Siempre ácido e incluso “mala uva”, como él mismo se define, Camilo se ha posicionado en un espacio de conversación que por años conquistó a América Latina con el nombre de Cala. No obstante, rebautizado como Camilo, tras arduos desafíos, contradicciones y un difícil reencuentro con Miami, Egaña lo ajustó a su medida.
Aquí las confesiones que el presentador cubano compartió en el espacio digital de DIARIO LAS AMÉRICAS, Café con Camila.
¿Se podría decir que Miami es la segunda ciudad de tu vida después de La Habana?
Sentimentalmente ya es la primera, porque La Habana nunca me dio lo que Miami me ha entregado en estos veintitantos años, que es seguridad, tranquilidad y sentido de pertenencia. Yo en Cuba no tenía eso.
Y después de pasar tantos años en Atlanta, ¿con qué Miami te encontraste?
Con uno totalmente cambiado. Me costó adaptarme, me vi inmerso en una ciudad tomada por los reguetoneros. Y a mí me gusta la música (risas). Yo creo que está la música y aparte está el reguetón, con todo respeto lo digo.
Por otra parte, me hacía cargo de un programa que no había sido hecho para mí. Ismael Cala había dejado la vara muy alta y con unos niveles de audiencia grandísimos. Y a mí se me encomendó hacer un show totalmente distinto, más conectado con la realidad, más sarcástico, con mala uva y con ternura, como soy yo.
Afortunadamente, la transición se hizo de la mejor manera posible. Ya el programa está establecido y, al cabo de tres años, comienzo a sentir que es mío, pero me costó mucho al inicio.
Al volver a Miami, ¿sentiste que te reintegraste a tus raíces?
Yo he venido a respetar y a querer la cubanía en Miami, en La Habana yo la odiaba. En Cuba yo quería ser George Washington. Yo no quería estar en Cuba. A mí me preguntaban qué quería estudiar cuando fuera grande, y yo decía taxista o azafata ¡Cualquier cosa con tal de irme de ahí! Mi problema con mi país es grave.
¿Pero te reconciliaste o ya no te interesa saber nada del tema Cuba?
Cuando Cristóbal Colón llegó en los barcos, yo ya quería irme. Pero más allá de todo eso, no me puedo reconciliar porque no ha habido los cambios que yo espero que haya.
En esencia el país sigue siendo esa finca, ese realengo que tiene la gente que lo dirige. Es un país en el que se hacen las cosas de manera personalista, sin un criterio científico ni profesional. Tengo grandes amigos allí, sobre todo, entre los artistas y los intelectuales, pero no es un lugar en el que ya yo podría vivir. No me he reconciliado y no creo que me vaya a reconciliar jamás con Cuba.
El problema que yo tengo con Cuba -salvando la diferencia- es como el que tuvo Argentina con Cortázar, que nunca se entendieron. Hoy mi país es EEUU, pero cuando vivía en México yo era mexicano. Yo no soy patriota, las banderas me parecen muy lindas, pero aquí nos hacemos un short con la bandera americana y no pasa nada.
Yo estoy muy harto del tema Cuba, lo digo con respeto, se ha manipulado mucho. Y los cubanos de a pie nos merecemos respeto de parte de los mercaderes ideológicos de aquí y de allá.
Tienes un programa de entrevistas que lleva tu nombre, ¿cómo haces para derribar el estereotipo de que los cubanos no saben escuchar?
Sabes que me lo han dicho, y por suerte no he cometido el error básico de los cubanos que te dicen: “Tú no sabes de lo que tú estás hablando” (risas). Siempre lo decimos. No me fue difícil, porque cuando comencé en el periodismo lo hice en un programa de conversación en el año 88 en la televisión cubana.
El problema es que me hice cargo del horario de máxima audiencia y de un programa que lleva mi nombre, que es algo que me pareció muy personalista. Muy estilo Oprah y Charytín. Recuerdo que le dije a mi jefa: “Pongámosle Gente de palabra, con Camilo Egaña”, y ella me dijo que no. Pero a mí como si le ponían Elián González, yo lo que quería era trabajar y regresar a Miami.
En 2015 me dijiste esta frase: “La televisión me ha dado de comer muy bien, pero me cansa porque está llena de personas frívolas, estúpidas y tontas. Me he encontrado con excepciones, pero en general hay mucho ego y poca alma”, ¿sigues pensando lo mismo?
Sigue igual.
Y llevas 30 años en la televisión.
La mayor cantidad de personas que no tienen que estar en la televisión, están allí. A ese medio la gente llega como moscas a la leche. Yo lo digo porque soy de las personas a las que les gusta hacer televisión, no únicamente salir en ella. Yo cambio luces, etc. Por eso me molesta ver a señoritas y señoritos, que no saben ni les interesa aprender nada. Los veo que están más preocupados del peinado que de otra cosa, y me desagrada porque la televisión merece respeto.
Y ese amor frustrado, la radio, ¿cuándo regresará a tu vida?
Mi muerte natural, cuando se acabe la televisión, va a ser en la radio. El proyecto existe, ha sido aceptado por una emisora, pero no ha fraguado por un tema contractual que tienen que negociar CNN y esa emisora.
El programa se va a llamar Nadie es perfecto, porque es la filosofía del espacio y una manera de decir: “Tómatelo suave porque nadie es perfecto”. Va a ser un magazine de 2 o 3 horas, porque me gusta tener tiempo. Yo sé que se va a dar y pongo mi vasito de agua para eso.
¿Sigues alguna religión?
Soy ateo con la gracia de Dios.
¿Tienes hecha la mano de Orula o algún otro ritual?
No, pero todos los años me invitan a la ceremonia de San Lázaro, a los bembés y a los violones más fabulosos que se dan en Miami, pero soy ateo.
¿A qué te aferras cuando estás pasando un mal momento?
Y los he pasado. Me aferro a los amigos, a mi mujer, Lura, con quien llevo 32 años, a la familia, pero me parece oportunista pedirle a Dios. La gente le pide a Dios como si fuera American Express. Y no me parece que deba hacerlo, porque no creo en Dios.
Has entrevistado a figuras como Ricardo Arjona, una entrevista que dio mucho de qué hablar, ¿ha sido esa la más difícil?
¡Para nada! Eso es una anécdota. No fue difícil. Simplemente se levantó y se fue porque no aceptó la crítica. El único momento difícil fue cuando productor me dijo: “Sonríe y sigue porque estamos en el minuto 40”. Es decir, faltaban 20 minutos para terminar el show. Pero afortunadamente desde Atlanta me hablaron y me dijeron que había dos abogados apoyándome, así que me quedé tranquilo.
¿Volviste a ver la entrevista?
No, no me gusta verme. Y no lo he visto más a él. Nunca respondí ninguna crítica de las que me hicieron, a pesar de que viví una auténtica masacre en las redes sociales. Se aparecieron personas y paparazzi frente a mi casa. Nunca me había pasado eso.
¿Qué lección te dejó esa anécdota?
Que siempre hay que hacer la tarea. Y yo ese día no la había hecho. No había escuchado el disco de Arjona por un tema de logística. Se aprende que hay invitados que no tienen el cuero duro, y hay que ser más delicado y más polite (educado) con ellos.
Y el bullying que sufriste en las redes sociales, ¿te afectó?
No directamente a mí, pero hubo unas amenazas de muerte con las que las autoridades tuvieron que tomar cartas en el asunto. Yo lo único que hice fue preguntarme hasta dónde la gente puede ser tan idiota.
¿Cuál es el mejor consejo que te han dado?
Siempre lo repito. Me lo dio Dan Rather. Creo que fue en el año 96, en Nueva York. Me dijo: “Pon esto en tu mente. Cuando las luces se apagan, las cámaras se van a negro. En ese momento dejaste de existir. Olvídate del personaje. Hoy estás en cámara y mañana puedes estar en el mejor de los casos recogiendo los cables, ayudando al camarógrafo o en tu casa esperando que suene el teléfono para que te vuelvan a dar trabajo”.
Yo eso lo tengo muy clarito. Por eso sé que no hay que creerse el cuento, y que hay que seguir adelante, porque el Sol siempre sale, a veces te quema, pero siempre sale.
El programa de entrevistas Camilo se transmite por CNN en Español de lunes a viernes, a las 9 p.m., hora del este.