martes 26  de  marzo 2024
CINE

Beau is Afraid: el peligro de navegar fuera de la caverna

Ari Aster no se queda en su zona de confort y nos sorprende en las salas de cine con el largometraje más arriesgado de su filmografía: Beau is Afraid
Diario las Américas | LUIS BOND
Por LUIS BOND

MIAMI.- Vivimos en tiempos complacientes y de cancelación. Una pesadilla que vislumbró Ray Bradbury en Fahrenheit 451 y que, en su momento, parecía un simple delirio de la ciencia ficción. La policía del pensamiento ya no es exclusiva de un Estado Totalitario, ahora se ha mudado a cada espacio donde hacemos vida: las casas de estudios, el trabajo, las interacciones personales y los medios de comunicación. Paradójicamente, es en lo etéreo de la virtualidad —aquella tierra sin ley donde otrora “éramos libres”— donde la censura ha construido su principal bastión. Chistes, memes, comentarios e inclusive palabras completas son borradas por el algoritmo que funciona como una especie de madre devoradora programada para evitar cualquier estímulo que pueda lastimar a sus usuarios/bebés. Este filtro se vuelve especialmente aterrador cuando nos damos cuenta que, por más que luchemos contra la tecnología, gran parte de nuestra vida transcurre pegados a un pantalla que termina moldeando nuestra forma de ver el mundo (como si estuviésemos atrapados en la alegoría de la caverna de Platón).

Como es de esperarse, la corrección política y la dictadura del algoritmo se expande también a la esfera del entretenimiento, donde cada vez se nos bombardea más y más con historias complacientes, vacuas e inofensivas. Bajo la mirada de El Gran Hermano de las métricas, somos controlados como los ciudadanos de Psycho Pass para que las historias funcionen como una especie de sedante y evitar cualquier tipo de impresión. Es por eso que estudios como A24 se erigen como una suerte de resistencia contra el mainstream, trayendo a la palestra historias que nos confrontan profundamente y que apuestan por realizadores que nos sacuden el piso. Este es el caso de Ari Aster, un director y guionista que en su filmografía se ha paseado por el drama, el thriller psicológico, el suspenso y el terror sin dejar a nadie indiferente. Desde su perturbador mediometraje The Strange Thing About the Johnsons y su opera prima Hereditary, se ha ganado un sitial de lujo como una de las voces más interesantes de su generación. No obstante, como todo buen realizador y artista inquieto, Ari Aster no se queda en su zona de confort y nos sorprende en las salas de cine con el largometraje más arriesgado de su filmografía: Beau is Afraid (Beau tiene miedo).

Inspirado en Beau (2011), uno de los primeros cortometrajes de Ari Aster, la película nos cuenta la travesía de Beau Wassermann (Joaquin Phoenix), un hombre de mediana edad y profundamente neurótico que debe emprender un viaje para visitar a su madre Mona Wassermann (Patti LuPone). Una situación completamente inocua, pero que se ve complejizada por el estado mental del protagonista —a punto de un brote psicótico— y una ciudad sumergida en el caos donde cualquier paso en falso podría traducirse en una muerte espantosa. Gracias a un pequeño descuido —y en contra de su voluntad—, Beau termina saliendo de su hogar para enfrentar su destino, encontrándose con una serie de personajes variopintos que obstaculizarán su camino. En paralelo, vamos conociendo a través de flashbacks y secuencias oníricas la compleja relación de Beau con su madre devoradora, preguntándonos si podrá lograr su cometido o morirá en el intento.

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Escena del film Beau is Afraid (Beau tiene miedo).

Escena del film Beau is Afraid (Beau tiene miedo).

Paseándose entre el drama y la sátira, Ari Aster articula una epopeya de casi 3 horas con una historia episódica, un personaje a la deriva y una dirección donde combina todo tipo de registros y recursos. Aunque se escapa a las definiciones, es como si hubiese metido en una licuadora The Truman Show mezclándolo con el tono onírico de David Lynch, el humor surrealista de Quentin Dupieux, los personajes infantilizados de Yorgos Lanthimos, la puesta en escena de Leos Carax y la crítica social —disfrazada de absurdo— de Luis Buñuel. Por supuesto, el resultado es un metraje sumamente extraño, incómodo y ambiguo, abierto a múltiples lecturas y cargado de una simbología potente que incomodará a muchos en la sala de cine. Aunque su realizador se aleja del terror de sus largometrajes anteriores (Hereditary y Midsommar), los principales temas que siempre desarrolla siguen presentes: la sensación de indefesión y condena, los secretos y dinámicas familiares que destrozan a los hijos, el horror en los espacios no habituales —como el hogar o la naturaleza—, personajes que son arrastrados progresivamente a la locura, la presión que ejerce la sociedad —en forma de culto o empleados— en la tragedia personal y el triunfo de la oscuridad sobre la luz. Todo esto, en esta ocasión, antropomorfizado en el aspecto más terrible y destructor de lo materno que funge como una especie de amenaza sobrenatural omnipotente y omnipresente en la vida del protagonista (como las fuerzas antagónicas de sus largometrajes anteriores).

En el aspecto técnico, su director sigue manteniendo los elementos que nos permiten reconocerlo (como los paneos y zoom que nos descolocan, los encuadres inquietantes, la deformación de los espacios a través de la perspectiva, el desarrollo de situaciones casi el absurdas, el histrionismo de sus personajes, algunas muertes que rozan el gore, etc), pero se permite experimentar mucho más con la puesta en escena (como la obra de teatro donde mezcla efectos prácticos y animación, las secuencias de acción con toques de comedia física y satírica, el enseñarnos finalmente a un monstruo con guiños a David Cronenberg, explorar conflictos en múltiples locaciones). Este trabajo es llevado a buen puerto por la triada que forma el director con los responsables de la cinematografía y edición de sus largometrajes anteriores. La iluminación de Pawel Pogorzelski crea atmósferas completamente heterogéneas en el viaje de Beau, pero dotándolas de un tinte onírico en su colorimetría, haciéndonos sentir que “algo va mal” o cuestionándonos la veracidad de todo lo que observamos. El montaje de Lucian Johnston nos mantiene incómodos y en tensión durante casi 3 horas, generando secuencias que nos transmiten la angustia de Beau y que juegan con nuestra percepción alterada del tiempo. El diseño de producción Fiona Cromble (The Favourite, Macbeth, Cruella), la nueva adición al equipo habitual de Ari Aster, se luce creando todos los espacios de la película (que van desde el híper realismo de una ciudad sucia y caótica, un hogar de ensueño pero perturbador, una mansión que sirve de metáfora de la psique de nuestro protagonista, hasta lugares muy extraños como una compañía de teatro infantil llevada adultos o una suerte de coliseo donde Beau debe enfrentarse con sus peores miedos). La guinda la pone la banda sonora hipnótica compuesta por The Haxan Cloak (Midsommar) que sirve para empaquetar toda la experiencia y mantenernos en una especie de trance junto con cada cuadro.

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Escena del film Beau is Afraid (Beau tiene miedo).

Escena del film Beau is Afraid (Beau tiene miedo).

Dejando a un lado la pericia de Ari Aster y su crew, gran parte del éxito de Beau is Afraid recae sobre el excelente trabajo actoral de Joaquin Phoenix —de hecho, toda la historia es una suerte de exploración de su personaje. Aunque por momentos nos recuerda la fragilidad de otros de sus papeles (como Arthur Fleck en Joker o Freddie Quell en The Master), logra darle vida a un registro nuevo, transmitiéndonos una sensación profunda de dolor, frustración, incomodidad e indefensión. Beau pasa toda la película habitando diferentes lugares, buscando contención en otros personajes, como si fuese una niña pequeña y asustada. Desconectado por completo de su capacidad de acción por una madre que lo infantiliza y sedado con pastillas para los nervios, Phoenix encarna la pesadilla de alguien atrapado en un complejo donde no hay indiferenciación entre la madre y el hijo. Un concepto psicológico que Ari Aster explora a través de las interacciones fallidas del protagonista con su entorno. Comenzando por su incapacidad de plantarse frente a otros, ver a la “madre buena” en una desconocida (que proyecta en otros a su hijo muerto, negando a su hija), el vagar sin rumbo y en contra de su voluntad en un mundo hostil, el terror e indefensión frente a lo femenino en todas sus formas y el ambiente ominoso perenne que lo mantiene al borde del llanto desde que comienza la historia.

A pesar de su poco tiempo en pantalla, la presencia perenne de Mona (Patti LuPone y Zoe Lister-Jones) se siente durante toda la película, encarnando el campo arquetipal de lo materno. Por momentos, vemos en ella la imagen idealizada de una madre hermosa, valiente, que busca guiar, proteger y nutrir a su hijo… pero, al mismo tiempo, también nos enseña su lado más oscuro, guiada por el exceso de control, manipulación, regresión y destrucción. La ausencia de una figura paterna (reducida a lo genital) que ponga límites y sirva de contrapeso a Mona, termina transformándose en la creación de un mito personal que genera una deformación del eje Eros (conexión) y Thanatos (muerte) de Beau (trayendo como consecuencia una terrible represión sexual y evitando que pueda establecer una coniunctio con cualquier mujer por miedo a morirse).

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Escena de la película Beau is Afraid.

Escena de la película Beau is Afraid.

El resultado es un cuarentón que vive eternamente en un estado infantil y donde mamá es la única que puede salvarlo del caos que ella misma ha generado para validar su vínculo enfermizo y culpógeno. Algo que vemos reafirmado en diferentes símbolos y alegorías, como el logo Omnipresente de la compañía de Mona (MW), el televisor como oráculo donde está signado el destino de todos, el horror del mundo externo que inunda el apartamento/psique de Beau y su imposibilidad de habitar nuevos espacios, el amor platónico del joven Beau (y las similitudes que tiene con su madre), los monstruos encerrados en el ático/inconsciente y de los que pasa toda la vida huyendo, el teatro como espacio de proyección de la vida no vivida, todos los personajes formando un retrato y subordinados al puño de hierro de una imagen idealizada de lo femenino (esa idea moderna que le exige a las mujeres ser madres bellas, exitosas, empoderadas, independientes y con todo bajo control), hasta la reiteración de la bañera y bote como sistema de imágenes que representan la delgada línea que hay entre “navegar” las aguas del inconsciente o verse hundido en ellas (el poder disolutivo de la Gran Madre Primordial, esa que nos da la vida y que nos fusionará con el todo cuando llegue la muerte).

Beau is Afraid es una película sumamente incómoda y extraña. Nos confronta con la sociedad en la que vivimos, nuestros vínculos con papá y mamá, la sexualidad, la culpa, la indefensión y muchas cosas más. Es una travesía heroica fallida que hace que emerjan preguntas que pocas veces hacemos en voz alta y cuyas respuestas preferimos evadir por la angustia que nos generan (¿qué sucede cuando no podemos salir de nuestros complejos y somos devorados por ellos?, ¿qué pasa cuando descubrimos que nunca hemos tenido el control de nuestra vida?, ¿estamos destinados al fracaso desde el momento de nuestro nacimiento?). Es por eso que autores como Ari Aster, que nos hablan de cosas duras desde una perspectiva única y movilizadora, son claves para despertarnos del letargo de la modernidad y la dinámica urobórica del algoritmo de la corrección política. Artistas valientes que no tienen miedo a zambullirse en las profundidades del inconsciente y traernos imágenes de horror que inunden la pantalla para que nuestros demonios internos puedan salir a flote y dialoguemos con ellos al salir de la sala de cine. Aunque sus finales nos perturben, su simbología sea críptica y sus personajes deban ser sacrificados para nuestra catarsis colectiva, lo mejor que podemos hacer es enfrentarnos al horror que nos mueve y procurar que el motor de nuestro barco nos mantenga a flote. Solo así nos enfrentaremos a los monstruos del ático, dejaremos de tener miedo, tomaremos el timón de nuestro destino y saldremos de la caverna.

Lo mejor:

Su puesta en escena entre la comedia absurda, la crítica y la tragedia griega. La tensión e incomodidad que genera desde el primer momento. Joaquin Phoenix, como siempre, espectacular. Sus múltiples lecturas desde lo cinematográfico y lo psicológico.

Lo malo:

Como todas las películas de Ari Aster, es una experiencia de amor u odio, además, es de lejos el largometraje más “raro” de su filmografía y alejado de su registro habitual. A pesar de que siempre están pasando cosas, sus casi 3 horas de duración pueden ser asfixiantes.

Crítica por: Luis Bond // @luisbond009

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