jueves 21  de  marzo 2024
POBREZA

Vivir en la calle, una historia cotidiana en Sao Paulo

"El número, cada día, es enorme. Son hombres, mujeres, niños, familias enteras viniendo para la calle. Es una situación terrible"

La pequeña Alana persigue a un cachorro mientras su madre, Mónica Silva França, sacude un colchón viejo dentro de su nuevo "hogar", construido con una lona negra sobre coches de reciclaje en la calle. Sin dinero para pagar el alquiler, hicieron suya una plaza en el corazón de Sao Paulo.

Hace una semana la dueña de la habitación donde vivían, en el centro de la capital económica de Latinoamérica, les duplicó el precio del hospedaje. Entre techo y comida, Mónica prefirió que sus tres niñas, de doce, nueve y dos años, se acostaran sin hambre.

"¿Vamos a vivir pagando sólo la casa? No nos llenamos la barriga, ¿verdad?", cuestiona la mujer, de 33 años, en la Plaza República, adonde regresa todas las noches tras vender material reciclable con el que se gana la vida.

La de ellas es una historia que se multiplica en las calles de la metrópoli, una selva de concreto y rascacielos de 12 millones de habitantes, donde el aumento del desempleo por el impacto económico de la pandemia y el alto costo de las viviendas hizo que muchas familias se quedaran sin techo, según expertos.

Sin cifras oficiales, oenegés alertan que la pandemia intensificó el aumento de personas que viven en la calle y provocó un cambio respecto al perfil tradicional de esa población: más familias, más mujeres con niños.

"El aumento (de la cantidad) de personas que están llegando a las calles por primera vez ha sido muy fuerte", explica Kelseny Medeiros Pinho, coordinadora pedagógica de la Clínica de Derechos Humanos Luiz Gama, de la Universidad de Sao Paulo, que atiende a esa población.

"Si pierdes el trabajo y no tienes otra alternativa, la calle termina siendo la solución", agrega, al considerar insuficientes las ayudas otorgadas por el gobierno de Jair Bolsonaro durante la pandemia, que pasaron de 600 reales (114 dólares) a 150 este año (28 dólares).

El último censo oficial, en 2019, halló 24.344 habitantes de calle en Sao Paulo, un número que las organizaciones civiles consideran inferior a la realidad. El 85% eran hombres.

Mónica y sus tres hijas integran ahora ese grupo que asombra a Anderson.

Las cuatro comparten un colchón maltrecho que les prestó un "vecino" en Plaza República. El hombre, André, les cuida sus pocos enseres -ropa y algunos juguetes- mientras van a la escuela, a trabajar o a asearse en baños públicos.

"Intento llevar una vida normal, bañarnos, llevar a las niñas a las clases", afirma Mónica. "Pero uno se despierta y tiene una apariencia que no es muy buena, ¿no? Todo el mundo te mira... Mi miedo es enfermarme y no estar con ellas".

Para "estar más tranquila", las hijas la acompañan a buscar material reciclable, actividad que realiza desde niña junto a su papá y que le deja entre 20 y 30 reales diarios (3,7 a 5,5 dólares).

"Me imagino fuera de las calles, pero tenemos que poner de nuestra parte, no quedarnos llorando", apunta.

Como muchas otras familias en su situación, Mónica prefiere dormir en la calle a ingresar a un refugio público, donde teme tener que convivir con adictos a las drogas o personas potencialmente violentas.

A unas cuadras de Plaza República, Marcio Machado, de la Iglesia Mundial del Poder de Dios, lidera la repartición de 800 desayunos en la Plaza da Sé. Es el doble de los que entregaban antes del COVID-19.

Las familias suelen marcharse rápido del lugar, tradicional punto de concentración de habitantes de calle y un ambiente más hostil. Algunos quedan hambrientos por la velocidad con que se terminan los alimentos.

"El número, cada día, es enorme. Son hombres, mujeres, niños, familias enteras viniendo para las calles. Es una situación terrible", sostiene Machado.

Ante el incremento de personas pidiendo comida y sin casa, la alcaldía habilitó 2.393 nuevas camas en refugios y amplió la entrega diaria de almuerzos de 7.500 a 10.000.

"Me preocupan mis hijos", confiesa Daniela Rosaneves, de 24 años y siete meses de embarazo. A su lado, su hijo de casi dos años juega con un pedazo de banano. Ya es un trimestre viviendo sin techo.

FUENTE: AFP

¡Recibe las últimas noticias en tus propias manos!

Descarga LA APP

Deja tu comentario

Te puede interesar