En las oficinas de Cala Enterprises, unas instalaciones ubicadas en el corazón del lujoso Brickell Key con amplias vistas a la apacible Bahía de Biscayne, se respira paz.
Quien es una de las grandes figuras de la televisión hispana y “un comunicador en esencia”, se encuentra embarcado en un viaje muy personal de superación al que dice que quiere sumar a todos. Quizás por eso habla con pasión de su reciente viaje a Cuba tras una ausencia de 15 años, sus nuevos proyectos, entre los que está la asesoría a empresas, sus viajes futuros y su más reciente libro, La piñata mágica, dedicado a los niños.
Sin dudas, en las oficinas de Cala Enterprises se respira paz, pero también quienes las visiten se van con la sensación de que por allí pasa uno de los tantos caminos que conducen al éxito.
¿Cuánto tiempo llevabas sin regresar a Cuba, tienes familia allá?
Hacía 15 años. Tengo una sobrina a quien dejé con cinco añitos y acabo de verla en Santiago de Cuba, ya tiene 20 años. Y tenía tanto nerviosismo que le temblaban las piernas, y la mamá le decía: ‘sal a recibir a tu tío’ y ella decía: ‘no puedo’ y empezó a llorar. Fue uno de los momentos más emotivos del viaje. Y también tengo tíos, mi tía abuela Cacha que tiene 96 años, en un central azucarero, con una lucidez que quisiera yo llegar a los 96 años como Cacha. Fue una alegría ver a tanta gente querida que no había visto en 15 años, entre ellos, algunos ya en sus tumbas. Visité la tumba de mi abuela, quien fue casi mi madre, la de mi papá, quien murió con esquizofrenia, y yo no pude ir a estar con mis tíos. En estos 15 años hubo muchas pérdidas y no pude tener ese duelo ni esa despedida física ni ese abrazo con mis seres queridos. Pero ahora lo hice porque este viaje no era para ir a pelear con el pasado. El pasado no se cambia, no hay manera de poder cambiar algo que ya pasó. Y aprendí que no se va al pasado a pelear, se va a reconciliarse, a aprender, incluso hasta a armonizar con él.
Sin dudas, fue un reencuentro muy emotivo con tu familia, ¿ocurrió algo que te decepcionara, tal vez el recibimiento de las autoridades?
No. En 2002 no me dejaron entrar, no por los papeles cubanos, sino por mi residencia permanente en Toronto, algo que me pareció absurdo. Recuerdo como como si fuera ahora, en el aeropuerto de Santiago de Cuba, el 20 de diciembre de 2002, que el señor me dijo: ‘sus papeles cubanos están en regla, sin embargo, esa residencia que trae de Canadá está un poco confusa. Le dije: ‘es permanente, le falta la “e” para que diga permanente en español, algo que es permanente cómo va a vencer. En una discusión un poco acalorada, me dijo que tenía llevar una carta, y lo único que se me ocurrió decirle fue que llamara al representante de Air Canada, porque si me tocaba regresar, no me quedaría un minuto más allí. Y por suerte el avión estaba regresando vacío a Toronto, y dije pues detenga el avión porque ahí me voy yo. Después de ese acto humillante, a mí no me quedo otra alternativa que bloquear a Cuba. Mi comunicación con mis familiares fue la mínima posible, para que supieran que yo estaba bien, pero dejé de escuchar música cubana, de ver cine cubano, de escuchar noticias sobre Cuba, porque cuando te pasa algo así, tienes que salir adelante, y dije en algún momento regresaré. Después de las declaraciones que hice el año pasado sobre Cuba en CNN, ciertamente ha habido una apertura, porque hay muchos cubanos como yo, que en un momento fuimos catalogados de gusanos, de pestes, de desertores, de apátridas, y ahora hemos podido viajar sin conflictos.
¿En qué lugar está ahora Cuba para ti?
Cuba está en mi corazón, siempre estuvo, pero estaba en una puertecita cerrada, algo muy triste porque ya lo dijo José Martí: ‘La patria es de todos’. Y un país se hace grande cuando asume las diferencias de todos lo que nacieron allí. No necesitamos pensar igual para creer en el mismo proyecto de patria, de país. Entonces, vengo de Cuba con muchos momentos tristes, nostálgicos, pero por lo menos encontré una Cuba mucho más abierta y receptiva para dejar que alguien que piensa diferente, entre, conviva y no lo consideren directamente un enemigo, porque yo no puede ser enemigo de mis propios compatriotas, ese no es mi concepto de cubanía. Yo lo que quiero para mi país es pluralidad, competitividad, que se abra al mundo, no como una postal de los años 50, que está muy bonito, yo mantendría los Chevrolet, pero sin la emisión de gas que tienen, sino con un motor nuevo que sea mucho más eficiente ecológicamente. Cuba es una mezcla de tantas cosas que para mí ha sido muy difícil describirlas con palabras. Pero sí puedo decir que me reencontré con mi identidad cubana, y descubrí que por mucho que haya vivido en Canadá, que sea ciudadano estadounidense, yo soy más de Cuba que de esos países que me han acogido. Y ahí estaba con la sangre efervescente, diciendo aquí nací y aquí pertenezco, hay algo de esa espontaneidad del cubano que tengo que rescatar. Fue un viaje muy interesante. Siento que es un país en mejor condición que el que dejé. He visto a Santiago de Cuba, como ciudad, mejor que nunca, mi pueblo no, El Caney la verdad fue un desastre.
¿Te reconocían en la calle?
Sí, me reconocieron. Hubo una frase muy interesante de una dependienta de Tropicana, donde fui el 31 de diciembre a pasar el fin de año, la señora me dijo: ‘soy discreta pero no creas que no te reconocí, que bueno verte de nuevo aquí porque eras de lo mejor que teníamos’. Me emocionó tanto que después de casi 20 años que yo no vivo en Cuba, alguien que vive allá me recordara por lo que yo hice en Cuba. Pero después fui al Hotel Nacional y un señor me dijo: ‘oye te recogieron, que bueno chico porque hacía falta’. Y en el sentido de que ‘me recogieron’, obvio porque mucha gente supo que no me dejaron entrar en 2002.
Fue como si nunca te hubieras ido, ¿no?
¡Eso! Y el sentimiento fue un poquito de nervios, porque de repente dije ¿podré salir de nuevo? [risas], y en otro momento dije quiero regresar cada dos meses, quiero ver de qué manera puedo hacer algo, cómo podría traer aquí esas conferencias que hago por el mundo, que no hablan de política, sino de un despertar de conciencia, de empoderamiento personal con el que no eres parasito del gobierno, sino que asumes tu potencial y desarrollo en pos de una sociedad. Yo decía cómo puedo contribuir, porque además, 28 años de mi vida, quiera yo o no, pertenecen a mi historia en Cuba. De hecho, confieso que fui a Santa Ifigenia, al mausoleo de Fidel Castro, porque está al lado del mausoleo de José Martí, y para mí Martí es el personaje más genial y emblemático de la intelectualidad y la historia de Cuba. Y me dio curiosidad. Fue el momento que más historias mías removió, negativas, trágicas, vi la piedra que representa la muerte de Fidel y pensé, quiera yo o no, nací bajo el designio de este país, de lo que era mi país y mi destino por 28 años. Y simbolizado en esa piedra, al lado del majestuoso monumento a Martí, reflexioné sobre cómo veía yo esa historia, que nunca supe cómo iba a desenvolverse en mi tiempo de vida. Hay mucha gente que no entiende eso, que lleva la ideología tan radicalmente que no acepta diálogo. Yo apuesto por el diálogo, porque el cubano debe tratar de aportar algo a su país. Claro, yo no perdí mucho, a mí no me confiscaron una casa, no que quitaron nada. No puedo hablar por los que vivieron esa situación, pero sí puedo hablar por mi abuelo que fue preso político, que murió en el exilio en New Jersey. Yo no puedo cambiar la historia de mi abuelo, lo único que puedo hacer es ver cómo me inserto, de manera constructiva y positiva, en la historia de mi país. El camino que escogí fue el de ayudar a otros a seguir adelante, sin vivir anclados en el pasado porque no hay manera de que alguien progrese, si lo único que lo mueve es el remordimiento y resentimiento. A mí de verdad me importan tres pepinos los comentarios de la gente, que aun de manera absurda dice que fui a Cuba a dejarle dinero a los Castro, que estúpidos porque yo fui a dejarle dinero a mi sobrina, y a darle a mi sobrina el regocijo de que viera a su tío. Y también a abrazar a mi maestra de 84 años, que cuando yo tenía ocho, en Santiago de Cuba, me hizo una prueba de lectura y me dijo que le encantaría que yo perteneciera a un club de interés de radio. Y fui a darle una mano a esa señora, a decirle estoy aquí por gratitud, porque la recuerdo y porque usted sembró en mí una semilla que mire adonde me ha llevado.
Arrancas el 2017 con un libro nuevo para niños, basado en La vida es una piñata, ¿qué te motiva a escribir para los pequeños?
Yo creo que mi propia historia. Me remonto a los ocho años, cuando miro lo que ha formado mis valores, el sentido de la vida, el explorar un hobby que se convirtió en una vocación y mira todo lo que ha pagado en mi vida como profesión. Estaba escribiendo El poder de escuchar, que fue el primer libro para adultos y jóvenes y luego Un buen hijo de P y El secreto del Bambú, pero me ocurrió algo muy curioso con El secreto del Bambú, porque dije que tal si este mismo mensaje, pero mucho más ligero y dirigido para los niños, se les empieza a inculcar con la ayuda de la familia y los maestros. Y empiezo a conquistar no solo a los adultos, sino a generaciones que están por formarse. Y el Bambú se prestaba porque es muy gráfico, entonces se me ocurrió en uno de esos vuelos, que son mis laboratorios creativos, donde más descarga mi creatividad, empezar a hacer eso con los libros que me lo permitiera. Y es lo que estamos haciendo con La piñata mágica, basado en la metáfora de La vida es una piñata, una historia que también escribí en un vuelo de cuatro horas, basada en la vida real, de un niño egoísta que quería dos piñatas para el mismo. El mensaje del libro en La piñata mágica es que para qué te sirve acumular pertenencias, si realmente lo más lindo en la vida es compartir lo que tienes. Creo que les va a dejar una muy buena lección.
¿Qué viajes tienes previstos para este año?
Siempre dije que quería que me pagaran por hacer lo que me gusta, y que yo tuviera la opción de dejar de hacer lo que no me gusta. Mis decisiones del último año, de cerrar ciclos y abrir otros, están basadas en esa filosofía de vida: potenciar las cosas que me hacen sentir bien y convertirlas en oportunidades de negocio. La gente me pregunta si me cansa viajar. Mi cuerpo se cansa, pero mi espíritu nunca se cansa de explorar culturas, porque cuando viajas empiezas a juzgar menos y entender más a los otros, a elevar tu sentido de pertenencia, no a un país sino al mundo, te conviertes en un ciudadano global. Ese es el propósito de los viajes de conciencia que hacemos en Cala Enterprises. Este año vamos a Montaña Azul, esta es la tercera vez que hacemos este retiro espiritual en esa montaña paradisiaca en Costa Rica. También vamos a India y seguimos para Panamá con una conferencia de un día y medio. Y luego vamos para Israel nueve días.
¿De qué se trata EsCala Corporativa?
Desde hace varios años las empresas me contrataban para que diera conferencias motivacionales y hablara sobre cómo trabajar el capital humano, que es el más importante. Y me di de cuenta que necesitaba de asesores y facilitadores de entrenamiento para medir el impacto que un seminario de capacitación tiene a nivel empresarial. Y eso es lo que estamos creando, toda una unidad que se llama EsCala Corporativa. Yo doy el seminario principal, pero luego hay expertos que darán consultoría y profundizarán en temas como productividad, excelencia, trabajo en equipo, gestión, etc. Hoy vivimos en una economía colaborativa, en la que se necesitan líderes en cada área de una organización. Estamos potenciando esa mentalidad de que cada asociado de una empresa tiene que tener bienestar dentro y fuera de su lugar de trabajo, porque ese será el indicador de su productividad y, sobre todo, de su lealtad a la marca.
¿Te consideras exitoso?
Yo me considero un éxito total, pero bajo los conceptos que tuve que redescubrir del éxito porque por mucho tiempo viví el éxito de afuera, de los logros, de que los demás me aplaudieran y fui esclavo de mi ego, sobre todo en una industria como los medios de comunicación. El éxito hacía que mi ego siguiera engrandeciéndose. Entonces me pregunté qué me hacía exitoso, y no es un programa de televisión, incluso lo dejé en un momento cumbre, algo que ningún otro periodista todavía entiende. Me preguntan cómo pude deshacerme de algo que sigue siendo la cumbre para muchos. Yo viví esa cumbre, estuve en la cima y quise transitar otras. Siento que el éxito se logra cuando puedes compartir y aportar a la vida de otros, y ahí me siento exitoso.
Hay quien diría que dejaste de ser periodista para convertirte en motivador, ¿cómo te autodefines?
No lo tengo claro, pero es que confusión es alegría, porque si tengo confusión es que quiero encontrar algunas respuestas. Siempre me definí como un comunicador y lo sigo siendo. He trabajado como periodista, pero mi ADN no es de periodista, es de comunicador, porque siempre vi la comunicación en un sentido mucho más amplio que el periodismo. Me considero un comunicador que usa todas estas herramientas para enviar mensajes de crecimiento y empoderamiento personal. Me di cuenta de que el periodismo me limitaba un poco a lograr esa misión, porque a veces sin querer tenía que exacerbar lo peor del ser humano. Y eso no es lo que quiero hacer hoy, yo quiero sacar lo mejor del ser humano, hacerle entender a la gente que solo desde el amor y no el miedo, podremos vivir en un mejor mundo. El periodismo es necesario en las sociedades, sin él hubiera anarquía, despotismo, abuso de poder de los políticos, pero uno tiene que saber desde donde contribuye mejor a la sociedad, y creo que contribuyo más desde el campo de la superación personal. A lo mejor en otro momento me proponen regresar al periodismo y hago un ciclo, pero hoy estoy feliz con lo que hago.
Cuando se apagan las cámaras, ¿quién es Ismael Cala?
Cuando las cámaras se apagan, Ismael sigo siendo un tipo más tímido, una persona de campo. Amo la naturaleza, estar con mis amigos y mi familia hablando; me gusta leer, ir al cine, montar bicicleta, nadar, pero mi pasatiempo favorito sigue siendo reunir amigos de toda confianza a los que les pueda decir las estupideces más grandes que se me ocurran en el momento. No miento en la vida real, detesto las mentiras, pero me encanta la ficción, crear historias para probar la ingenuidad de las personas. Pero el Ismael público, cada año que pasa, es mucho más congruente con el que no está delante de las cámaras.