domingo 24  de  marzo 2024
ESCENA

Giselle, otro triunfo para el ballet cubano en Miami

Las bailarinas cubanas demostraron que las grandes expectativas creadas por la noticia de su llegada a Miami no eran infundadas

BALTASAR MARTIN
Especial

La esperada función de los bailarines Amaya Rodríguez, Masiel Alonso y Mayrel Martínez en Miami, que recientemente abandonaron el Ballet Nacional de Cuba, tuvo al segundo acto de Giselle por gran protagonista, el pasado sábado 18, en el Miami-Dade County Auditorium bajo la sombrilla de Cuban Classical Ballet of Miami (CCBM), que dirige el maestro Pedro Pablo Peña.

La entrega comenzó con un pas de deux Aguas primaverales, muy original –donde el canto lírico y el piano se conjugaron de forma muy armoniosa con la danza, gracias a la afinada soprano Silvya Luduena y a su excelente pianista acompañante Daniel Daroca–, con el siempre sorprendente Jorge Oscar Sánchez y la debutante en Miami Masiel Alonso, a cargo de sacarle brillo a la coreografía de Asaf Messerer para la partitura de Serguéi Rachmáninov; una presencia vigorosa, intensa, que fue el grato abrebocas para lo que seguiría a continuación.

Los bailarines Masiel Alonso, Ignacio Galindez y Mayrel Martinez. (CORTESÍA)

Los primeros bailarines Marizé Fumero y Arionel Vargas recrearon a seguidas el pas de deux del ballet Romeo y Julieta    –coreografía de Kenneth McMillan y música de Serguéi Prokófiev–, con una feliz correspondencia “amorosa” entre técnica e interpretación, y el mérito adicional de que les esperaba el segundo acto de Giselle para el que por lógica debían reservarse. Mención aparte merece la inclusión física del balcón de Julieta, con una proyección que evocaba un palacio veronés como fondo.

Jorge Oscar Sánchez regresó a escena, ahora acompañado por Manuela Navarro, para brindarnos el pas de peasant del primer acto de Giselle, que Alicia Alonso sustituyó por un pas de dix, con seis bailarinas y cuatro bailarines, en su aclamada versión de Giselle, a partir de la coreografía original de Jean Coralli y Jules Perrot.

Jorge y Manuela se lucieron en el adagio, y a ambos se les vio muy cómodos en sus respectivas variaciones, donde derrocharon musicalidad y bravura técnica.

De la aldea campesina de Giselle, Masiel Alonso, Mayrel Martínez e Ignacio Galíndez nos trasladaron a la corte del príncipe Sigfrido, para darle vida al pas de trois del primer acto del ballet El lago de los cisnes, coreografiado por Marius Petipa y música de Piotr I. Chaicovski.

Con una hermosa proyección palaciega de fondo, tanto la debutante Mayrel como Masiel, en su segunda aparición, demostraron que las grandes expectativas creadas por la noticia de su llegada a Miami no estuvieron infundadas, mientras que Ignacio Galíndez –su partenaire compartido–tuvo un perfil más bajo, pues en su variación le faltó elevación en los saltos y en general más brillo para estar a la par de sus compañeras.

El segundo acto de Giselle

Después de un adecuado intermedio, llegó el plato fuerte de la noche: el segundo acto de Giselle.    

En Giselle, el ballet romántico por excelencia, el drama transcurre en Europa Central, en el Medioevo. La protagonista es una joven campesina que corresponde al amor de Lois, a quien ella cree un aldeano, pero que en realidad es Albrecht, duque de Silesia.

Hilarión, el guardabosque, quien también la pretende sin ser correspondido, descubre la impostura del duque, y se la revela a Giselle ante Bathilde, la prometida de Albrecht, que se encuentra de visita en la aldea junto a su corte. Giselle, ante la traición de su amado, enloquece y muere.

En el segundo acto que vimos, Hilarión visita la tumba de Giselle en el bosque, donde pasada la medianoche las wilis (espectros de doncellas que murieron vírgenes) persiguen a todo hombre que se aventure en sus dominios, y las wilis lo atrapan y lo hacen bailar hasta morir. Giselle hace su iniciación ante Mirtha, su reina, y luego se aparece ante Albrecht, que al igual que Hilarión se ha aventurado en el bosque para visitar su tumba. Giselle intercede sin éxito ante una implacable Mirtha, pero logra alargar el extenuante baile de su amado hasta el amanecer para salvarlo, tras lo cual regresa a su tumba ante la desesperación de un arrepentido Albrecht.

Antes de pasar a glosar las interpretaciones de los personajes principales, quiero elogiar el efecto de la niebla en el bosque, aunque hubiera preferido una proyección más convencional como fondo y luces más discretas, pues este segundo acto se desarrolla pasadas las doce de la noche, hasta que amanece, y la iluminación casi no varió, lo cual no es imputable a la dirección artística, lo sé, sino a las limitaciones técnicas del teatro en cuanto a diseño de luces.

Marizé Fumero, como Mirtha, la Reina de las Wilis, estuvo totalmente a la altura que su rol requiere, tanto técnica como interpretativamente, pues logró combinar sus impresionantes grand jettés –de los mejores que he visto en los últimos tiempos, Marinski de San Petersburgo y Bolshói de Moscú incluidos–, más sus elegantes balances y pasmosas extensiones a 180 grados, con un dominio absoluto del personaje. Dura, altiva e implacable, su Mirtha fue lo mejor de la función, sin desdorar el preciso y admirable trabajo del cuerpo de baile.

Jorge Oscar Sánchez –quien sustituyó en el último momento al anunciado Arionel Vargas– resultó ser un convincente y suplicante Hilarión, además de un excelente ejecutante de su coreografía, mucho más demandante que en otras versiones, lo que considero otro punto a favor de esta.

Manuela Navarro y Mayrel Martínez, a cargo de las dos wilis conocidas como Zulma y Moyna, brillaron en sus respectivas variaciones, totalmente a la altura de su reina.

Amaya Rodríguez, en la segunda Giselle de su joven carrera, al salir de la tumba giró rauda en planta sin perder elegancia, y concluyó en punta como se acostumbra en la versión cubana de este ballet. En el inicio del Grand Pas (lo que los cubanos conocedores de ballet llaman “la escena de la luna”) giró lentamente en planta sin titubeos y logró una impecable extensión a 180 grados, que a mi juicio fue su mejor momento de toda la función. Los entrechats de su variación sí fueron más lentos que los de la versión del BNC, pero totalmente en música, dado que la orquestación escogida para esta puesta fue diferente también a la que utiliza la compañía cubana, situación que se volvió a repetir en la escena de la llegada de Albrecht a la tumba de Giselle.

Arionel Vargas –que del Hilarión que tenía previsto tuvo que pasar a ser el Albrecht prácticamente sin ensayo, por indisposición del anunciado Carlos Guerra– cumplió con gran elegancia como eficaz acompañante, pero su variación pecó de discreta, con menos bravura técnica que la que le he visto en ocasiones anteriores.

En la entrada a la tumba, sobró esa cargada horizontal balanceante de Giselle por parte de Albrecht, y extrañé el efecto del “cruzamiento” de ambos sin tocarse que tan bello efecto causa en el público.

Para mejorar el efecto de la desaparición de Giselle se podía haber pegado más la tumba al árbol adyacente (se vio claramente como Amaya se “escabullía” por el lateral), pero ello no empaña el gran triunfo que representa montar este ballet tan bello, tan romántico, en Miami, gracias al enorme esfuerzo de Pedro Pablo Peña y de Eriberto Jiménez, así como de todos los talentosos bailarines y personal técnico involucrados en hacer realidad este sueño.

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