JOAQUÍN GÁLVEZ
En “El extraño viaje”, Vázquez Portal se vale del soneto como antídoto contra esa epidemia literaria postmoderna, sin dejar de ser un poeta de su tiempo en el sentido amplio de la palabra
JOAQUÍN GÁLVEZ
ESPECIAL
El poeta cubano Manuel Vázquez Portal, en su libro “En el extraño viaje” (Alexandria Library, 2015) ha logrado devolverle a la poesía un atributo que paulatinamente le fue despojado: su forma clásica, y con ella su métrica e indisoluble comunión con la música. Se equivoca el lector de poesía que se aproxime a este libro de sonetos con mirada prejuiciada creyendo que se encontrará con un poeta desfasado de su tiempo, literariamente hablando.
Vázquez Portal no es un poeta al margen de las corrientes poéticas que han marcado su tiempo y espacio, y dicha aseveración tiene, paradójicamente, como mejor testigo a este libro de sonetos. Pero también es un poeta con acendradas raíces en la tradición, en la que reconoce su valor trascendente y, por lo tanto, su ineludible vigencia, amén del descrédito que las formas clásicas del verso han sufrido desde el surgimiento de los movimientos de vanguardia a finales del siglo XIX hasta la actualidad. Y esto se debe, sin lugar a dudas, a una ortodoxa y reduccionista concepción del arte y la literatura -émulo de la tecnología y la ciencia-, al concebirse como un proceso dialéctico cuyo valor capital está en la constante experimentación y ruptura con el pasado. Esta viciada concepción, de la que son partidarios no pocos hacedores y críticos de versos, ha inducido peligrosamente a otra supersticiosa ética de lector, como enunciara Jorge L. Borges en un luminoso ensayo.
En “El extraño viaje”, Vázquez Portal se vale del soneto como antídoto contra esa epidemia literaria postmoderna, sin dejar de ser un poeta de su tiempo en el sentido amplio de la palabra. Este libro, deudor de los grandes maestros del soneto, sobre todo los del Siglo de Oro español, como Quevedo, Lope de Vega, Cervantes y Góngora, es una singladura por diferentes recodos de su vida, en la que despliega esos matices claroscuros al estilo del barroco de sus predecesores, pero también patentiza su impronta con una actualización temática y formal.
Hay un Vázquez Portal que se nos presenta lírico y elegante, pero, como de un rayo, se asoma otro, desenfadado, mordaz, escatológico e iconoclasta, que no repara en despotricar o, en palabras suyas, de cagarse en su medio y sus altares, y en el que no queda con cabeza algún que otro personaje o colega cercano. Sin embargo, -y en mi opinión está es una de los características más relevantes de este libro- la variación de tonos lexicales dentro de un mismo soneto fluye con tal naturalidad y tersura, que queda a salvo de cualquier disonancia en los oídos del lector, tal como lo acusan las siguientes estrofas:
Andar de la memoria, espadachines
batiéndose a morir contra el olvido,
terco tren tronando hacia un sentido
que deja sin sentido los confines.
Voz que escapó del rostro en el retrato,
ausencias que te oprimen los co...,
oquedades, vacios, sinrazones,
viejo sabor que se fugó del plato.
Vázquez Portal puede ser tan barroco como coloquial, tan exquisito como procaz, tan solemne como lúdico, tan solidario como incisivo, tan universal en su manera de decir, con su consiguiente gama de influencias, como cubano, al bajar a los círculos más profundos de la Cuba que le ha tocado vivir y encarnar espléndidamente en su choteador poético.
Sin duda, Vázquez Portal logra una atmósfera contextual en la que el lector se adentra para hacerse cómplice hasta de sus más desaforadas declaraciones. Y esa complicidad (literaria) se debe al carácter con que reafirma su ser, sin medias tintas, a través de un rico instrumental estético en el que no hay cabida para el tropo trillado o para una consonante de fácil cierre.
El soneto en este libro es otro viajero, que nace en la Italia renacentista de Dante, Petrarca y Aretino, para luego trasladarse a la Inglaterra isabelina de Shakespeare y a la España de Garcilaso. Y una vez instalado en nuestro idioma transita el Siglo de Oro y continúa su travesía hasta llegar a la modernidad con Martí, Dario, Juan Ramón, Vallejo, Miguel Hernández, Neruda y Guillén (me refiero al otro, el de Cuba, que también fue bueno en estos menesteres). Y ahora ha hecho una parada en Camagüey -en Morón, para ser más específico- donde Vázquez Portal aborda esta antigua nave de la hechura poética con la misión de que no detenga su viaje en el tiempo, o a decir del poeta en su soneto prólogo: “un soneto a la medida con que pasear alegre por la vida”
En tiempos en que el versolibrismo tiraniza el oficio poético y una expresión clásica y extemporánea como el soneto ha sido desvalorizada por críticos y poetas, de manera tal que algunos proclaman ya su extinción o blasonan en su contra, Vázquez Portal con su bitácora poética se ha metido de intruso en una comarca donde reina una estirpe de poetas postvanguardistas. ¿Acaso otro acto de irreverencia poética? De cualquier modo, este poeta, al igual que Lope de Vega, “en su vida se ha visto en tanto aprieto”, y si este libro, por varias razones, ha de causárselo una vez más, debemos, al menos, reconocer su osadía. La poesía ya le agradece su intento de preservarle el sentido a la palabra y de sacarla de ese atolladero a donde la ha conducido una secta de neovanguardistas, cuyo destino amenaza con ser la página en blanco. Con este libro el vanguardista Vicente Huidobro puede descansar en paz en su tumba, pues nos confirma que el último verso nunca será cantado.

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