Especial
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LA HABANA.- Un pasquín chabacano, pegado en el cristal de una panadería-dulcería estatal en el Reparto Sevillano, en el sur de La Habana, anunciaba el lugar y hora decididos para la reunión de vecinos donde elegirían al candidato a delegado de la circunscripción [demarcación en los vecindarios].
A las ocho de la noche, el presidente del Comité de Defensa de la Revolución, (CDR), organización que en cada cuadra lo mismo vigila a un disidente que recoge frascos de cristal destinados a materia prima, en alta voz convocaba a los vecinos.
“Compañeros, recuerden que hoy es la reunión para elegir al candidato. A las ocho y media, en el portal de la bodega. No falten”. Varios niños se encargaban de tocar puerta por puerta.
El presidente del CDR intenta convencer a una vecina. “No puedo ir a esa reunión, no tengo tiempo. Mira qué hora es y todavía no he hecho la comida”, replica la mujer.
“Eso es matando y salando. Ya a la hora de la novela (culebrones que en Cuba tienen más poder de convocatoria que la política) seguro que hemos terminado. Si no puedes ir, mira ver si tu mamá o alguno de tus hermanos puede asistir”, le propone, rogando un favor.
El dirigente de la organización, mayor de edad, no es un fanático ideológico ni un intransigente. Sabe que cada vez menos la gente confía en las instituciones estatales y en sus líderes. Pero él tiene una función que cumplir.
Con veinte minutos de retraso arranca la asamblea. Asisten alrededor de veinte personas, menos del 30 por ciento de los vecinos del barrio. Los funcionarios de la mesa intercambian criterios en voz baja.
Según lo establecido, debiera asistir el 50 por ciento de los vecinos. Pero en la Cuba de 2017, las normas están sujetadas con alfileres. “Estamos cansados de tanta muela [retórica política]. Uno viene por cumplir una formalidad, porque ningún delegado que elijamos aquí va a resolver nada”, expresa un tipo desgarbado.
Aunque los vecinos no lo notan, dos o tres agentes de la contrainteligencia [aparato represivo de la Policía política] del municipio Diez de Octubre fiscalizan la asamblea a pesar que en el barrio no reside ningún opositor. Pero varias agrupaciones disidentes, ilegales para el régimen, ha declarado que postularán candidatos. Y la policía política está 'en pie de guerra'.
En la reunión de la calle San Miguel no hubo contratiempos. En veinticinco minutos los vecinos eligieron al delegado y luego se marcharon a sus casas, a ver la telenovela.
Nadie levantó la mano y se quejó de los salideros de agua que llevan quince años sin repararse. Tampoco protestaron por la mala calidad del pan, la escasez de medicamentos o de los mil y un problemas que afectan a la comunidad.
Después de casi sesenta años de dictadura, los cubanos se han aprendido las reglas de juego. El gobierno hace cómo si existiera una democracia y los ciudadanos, sin abrir la boca, levantan las manos y cumplen con el trámite.
La mayoría de los residentes en Cuba saben que en el país no se practica la democracia. Y que solo existen determinados mecanismos aceitados que aparentan ser democráticos. Ese silencio y esa indiferencia les viene como anillo al dedo a la autocracia y le permite pregonar 'el apoyo del pueblo a la revolución’.
Pero la realidad es más compleja. Cuando la gente está fuera de la puesta en escena oficial, suele ser más franca. DIARIO LAS AMÉRICAS le preguntó a 20 personas, de los dos sexos y en las edades comprendidas entre los 17 y 71 años, si confían en el Poder Popular y las instituciones gubernamentales.
Dieciocho respondieron que no. “Nos han mentido tanto y prometido tantas cosas que jamás cumplieron, que cuando supuestamente dicen la verdad, a uno le queda la duda”, confesó un encuestado. Diecisiete dijeron que veían al gobierno como una casta de intocables y quince afirmaron que sus opiniones y criterios nunca se tienen en cuenta.
“Todo viene masticado desde el poder. En el caso de un documento, la única opción de la gente es aparentar que lo ha estudiado y a la hora de aprobarlo, alza la mano sin entrar en debates ni cuestionamientos. El gobierno en Cuba es de ordeno y mando. Un régimen militar. En la Isla, el pueblo se debe a sus gobernantes, cuando es lo contrario. El compromiso siempre ha sido con Fidel, Raúl, el partido y la revolución. Todo lo que se salga de ese libreto, sea autónomo o liberal, las autoridades lo marcan con la letra escarlata de 'contrarrevolucionario', lo acusan de socavar el poder, es enjuiciado y enviado a prisión”, expresa Carlos, sociólogo.
El absolutismo es tan eficaz, que Cuba es la única nación del hemisferio occidental donde la oposición al régimen es ilegal. Hablar de prensa libre, fundar otro partido o sugerir una constituyente que elabore una nueva Carta Magna, es un delito punible que puede ser sancionado con hasta veinte años de cárcel por la Ley 88 o Ley Mordaza, vigente desde febrero de 1999.
Esa ilusión que el gobierno llama 'democracia', cada vez tiene más fisuras. Si usted charla con hombres y mujeres en las calles habaneras, escuchará opiniones francas, criticas subidas de tono a los mandarines verde olivo y con sinceridad le dirán que aspiran a un cambio económico, político y social palpable y no reformas cosméticas.
En los viejos taxi colectivos, los pasajeros chismorrean sobre esa otra Cuba. Comentan sus deseos de emigrar o cuentan la que se armó en Arroyo Naranjo porque una opositora pretendía postularse.
Es tan intolerante el régimen que con el hecho de que un disidente pudiera resultar electo en una circunscripción, que se valen de cualquier método para acosar, amenazar e impedir esa elección, transgrediendo sus propias normas legales.
En este juego a la democracia implementado en Cuba, el vencedor es el gobierno y sus amanuenses amaestrados, legitimadores del paripé. También, los izquierdosos de Europa, Estados Unidos y América Latina, que utilizan como bandera 'el apoyo popular a la revolución cubana'.
Pero quien en realidad pierde es el pueblo. Que no tiene ni voz, ni medios, ni poderes para empoderar una genuina democracia. Olvídense del afinado marketing político de la prensa oficial y sus adláteres: Cuba está más cerca de la monarquía comunista de Corea del Norte que de una democracia participativa como la de Suiza. No lo duden.