LA HABANA.- Las peores calamidades del socialismo que nos encasquetaron, en un principio con maña y más tarde con alevosía, no están ahora mismo ni en las calles mugrientas, ni en las peloteras que se arman en las tiendas para comprar lo que venga, ni en los remedos de barracones que proliferan en los barrios, donde se agolpa la miseria y el dolor profundo de la desesperanza: la mayor carga de quebrantos se localiza en la red carcelaria esparcida a lo largo y ancho de la Isla de Cuba.
Sí, hablo de Kilo 8, Boniato, Agüica, Taco Taco, el Combinado de Guantánamo y tantas otras prisiones, la mayoría construidas en los 62 años de revolución. Fueron concebidas para garantizar el aborregamiento del pueblo y la permanencia del modelo creado con los manuales del marxismo-leninismo y las añadiduras de un puñado de sátrapas criollos con sus alardes humanistas, su prontuario de consignas y la capacidad de desarrollar la economía, de manera espectacular, en las planas de los periódicos y en los noticiarios, reseña CubaNet
Detrás de las atalayas con guardias armados y los altos muros que terminan en enredaderas de alambres punzantes, miles de vidas se apagan entre el hambre, el hacinamiento, la falta de agua, el calor, los mosquitos y la violencia.
En esas geografías conviven asesinos e inocentes. Gentes que merecen estar ahí por la naturaleza de sus delitos y otros lanzados al rigor del sufrimiento a gran escala, solo por haberse manifestado pública y pacíficamente contra el régimen repartir ejemplares de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la calle o colgar vídeos críticos en Facebook.
Convertirse en huésped de esos círculos del infierno es puro trámite. Basta asomar la cabeza fuera del redil para convertirse en un hereje y penar por ello. Lo mismo da, alguien que es sorprendido vendiendo sin licencia una mano de plátano burro que quien le pone precio a su esfuerzo por trasladar cubos de agua de un solar a otro.
Ir a la cárcel es muy fácil en los dominios de una dictadura que cuenta con la venia de mundo y medio, incluida la gran prensa, que se limita a coberturas marcadas por la superficialidad y el acomodo a una perspectiva que resalta logros cuestionables y oculta realidades deprimentes. En muy esporádicas ocasiones aparece un atisbo de objetividad, pero sin mayores trascendencias.
Con los azotes del coronavirus desde marzo del pasado año la situación dentro de los centros penitenciarios se torna implacablemente trágica: sin visitas familiares ni conyugales, menos comida, más hacinamiento y, por lógica, más violencia, tanto entre reos como la ejercida por los carceleros.
Recuerdo las anécdotas cuando estuve recluido en el Combinado de Guantánamo, en el 2003, sobre los presos que padecían diversas enfermedades a causa de la severa desnutrición durante el llamado Período Especial en Tiempos de Paz, decretado en la primera mitad de los 90 de la pasada centuria, tras el cese de las multimillonarias ayudas provenientes del campo socialista. Los detalles rememoraban los desmayos y las muertes por hambruna. El beriberi hizo estragos en aquella época y, a mi modesto entender, no solo en las prisiones. En pocos meses el hambre se extendió por todo el país obligando a ingerir gatos, palomas mensajeras, cáscaras de plátanos y hasta tiñosas.
En los tiempos que corren el ambiente es similar. Las carencias alimentarias avanzan sin pausas y a un ritmo que apunta a una tragedia de incalculables consecuencias. Cada vez es más difícil llevar algo a la mesa. Comer tres veces al día como Dios manda es para miles de familias una utopía. No es descartable que buena parte de los decesos se produzcan por razones asociadas a una deficiente alimentación.
¿Y qué de la habitual precariedad de los presos? ¿Cuántas morirán de hambre o quedarán con secuelas de por vida por una dieta mucho más escasa que de costumbre?
Al menos nos queda el consuelo que parte de ese cuadro siniestro se reflejará en las redes sociales. La amnistía y el desbloqueo interno para potenciar la economía serían lo ideal, pero nada eso aparece en el horizonte. Son ideas a la espera de materializarse en un futuro incierto.
FUENTE: CubaNet