Los deportes puedes medirse por el tipo de bebida con que puedes acompañarlos. La cima de todo entretenimiento es aquel que permite a sus aficionados corear eso de “hemos venido a emborracharnos / y el resultado nos da igual”. Por el contrario, hay disciplinas como el tenis que no invitan al consumo de bebida alguna que pudiera desatar la euforia, porque lo que se premia es la correcta administración del silencio.
La vida de todo hombre puede resumirse en la búsqueda desesperada de una excusa para beberse una cerveza. Eso explica el auge de deportes como el fútbol, que de otro modo veríamos solo como una panda de lunáticos medio desnudos pegándole patadas a cosas. Cuanto más grande es el espectáculo que rodea a un acontecimiento deportivo, más grande es la excusa para incrementar los litros de cerveza. Incluso al término del partido: que si el ganador bebe para celebrarlo, el perdedor lo hace para olvidar la tragedia.
A excepción del tenis, como norma, todos los deportes en los que participan rusas jóvenes y bellas maridan estupendamente con el vodka. Incluso aunque no haya deporte. El vodka es también la estrella de aquellos acontecimientos que, por razones que se me escapan, se realizan sobre algo tan frío y resbaladizo como el hielo. Hay un deporte cotizado en el que decenas de tipos resbalan a propósito, chocan, y se caen, mientras tratan de golpear un disco con un palo, y nadie lo entiende, una vez que la ciencia ha descartado que se trate de un disco de Justin Bieber. Son deportes inevitablemente inventados por hombres, desesperados por un vaso de vodka. ¿Quién, si no, en su sano juicio, se lía a palazos con cosas sobre un suelo congelado y disfrazado de motorista?
Hay otros que casan mejor con el whisky, como el ajedrez. Y sin hielo. Que el baile de los cubitos podría distraer a los participantes y provocar un accidente mortal en los jugadores, como la ingesta accidental de un alfil.
Todas las disciplinas en las que el aullido supone un elemento esencial requieren la intervención de la cerveza. Los deportes de interior invitan a las bebidas con hielo, porque en ese entorno la cerveza se calienta. Así, en prácticas como el boxeo -que es como el fútbol pero sin balón-, el baloncesto, o el baile en pista de discoteca, está bien visto beberse un combinado de ron. O varios.
El aficionado ha de saber siempre guardar la compostura incluso después de perderla. La policía ya no es muy condescendiente con el público intoxicado y hoy, como se ha ido prohibiendo todo, también está penalizado el lanzamiento de botellas de whisky al árbitro. No obstante, algo de aceptación e interés despierta, porque cada vez que se producen hechos así las televisiones lo repiten sin descanso, ampliando la botella, ralentizando el golpeo, y haciendo bucles adelante-atrás.
Además de ser un idiota, para efectuar bien el lanzamiento de botellas durante un espectáculo deportivo, hay que estar lo bastante borracho como para no sentir los golpes que van a darte inmediatamente después. Ya ves, los intolerantes están en cualquier lugar. Por lo demás, lo único que realmente está prohibido para un aficionado a las competiciones deportivas es interrumpir directa o indirectamente el juego. Esto incluye saltar desnudo sobre el campo con una bandera de alguna causa justa en la cabeza. Por alguna razón, crece la intolerancia sobre los que resumen todo su argumento en enseñar el trasero en un campo de fútbol, a menos que sea un futbolista y todo sea un desafortunado malentendido, o un buen penalti por agarrón del defensa.
Quizá el gran espectáculo de la Super Bowl reúne todas las grandezas de las disciplinas anteriores juntas. Nadie puede escapar a la tentación de los fingers de lo que sea, con salsa picante de cualquier cosa, siempre que todo esté acompañado de litros de cerveza, vino, y whisky. La Super Bowl es, al fin, la gran excusa anual para la cogorza doméstica, de ahí que su expansión esté prodigándose con extraordinaria soltura en países como España, mientras que se sigue con acusada timidez en destinos como Arabia Saudí, Afganistán, o Irán.