Las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte en Estados Unidos. Eso significa que, más allá de la genética, la manera en que comemos cada día impacta directamente nuestro riesgo de infarto y accidente cerebrovascular.
Las pautas alimentarias del Departamento de Agricultura recomiendan limitar el consumo de azúcares añadidos, grasas saturadas, sodio y alcohol
Las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la principal causa de muerte en Estados Unidos. Eso significa que, más allá de la genética, la manera en que comemos cada día impacta directamente nuestro riesgo de infarto y accidente cerebrovascular.
El punto positivo es que hay consenso robusto. Por ejemplo, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y la American Heart Association (AHA) han analizado puntos que ayudan a definir los patrones dietéticos que protegen el corazón y cómo reducir el riesgo.
La AHA recomienda enfocarse en patrones alimentarios más que en alimentos aislados. Ese patrón incluye: abundantes frutas y verduras; granos integrales; legumbres; frutos secos y semillas; fuentes de proteína magra (pescados, mariscos, aves sin piel, soya/derivados); aceites vegetales no tropicales; y bajo consumo de azúcares añadidos, sodio y grasas saturadas/ultraprocesados. Además, subraya la importancia de ajustar la ingesta energética al gasto y de considerar el entorno alimentario (acceso, costos, cultura) para que la pauta sea sostenible.
Entre los patrones con mejor evidencia están DASH (Dietary Approaches to Stop Hypertension) y la Mediterránea. Ambas reducen la presión arterial y mejoran el perfil cardiometabólico. La dieta DASH, desarrollada y validada por los Institutos Nacionales de Salud (NIH), prioriza frutas, verduras, lácteos bajos en grasa, granos integrales y legumbres; y funciona aún mejor cuando se reduce el sodio. Los estudios muestran disminuciones significativas de la presión y mejoras en lípidos y peso, algo que se traduce en menor riesgo de enfermedad cardiovascular.
El propio National Heart, Lung, and Blood Institute (NHLBI) ofrece guías prácticas para adoptar DASH en la vida diaria (planificación de menús, compras, recetas). Si se prefiere una aproximación más “mediterránea”, la AHA la incluye entre los patrones compatibles con la salud cardiovascular: rica en aceite de oliva, verduras, legumbres, granos integrales, pescado y frutos secos, y pobre en carnes procesadas y azúcar. El punto en común es claro: más alimentos mínimamente procesados de origen vegetal y marino; menos ultraprocesados y grasas de baja calidad.
Las Pautas Alimentarias para los Estadounidenses 2020–2025, publicadas por el Departamento de Agricultura (USDA), recomiendan limitar el consumo de azúcares añadidos, grasas saturadas y sodio, y moderar el alcohol. En términos prácticos, esto se traduce en revisar las etiquetas para elegir productos con menos azúcar y menos sal. Además, preferir cortes magros y lácteos bajos en grasa, así como cambiar las saturadas por aceites vegetales (canola, oliva, soya) y por grasas de alimentos como el pescado azul y los frutos secos.
En cuanto al sodio, quienes padecen hipertensión o riesgo elevado se benefician especialmente al reducir el consumo de sal.
Un consejo útil es cocinar más en el hogar y sazonar con hierbas, especias, cítricos y vinagres, reservando la sal para el final, o evitando añadir sal. Otra medida es priorizar alimentos frescos frente a procesados salados (sopas enlatadas, embutidos, snacks). Cuando comemos fuera del hogar, es recomendable pedir los aderezos de forma separada y revisar la información nutricional del restaurante para no salirnos de nuestro plan.
La Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) indicó que los aceites parcialmente hidrogenados (que son la principal fuente de grasas trans artificiales) no son seguros. Es por esto que, desde el año 2018, la agencia prohibió su uso en la mayoría de las aplicaciones. Aunque esto disminuyó notablemente la exposición poblacional, es importante seguir leyendo las etiquetas y evitar productos que aún puedan contener grasas saturadas elevadas.
La evidencia es contundente: si bien no existe un único alimento “cardioprotector”, digamos, sí hay un patrón coherente para una alimentación enfocada en el corazón. Se trata de elegir más alimentos mínimamente procesados y de origen vegetal, así como sumar pescado y legumbres. A partir de recomendaciones de los CDC, la AHA, los NIH y el USDA, debemos limitar la sal, los azúcares añadidos, las grasas saturadas y los ultraprocesados.
Todas estas medidas pueden reducir el riesgo cardiovascular. En el caso de quienes tengan hipertensión, diabetes, colesterol alto o antecedentes familiares, hay que consultar con un médico o nutricionista para adaptar esas pautas a las necesidades específicas.
