MANAGUA.- JOSUÉ BRAVO
Especial
Transcurridos 36 años, los contrarios al sandinismo de Ortega de nuevo en el poder, le llaman a este proceso de sueños como la revolución perdida. “Fue una revolución muy bella, lo que pasa es que fue traicionada”, lo que hay ahora “es una dictadura familiar de Daniel Ortega. Eso no fue lo que apoyamos nosotros”, sostuvo el poeta, sacerdote y Ministro de Cultura en la década revolucionaria, Ernesto Cardenal
MANAGUA.- JOSUÉ BRAVO
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Desde que Rosario Murillo asumió la organización de las conmemoraciones en cada aniversario de la revolución sandinista hace más de una década, tales actos se han vuelto todo un acontecimiento, una pomposa parafernalia que combina el lenguaje de símbolos, formas y colores sicodélicos con el populismo, la opulencia y el derroche de la familia gobernante.
Los gigantescos 'Árboles de la Vida' que adornan Managua. (ARCHIVO)
La celebración de este domingo 19 de julio tendrá la novedad de más “árboles de la vida” multicolores, flanqueando las principales tarimas de los actos a orillas del lago de Managua, la capital de Nicaragua, como muestra del derroche populista que tiene adormecida a las asas nicaragüenses.
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Estas extravagantes arbolatas, que para algunos constituye una mala copia de una obra del pintor simbolista austríaco Gustav Klimt en 1909 o se asemejan a una réplica de otra pintura del excéntrico artista australiano Timothy Parish, conocido por su arte sicodélico y chamánico; los llamados árboles de vida son enormes estructuras metálicas de más de 20 metros de altura que le pasan una enorme factura al erario público por su alto costo.
En un país que apenas subsiste
En realidad son una enorme afrenta para un país empobrecido que a duras penas subsiste, pero además la muestra del abismal contraste de aquella revolución cargada con jóvenes idealistas que se ganó el corazón del pueblo a lucha de sangre y fuego para derrocar la temida dictadura de los Somoza.
Aquel 19 de julio de 1979 culminó la lucha armada contra los Somoza que habían gobernado bajo la bota militar a Nicaragua durante más de cuatro décadas. La histórica entrada a Managua de miles de combatientes que lucharon por la libertad representó un hito.
La euforia de una multitud copó la que se convertiría desde ese momento en la Plaza de la Revolución, ubicada entre el Teatro Nacional Rubén Darío y la Catedral de Managua, en el viejo centro histórico de esta ciudad. Las imágenes quedaron congeladas para la historia.
Un vendedor ambulante cruza frente a un afiche con la imagen del fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Managua. (EFE)
El período revolucionario
La guerra contra los Somoza había dejado unos 50.000 muertos y desde ese momento gobernó el país la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional. El período revolucionario terminó en el país con la derrota electoral del Gobierno sandinista en 1990, con una Nicaragua en bancarrota, bloqueo económico y decenas de miles de muertes a causa de una guerra contra el primer Gobierno de Daniel Ortega, financiada por Estados Unidos.
La revolución llegó a Nicaragua con la esperanza de liberación, cambio social y democratización. Después de 10 años de revolución, guerra de agresión y guerra civil, el 25 de febrero de 1990 el sandinismo fue derrotado en un proceso electoral. Posteriormente el Gobierno de Violeta Barrios negoció el desmontaje del modelo revolucionario, implementándose un programa de reformas neoliberales que prevalece hasta hoy.
“Revolución traicionada”, dice Ernesto Cardenal
Transcurridos 36 años, los contrarios al sandinismo de Ortega de nuevo en el poder, le llaman a este proceso de sueños como la revolución perdida. “Fue una revolución muy bella, lo que pasa es que fue traicionada”, lo que hay ahora “es una dictadura familiar de Daniel Ortega. Eso no fue lo que apoyamos nosotros”, sostuvo el poeta, sacerdote y Ministro de Cultura en la década revolucionaria, Ernesto Cardenal.
“No me arrepiento de haber apoyado” ese proceso, afirmó a inicios de año a la prensa extranjera Cardenal, un fuerte crítico del líder sandinista, cuya imagen dio vuelta al mundo en 1983 cuando el fallecido papa Juan Pablo II lo amonestó y sancionó en público por apoyar la revolución.
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“Fue la fiesta de un pueblo que en sus 500 años de historia nunca había tenido algo similar”, recuerda Cardenal en su libro “La Revolución perdida” (2004); ha dicho el también pintor y escultor sobre la revolución sandinista.
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“Ya no hay FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional)” sino un partido “electorero que ha puesto en el poder de nuevo a Ortega”, le ha dado “todos los poderes del país” y lo está “enriqueciendo fabulosamente”, dice sobre su excompañero de lucha.
La celebración de esta gesta histórica es la principal muestra del giro revolucionario de Ortega y su entorno. Una revolución que muchos llaman de tarimas enfloradas, con predominio de color rosado, los sellos y símbolos que solo Murillo puede interpretar, un sandinismo empresarial en su cúpula que tiene adormecido a las clases populares que aún sueña, guiada por la propaganda populista, en la tierra prometida.
El despilfarro de Rosario Murillo
Los actos revolucionarios y los oficiales del Gobierno, llevan el sello personal de Murillo que no se aparta del despilfarro. Las enormes tarimas llenas de colores y símbolos, son adornadas con yerberas, margaritas, aves del paraíso y los lirios muchas veces importados desde Costa Rica.
Todo un espectáculo montado como muestra del poder, el mismo que engrandece a los pobres del mundo pero que consume aguas Perrier importadas desde Francia y reservados para gente con alto poder adquisitivo, viaja en carros Mercedes Benz, tiene un portafolio de empresas, canales de televisión, radios; y maneja el destino del país a su conveniencia.
Una opulencia que abruma en la propaganda oficial, con mega rótulos instalados por todo el país, de color fucsia con la imagen de Ortega sonriente y con el puño alzado, con leyendas como “Arriba los pobres del Mundo”, “El Pueblo Presidente”, “Bendecidos, Prosperados y en Victoria”, “Viva la Revolución”, “(Nicaragua) Cristiana, Socialista y Solidaria” o “Cumplirle al Pueblo es Cumplirle a Dios”.
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Una “revolución” que predica amor y paz, cristianismo, socialismo y solidaridad; pero que en la práctica se muestra intolerante a las formas de disentir, que reprime y reparte garrote a quienes se manifiestan contra su sistema.
El prestigioso periodista nicaragüense Carlos Fernando Chamorro, sostiene que en Nicaragua se ha instalado un proceso de regresión autoritaria encabezado por un nuevo FSLN, privatizado por Daniel Ortega y Rosario Murillo, mientras las instituciones estatales como el Consejo Supremo Electoral o el Ejército Nacional que antes parecían conquistas irreversibles, han sucumbido a la cooptación del caudillismo.
“El nuevo régimen de Ortega, en proceso de consolidación, se presenta como una versión del “socialismo del siglo XXI”, cobijado bajo los símbolos rojinegros de Sandino (héroe guerrillero de Nicaragua) y la revolución sandinista”, escribió el periodista en la conferencia “Archiving the Central American Revolutions”, organizado por el Centro de Estudios Latinoamericanos (LILLAS) de la Universidad de Texas en Austin , el 19 de Febrero 2014.
Un hombre cruza frente a una venta de camisetas adornada con las fotografías de diferentes líderes de izquierda en Managua.
El gobernante partido Frente Sandinista se prepara para las celebraciones del triunfo de la revolución. (EFE)
“Pero su trayectoria en estos años no representa un proyecto de cambio revolucionario o de reformas sociales. Por el contrario, revela la conformación de un régimen corporativista en alianza con el gran capital nacional e internacional, que ejerce un alto grado de control social sobre importantes grupos organizados de la población, sindicatos, cooperativas, y jóvenes”, añadió.
Para Chamorro, en lo político el gobierno actúa como un régimen autoritario de ordeno y mando, que invoca la democracia directa pero no admite ningún contrapeso o sistema democrático de rendición de cuentas. “Un régimen centralizador del poder que se maneja con un estilo extremadamente personalista. Esta es quizás su principal debilidad a corto plazo”, explica.
En lo económico, continúa, es un modelo pro negocios privados en una economía de mercado tutelada por el Fondo Monetario Internacional. Su particularidad ha sido la privatización de la cooperación venezolana, que representa más de 3.300 millones de dólares entre 2007 y 2013, manejados de forma discrecional fuera del presupuesto. Esto le ha permitido a Ortega, sin tener que recurrir a una verdadera reforma fiscal que afecte la alianza con los empresarios, disponer de fondos para financiar programas gubernamentales, pero también para desviarlos hacia actividades partidarias y la creación de un emporio económico privado de negocios familiares al margen de toda supervisión estatal.
En lo social, el régimen impulsa una política asistencialista de transferencias directas y expansión de la cobertura de algunos servicios públicos, a través de mecanismos de participación que promueven el clientelismo político, anulando cualquier iniciativa de gestión de derechos y promoción de ciudadanía.
Y en el ámbito internacional, de acuerdo con Chamorro, el régimen mantiene una retórica antimperialista, mientras colabora con la política de EEUU en los temas de seguridad, drogas y comercio. Y al mismo tiempo, mantiene un alineamiento con las políticas del ALBA y un acercamiento con Rusia, y ahora con China al otorgar a un empresario chino una concesión obscenamente lesiva a la soberanía nacional para promover el megaproyecto del canal interoceánico.
“En lo ideológico, el régimen invoca una retórica revolucionaria, pero practica el culto a la personalidad en torno a Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, cobijados por un mesianismo religioso ultra conservador”, sostiene.
A estas tendencias estructurales, se agregan la reforma constitucional y la reforma al Código Militar, hace más de un año, que despejan el camino para el continuismo y la reelección presidencial indefinida, con el sometimiento de las instituciones armadas a la voluntad política del caudillo.
“De esta manera el régimen empieza a asemejarse al de Somoza que fue derrocado por la revolución de 1979, por lo que a Daniel Ortega le calzaría muy bien aquella frase de Marx en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” cuando dijo que “algunos personajes de la historia aparecen dos veces, primero como tragedia y después como farsa””, dice.
Estas mutaciones han consolidado el liderazgo familiar de Ortega, según la excomandante sandinista, Mónica Baltodano. La celebración del 36 aniversario de la caída de Somoza será una muestra más de esa revolución convertida en rosa, en la Nicaragua de Daniel Ortega, el país de los pobres, de las necesidades y falta de empleo.
No es para menos. El gobierno quiere evitar sucesos como el ocurrido en la celebración pasada, cuando varios simpatizantes sandinistas fallecieron producto de ráfagas detonadas por aquellos descontentos que no comulgan con el sistema de la familia en el poder.