MANAGUA.-EFE
En un artículo de opinión, el exvicepresidente Sergio Ramírez considera que el régimen confía en su alianza con la empresa privada y en que Estados Unidos no ve en Ortega ninguna amenaza real para sus intereses de seguridad hemisférica
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Las elecciones de noviembre en Nicaragua, en las que Daniel Ortega busca su cuarto mandato y tercero consecutivo, "no serán de verdad" porque no hay candidatos creíbles de oposición.
Así lo valoró este jueves el escritor, novelista y exvicepresidente de Nicaragua, Sergio Ramírez, en un artículo de opinión que compartió a través de su red social.
"Nos encaminamos en Nicaragua hacia unas elecciones presidenciales que no lo serán de verdad, desde luego que todo ha sido decidido de antemano para que el comandante Ortega las gane por tercera vez consecutiva", anotó Ramírez, quien fue vicepresidente de Nicaragua de 1985 a 1990, cuando Ortega gobernó por primera vez.
"No hay candidatos creíbles de oposición, porque los que lo eran fueron eliminados de la contienda a través de una orden de la Corte Suprema de Justicia que el Consejo Supremo Electoral acató el mismo día, de manera concertada", apuntó.
Una reciente decisión de la Corte Suprema, controlada por magistrados afines al Gobierno, dejó sin opciones de ir a la contienda electoral a la principal coalición opositora que lideraba el Partido Liberal Independiente (PLI), con 24 de los 91 diputados de la Asamblea legislativa, por medio de dos fallos judiciales.
El proceso se realizará sin observadores internacionales, que han sido declarados non gratos por el mismo Ortega; sin un aparato electoral mínimamente creíble, dominado por el partido de Gobierno, y con el tejido institucional del país en harapos, y lo que queda de él sometido a una voluntad omnímoda y omnipresente, continuó el escritor.
Por tanto, para Ramírez, quien actualmente se encuentra distanciado de la política, las únicas demostraciones de campaña electoral serán las del candidato oficial, "con todos los recursos del Estado a disposición".
"Un partido prácticamente único, compitiendo en un espacio único, lo que en buen nicaragüense se suele llamar 'pelea de tigre suelto contra burro amarrado'", señaló.
Ramírez observó que la cúpula gobernante se siente segura y confiada, cuenta con una base organizada y bajo control, y con un efectivo e incondicional cuerpo de represión policial.
Mientras, del otro lado, la oposición se encuentra diezmada o ilegalizada, y hay suficientes "partidos" dispuestos a participar en el juego electoral a cambio de curules y otras prebendas, como es ya tradición en Nicaragua desde los tiempos de la dictadura de la familia Somoza (1937-1979), añadió.
Según Ramírez, el régimen confía también en su alianza con la empresa privada y en que Estados Unidos no ve en Ortega ninguna amenaza real para sus intereses de seguridad hemisférica.
"El modelo de supresión democrática en Nicaragua no choca de ninguna manera con la vieja tesis de Washington de que lo que más importa a la hora de enfocar las políticas hacia América Latina, es la estabilidad, que existe hasta que el volcán estalla. Pero no hay movimientos sísmicos que indiquen que algo semejante esté por pasar", valoró.
Bajo ese escenario, según Ramírez, los votos "están contados de antemano". "Es como si las elecciones de noviembre de este año ya hubieran ocurrido", matizó.
Daniel Ortega, exguerrillero sandinista, que gobernó Nicaragua de 1985 a 1990 y coordinó una junta de reconstrucción de 1979 a 1985, retornó al poder en enero de 2007 tras haber ganado con el 38% de los votos las elecciones de noviembre de 2006 frente a dos fuerzas liberales divididas.
En las elecciones de 2011, pese a que la Constitución lo prohibía, Ortega fue reelegido con 62.45% de los votos después de una cuestionada candidatura y una jornada electoral plagada de denuncias de irregularidades.
Ahora la última modificación constitucional, refrendada en 2014, establece la reelección presidencial indefinida, y la posibilidad de elegir al presidente en primera vuelta y con mayoría simple de votos.
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