viernes 13  de  diciembre 2024
ANÁLISIS

Fast X: la consistencia del fenómeno "familia"

Desde sus comienzos Fast & Furious ha apostado por rostros "nuevos" que, después de pasar por ella, se cotizan mucho mejor
Diario las Américas | LUIS BOND
Por LUIS BOND

Vivimos en una época donde todas las experiencias narrativas que consumimos (cine, series, novelas, videojuegos, etc) deben ser potenciales franquicias y exprimirse hasta más no poder—en forma de secuelas, precuelas o spin off. Los estudios apuestan por la cantidad menospreciando la calidad. La taquilla, que no para de facturar, pone en marcha un mecanismo perverso que nos hace creer que tendremos episodios ilimitados de lo que sea y que cada entrega será mejor que la anterior. Una consigna que ha traído como consecuencia la degeneración de buenas historias en fabricas de churros que, al alejarse de su fuente original, se desdibujan por completo (como el penoso caso de Saw). Contrario a lo que podría pensarse, son pocas las sagas que han sobrevivido al fenómeno de la elefantiasis narrativa… Para ser precisos, solo dos: Mission Impossible y Fast & Furious. El triunfo de la primera salta a la vista: está basada en una serie icónica, tiene como protagonista a Tom Cruise y sus diferentes episodios han sido dirigidos por cineastas laureados como Brian de Palma, Brad Bird, J.J. Abrams, entre otros. La segunda, por otro lado, es una rara avis que, como sus autos, desafía todo tipo de leyes de causa-efecto.

película Fast X, de Fast & Furious. - Foto: fastxmovie.com/ vía Lius Bond
Una escena de Fast X.

Una escena de Fast X.

La primera entrega The Fast and the Furious apareció en 2001 de la mano del director Rob Cohen (DragonHeart, Daylight). Su guion, inspirado en un artículo de carreras ilegales, tomaba ideas de otras películas de acción como Point Break y Gone in 60 Seconds. Sus protagonistas era unos jóvenes —y casi desconocidos— Vin Diesel, Paul Walker, Michelle Rodríguez y Jordana Brewster. Su presupuesto era módico (38 millones de dólares) y nada apuntaba a que pudiese ser algo más que una simple película dominguera que, en el mejor de los casos, recuperaría la inversión y listo. Nadie pudo imaginarse que esta sería la semilla para un fenómeno que se transformaría en una de las franquicias más rentables y famosas de la historia del cine contemporáneo (amasando más de 7 billones de dólares… y contando). ¿Cuál es el secreto de su éxito? Mucho podríamos especular, pero viéndola en retrospectiva, la respuesta emerge sin mucho esfuerzo: ser consecuente con su línea narrativa y de producción.

Desde sus comienzos Fast & Furious ha apostado por rostros “nuevos” que, después de pasar por ella, se cotizan mucho mejor (como el caso de Vin Diesel, Michelle Rodríguez o Gal Gadot). En casi dos décadas al volante, jamás ha caído en la trampa de ceder ante la corrección política o montarse en los trends de Hollywood. Antes de que la inclusión fuese tendencia, cada entrega ha tenido un cast donde existe todo tipo de representación de géneros, raza y nacionalidades —y de forma orgánica. Mientras que las mujeres luchaban contra la cosificación que sufrían en muchos papeles que les ofrecían en el cine, la saga tenía años con personajes femeninos empoderados y protagonizando las mejores peleas de la franquicia (como la épica entre Ronda Rousey y Michelle Rodríguez). Cuando los efectos especiales por ordenador (CGI) comenzaron a proliferar en cada producción hasta transformarse en una suerte de muleta, Fast & Furious siguió haciendo la mayoría de sus secuencias de acción in situ, apostando por trabajar con stunts y artesanos del oficio que, en la modernidad, parecen estar en vías de extinción. A pesar de contar con famosos entre sus filas (desde ganadoras del Oscar como Rita Moreno, Charlize Theron, Helen Mirren, Brie Larson; pasando por leyendas como Kurt Russell, Djimon Hounsou, John Cena, Dwayne Johnson y Jason Statham; hasta cantantes como Tego Calderon, Don Omar y Ludacris), la inserción de sus personajes en la historia —y la redención de sus antagonistas— siempre ha sido ingeniosa y divertida.

película Fast X, de Fast & Furious. - Foto: fastxmovie.com/ vía Lius Bond
Una escena de acción de la cinta Fast X, de Fast & Furious.

Una escena de acción de la cinta Fast X, de Fast & Furious.

En 2006, al asumir la dirección de The Fast and the Furious: Tokyo Drift, Justin Lin llevó la saga a otro nivel, sin traicionar su esencia, apretando el nitro en todas las secuencias de acción y construyendo una línea dramática sumamente ascendente en las siguientes entregas (creando una bisagra que le permitió a Toretto y su equipo expandirse para pasar de “carreras ilegales” a “espionaje internacional”). Una labor auto-contenida gracias al ensamblaje de vasos comunicantes entre diferentes capítulos (como Deckard Shaw “matando” a Han en la escena post-créditos de Fast & Furious 6 para así conectarla con The Fast and the Furious: Tokyo Drift), para robustecer el lore de la saga y crear un suelo fértil que permite hacer ciertas piruetas narrativas (como“revivir” personajes entrañables y reincorporarlos de forma épica, complaciendo a los fans que han inundado las redes sociales con memes pidiéndolos de vuelta). Todo esto ha permitido que la franquicia explore un humor bastante particular y auto-consciente que le da una libertad casi absoluta de hacer lo que desee teniendo el permiso del público para generar situaciones que, en otro contexto, serían inverosímiles. El resultado ha sido la creación de una suerte de “universo cinematográfico” de Fast & Furious que, contra todo pronóstico, se ha mantenido en el tiempo con mayor consistencia que el de DC Comics (dueños de personajes icónicos como Superman, Batman, Wonder Woman, Aquaman, entre otros).

A pesar de la muerte de Paul Walker —un golpe durísimo que fácilmente hubiese podido torpedear toda la saga— y sus detractores en las filas de la crítica, Fast & Furious ha superado los vaivenes de 9 películas y un spin-off manteniéndose a flote. Es así como, finalmente, llega a nuestras salas de cine el último arco dramático de la franquicia con Fast X (Rápido y furioso X). Ambientada unos cuantos años después de F9: The Fast Saga, este nuevo capítulo nos presenta a Dante (Jason Momoa), un antagonista que tiene una vendetta contra Dominic Toretto (Vin Diesel) y toda su “familia”. Un argumento que ya fue explorado en Furious 7 (donde Deckard Shaw quería vengar a su hermano que quedó en coma al final de Fast & Furious 6), pero que acá es llevado a niveles mucho más complejos. A diferencia de sus posibles homólogos, Dante no es corredor clandestino ni agente especial ni narco super poderoso: es un psicópata brillante que se aprovecha de los vínculos emocionales de la gente para dominarlos y hacerles daño. Su maravilloso plan de ataque comienza desarticulando a todo el grupo de Toretto, desperdigándolos en diferentes partes del mundo y transformándolos en fugitivos de la justicia. Una excusa perfecta para crear una trilogía que ponga punto y final a las aventuras de nuestros héroes (aunque se anuncien posibles spin-off, claro está).

Para despedirse por todo lo alto, el guion de Fast X (a cargo de Justin Lin y Dan Mazeau) se ancla en Fast Five (la mejor película de toda la saga por unanimidad) para construir la historia de background del más temido antagonista que ha tenido Toretto y su equipo. Gracias al plan malévolo de Dante, la estructura de esta entrega se aleja por completo del guion coral que suele caracterizar a Fast & Furious para mutar a un multiplot. Un artificio narrativo idóneo para que los personajes puedan ser desarrollados por separado, en diferentes locaciones, y tener un registro variopinto en las secuencias de acción (que van desde las peleas a puño limpio con Letty y Cipher, carreras clandestinas entre Toretto y Dante, hasta momentos en clave comedia con Han, Tej, Roman y Ramsey). En otro nivel, tener a tantos personajes desperdigados sirve de excusa idónea para explorar algunos easter egg de la franquicia y traer a otros “miembros” de la familia de regreso (y, por supuesto, incluir a nuevos). Al mejor estilo Avengers, el resultado es un spotlight que se posa sobre cada integrante de la familia, resaltando su importancia dentro del equipo y ayudándonos a entender por qué es vital que todos estén unidos y lo vulnerables que son al estar distanciados. Al igual que los capítulos anteriores, el guion de Fast X está lleno de chistes internos, diálogos auto-conscientes, escenas que rozan el melodrama y secuencias de acción que suben la barra de lo inverosímil (algo que todos esperamos luego de pasar por aviones, tanques, submarinos y carros que llegan al espacio).

Sin lugar a dudas, lo mejor de Fast X es Jason Momoa. Más allá de la construcción de personaje (que deja en pañales a otros antagonistas como Charlize Theron, Jason Statham y Dwayne Johnson) su caracterización es maravillosa y se aleja por completo de su zona de confort de macho vernáculo (como solemos reconocerlo en Aquaman o Game of Thrones). Momoa encarna un villano excéntrico que por momentos recuerda a la locura del Joker de The Dark Knight y el histrionismo de Ruby Rhod en The Fifth Element. Esta mezcla lo aleja por completo de todos los antagonistas muscle man que ha tenido Fast & Furious, funcionando como una suerte de comic relief en cada una de sus apariciones y, al mismo tiempo, manteniéndonos en vilo por no saber cuál será su próxima jugada. Su estrategia se apoya en explotar, en clave de comedia y tragedia, el uso y abuso que ha tenido la saga con el running gag de la “familia”, resignificándolo y utilizándolo como motor de conflicto (obligando constantemente a Toretto a elegir a cuál de sus seres queridos está dispuesto a sacrificar, demostrándole las consecuencias de querer tener una “familia” obviando los peligros de la vida que ha llevado y los pecados que ha cometido).

película Fast X, de Fast & Furious. - Foto: fastxmovie.com/ vía Lius Bond
Un fotograma de la película Fast X, de Fast & Furious.

Un fotograma de la película Fast X, de Fast & Furious.

La dirección de Louis Leterrier (The Transporter, Now You See Me, Wrath of the Titans) está llena de referencias a toda la saga (como el setting de las carreras en Río de Janeiro y la animación del nitro), pero igual logra estamparle a cada secuencia de acción su sello único. Apoyado en la cinematografía de Stephen F. Windon (The Gray Man, Star Trek Beyond y las últimas 5 entregas de Fast & Furious), Leterrier logra proezas que fácilmente podrían ser aplaudidas por el mismísimo George Miller y que parecen imposibles de rodar por su complejidad en desarrollo y puesta en escena (como la bola incandescente en Roma). Gracias al impecable montaje de Kelly Matsumoto y Dylan Highsmith, editores de otros episodios de la saga, el largometraje logra mantener por más de 2 horas un ritmo trepidante articulando una secuencia de acción tras otra in crescendo (y, en algunas ocasiones, saltando entre tramas y conflictos que ocurren en paralelo). Independientemente de las críticas que pueda tener la verosimilitud de su universo narrativo, lo único que es incontestable de Fast X (y sus predecesoras) es su alto nivel de producción (con un presupuesto de casi 360 millones de dólares, es la película más cara de la franquicia). Por supuesto, esto se traduce en ver en pantalla cada dólar invertido en choques, explosiones, acrobacias increíbles, locaciones exóticas y efectos en el set: solo hace falta pasearse por los making of que se consiguen en internet para quedar con la quijada en el suelo y acercarse a Fast & Furious con otros ojos.

Lo que comenzó hace 22 años como una película de acción genérica se transformó en un fenómeno cinematográfico que, a pesar de sus detractores, ha dejado su huella en la historia del cine moderno como la saga de acción más longeva que se ha creado. En una época donde la industria del entretenimiento se da golpes de pecho e intenta darnos falsas lecciones morales, Fast & Furious se rehusa a seguir las tendencias del mainstream y sigue de forma consecuente haciendo largometrajes que responden a los códigos de la acción del siglo pasado: héroes invencibles, antagonistas caricaturescos, vueltas de tuerca impredecibles, amenazas mundiales, one-liners, secuencias de acción absurdas y finales felices. Básicamente, todo lo que necesitábamos en una película para entretenernos y desconectarnos del mundo un domingo por la tarde. Es por eso que le perdonamos —y aplaudimos— tener el valor de superar las leyes de la física, la vida y la muerte, utilizando la fe como recurso narrativo para justificar cualquier locura, apoyándose en la familia como leitmotiv para arcos de redención imposibles y haciéndonos reír con hombres fornidos recitando diálogos naive. En un mundo donde las opiniones cambian con el posicionamiento de cada hashtag, la persistencia y sinceridad de Fast & Furious es algo digno de celebrar.

Lo mejor: Jason Momoa, de lejos, uno de los mejores papeles de toda su carrera. Las secuencias de acción alucinantes (e inverosímiles). Las referencias a otras entregas de la saga. Su humor auto-consciente. El regreso de personajes muy queridos (y de forma sorpresiva).

Lo malo: por terminar en un cliffhanger, tener que esperar 2 años para la secuela de este cierre. La ausencia de algunos personajes entrañables. Por hacer la gran mayoría de los efectos especiales en set, las pocas veces que usan CGI se nota demasiado la diferencia.

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Luis Bond // @luisbond009

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