las súplicas de esas mujeres y esos niños, que alzaban los brazos pidiendo auxilio a gritos”.
La noticia
García y su esposa no pudieron conciliar el sueño. “La radio oficial dio la noticia muy temprano sobre el robo de una embarcación en el puerto y mi esposa quedó en shock; las piernas le temblaban. Yo le dije que a diario estaban robando embarcaciones para poder huir de Cuba, intentando calmarla”, afirmó.
Al filo de las 11 de la mañana —recuerda—, “llegó un carro encubierto de la Seguridad del Estado, con un oficial de grado mayor, que venía con un médico y mi hija, que estaba toda destruida”.
Las noticias no eran alentadoras. “Cuando yo veo a mi hija con la cabellera llena de grasa, pensé que había ocurrido un accidente con el ómnibus. Pregunté por mi hijo Joel y me dijo que había muerto. Y así fui preguntando por cada uno de mis familiares. Su respuesta fue la misma: murieron”, relató.
En ese momento, según el testimonio del escritor, “a mi mujer le dio un ataque y empezó a gritar”. El oficial de la Seguridad del Estado se fue “porque la situación con nosotros y los vecinos que empezaron a llegar se podían salir de control”.
Fue en ese instante que, dijo, “decidí cargar mi cruz y buscar justicia para mis muertos, que nunca me los devolvieron. Su cementerio es el mar”.
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