lunes 9  de  septiembre 2024
SEMANA SANTA

Flagelantes, una tradición de sangre y dolor en el Caribe colombiano

El Viernes Santo los penitentes se autoinfligen dolor golpeando su espalda con bolas de parafina, mientras que los 'picadores' realizan pequeñas incisiones para que corra la sangre

Alexánder Medina M.
Especial

BARRANQUILLA (COLOMBIA).- Las penitencias de sangre y dolor de los flagelantes de Santo Tomás, una población ubicada en la Costa Atlántica colombiana, regresaron este Viernes Santo por la calle de La Amargura, después de dos años de pandemia.

Esta práctica de más de 200 años de tradición en esta población del departamento del Atlántico (1.013 km de Bogotá), había sido suspendida por las restricciones de la pandemia y se reanudó este 2022 con más devoción.

La llamada calle de La Ciénaga o calle de La Amargura vio nuevamente el ritual medieval, que no tiene la aprobación de la Iglesia católica en Colombia. Una vez más se observó el paso lento de quienes hacen parte de esta procesión ancestral.

Los que hacen el recorrido, con el propósito de pagar una manda (promesa), se azotan hasta sacar sangre de sus cuerpos, buscando alcanzar un milagro o para dar gracias por un favor recibido.

Como ya es tradición, los penitentes llegan de diferentes pueblos del Atlántico y otras ciudades de Colombia; unos provenientes de Barranquilla, Bogotá, Medellín, o municipios cercanos como Sabanagrande, Palmar de Varela y Polonuevo.

Los protagonistas de esta polémica tradición recurren a la autolaceración para simular el viacrucis de Jesucristo, con lo que buscan el perdón de sus pecados o la cura de enfermedades.

El sacrificio inicia muy temprano en el caño Las Palomas, un viejo camino destapado en donde la arena se convierte en el reflejo ardiente de la fuerte temperatura del sol caribe.

Es considerado un verdadero calvario porque los penitentes hacen el recorrido, descalzos, con el torso desnudo y una frágil falda blanca que decoran con pequeñas cruces negras, que en el transcurso del camino es teñida de sangre, producto de los golpes de la “disciplina”, como se denomina el látigo elaborado con cabuyas (cuerdas) que en su extremo tiene siete bolas de parafina.

Los penitentes llevan sus rostros cubiertos por un velo blanco, que no deja ver el dolor que se autoinfligen. El camino es caluroso, van a paso lento, orando, soportando el dolor, pero sin derramar lágrimas.

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Con los azotes que se propinan se coagula la sangre, y quienes los acompañan (picadores) realizan pequeñas incisiones con filosas cuchillas para dejar correr la sangre, al mismo tiempo que desinfectan las heridas con chorros de alcohol que rocían sobre la piel maltratada.

La tradición indica que son siete pasos hacia adelante y tres hacia atrás. Los castigos con el látigo o “disciplina” deben ser de izquierda a derecha. Los golpes se propinan en la parte baja de la espalda y en un recorrido de más de dos kilómetros el flagelante visita siete cruces ubicadas a lo largo del camino, donde al llegar a cada cruz se arrodillan para rezar un credo.

Los experimentados picadores revelan que son siete incisiones, en siete cruces, para representar las siete frases pronunciadas por Jesucristo en el momento de su calvario.

Después del recorrido, cuya duración aproximada es de dos horas, el penitente ya no siente dolor, según cuentan.

Al momento de finalizar el pago de su manda en la capilla de la Vieja Cruz, muchos vuelven a prometer que seguirán el próximo año. Lo hacen año tras año. Algunos llevan hasta tres décadas pagando dolorosas promesas, otros como César Eliécer Bocanegra, ya terminaron en el 2022 su deuda religiosa.

César se flageló por su esposa

"Con este llevo tres años, mi esposa era enfermiza, todo se me cumplió", dijo César, quien fue uno de los 30 penitentes en participar en el tradicional ritual.

El municipio se llena de visitantes, miles de curiosos turistas se dan cita cada Viernes Santo para ver este desfile de dolor. Se ubican a lo largo de la calle, observan el paso de los penitentes cuando se inflige el castigo.

En Santo Tomás no hay únicamente flagelantes, además existen otras modalidades para pagar las promesas, que igualmente son dolorosas.

Las mujeres practican el llamado “Brazo de la amargura”, que consiste en amarrar uno de sus brazos estirados a una estructura de madera, mientras sostienen una copa de vino. No debe derramarse ni una sola gota del líquido.

En otra modalidad de penitentes, algunos jóvenes vestidos de nazareno cargan pesadas cruces de madera con una corona de espinas.

Mientras los penitentes viven su viacrucis, en el pueblo pululan las ventas de comida, refrescos y hasta licor a pesar de la Ley Seca que impone la Alcaldía.

Hay música que no es religiosa y todo un derroche popular que es criticado por muchos católicos.

De manera paralela la Iglesia católica realiza sus actos oficiales.

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Historia

El historiador tomasino Pedro Badillo Noriega cuenta que la costumbre de los flagelantes llega a este municipio caribeño, proveniente de Europa.

Primero se establece en América Latina en la época de la colonia a través de la catequización a los indígenas. Inicialmente en México, luego Nicaragua para posteriormente penetrar en Suramérica.

Uno de estos pueblos que acogió la dolorosa tradición fue Santo Tomás. Aunque el municipio en el departamento del Atlántico donde se flagelaron por primera vez fue Malambo, ubicado a pocos kilómetros de Santo Tomás, sobre la vía Oriental del Atlántico.

“En el año de 1773, el padre Agustino Sebastián Balocco llegó a Santo Tomás y se calcula que a partir de ese año implantó la práctica de los flagelantes en Santo Tomás”, cuenta el historiador Badillo Noriega.

No se tiene una fecha exacta, pero sí hay versiones que señalan que para esa época un señor llamado Tomas Berrío y un compañero de él, Tomas Manotas, fueron los primeros en flagelarse.

En ese entonces se tenía la aprobación de la Iglesia católica. Las mandas o paga de promesas fueron aprobadas desde 1563 en Europa.

Posteriormente, la Iglesia católica en el Concilio Vaticano Segundo entre el año 1962 y 1965, cuestionó estas prácticas públicas bajo el argumento de que se atenta contra el cuerpo humano y se pone en peligro la salud.

“En este momento los penitentes no se pueden prohibir, porque la Constitución Política de Colombia no lo permite por el desarrollo de la libre personalidad, considerado como un derecho fundamental”, sostuvo el historiador consultado.

La sangrienta costumbre se ha mantenido y todo indica que se quedará por muchos años más a través de las nuevas generaciones.

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