"La ira de Narciso" capta el espíritu de las novelas de Agatha Christie

No se trata de información, sino de tener la posibilidad de ver, de dialogar. En Miami cuando se entrevista a algún director muchas respuestas se reducen o terminan en lamentos económicos.

Traída a Miami por la compañía Deus Ex Machina, de Caracas, Venezuela, para formar parte de la 38 edición del Festival Internacional de Teatro de Miami, la obra dirigida por Rossana Hernández ha desatado todo un movimiento de elogios, exclamaciones y aceptación entre el público que llenó las tres funciones que se presentaron en el Teatro del Koubek Center, una de las sedes del Festival.

La obra de Blanco, parece muchas cosas, pero realmente resulta una pieza única (al menos para mí) por su estructura, desarrollo, posibilidades escénicas y conducción. Es un texto que demanda mucho del actor, que debe tener muy buenas condiciones físicas para permanecer más de dos horas sobre el escenario hablando todo el tiempo.

La ira de Narciso es una obra que va atrapando, tiene el espíritu de las novelas de Agatha Christie. Es un trabajo que agarra, pide concentración a la audiencia que se deja seducir por la narración.

Y esto parece ser una de las premisas del texto de Sergio Blanco, lograr hacer teatro, un teatro intenso, a partir de una narración que es literalmente un relato en primera persona, donde a todas luces no hay un conflicto escénico, pero está ahí, subyacente y estalla al final.

En La ira de Narciso, un conferencista viaja a un congreso a Liubliana, la capital de Slovenia, y desde su arribo al hotel comienza a buscar un encuentro sexual. Contacta por las redes de contacto a Igor, un joven local y comienzan una serie de intensos encuentros.

En el hotel, mientras repasa su presentación para el congreso sobre el mito de Narciso, encuentra en el piso unas tenues manchas de sangre, que fueron limpiadas, pero han dejado algunos trazos que él logra ver.

El texto es un recorrido entre el sexo, las manchas que cada vez encuentra más y su intervención en el evento que lo llevó a Liubliana. Pero todo esto es un resumen a grandes rasgos de una historia llena de matices, de frases, palabras que eventualmente ocuparán su sitio en el conjunto de la obra.

Todo va fluyendo mientras el protagonista del unipersonal, Gabriel Agüero, un actor muy completo, habla por teléfono con su madre enferma de Alzheimer, desbarra contra la hipocresía entre los académicos, se masturba, fantasea con Igor, baila y canta, regresa a la curiosidad por las manchas de sangre en el piso. Reflexiona sobre el arte: “un artista es aquel que inmortaliza”, también sobre la muerte y el tiempo. Un hombre atento a los detalles, que lo fuerzan a investigar si algo pasó en la habitación 288 donde ha encontrado manchas de sangre.

Tras una llamada a su amigo Marlon, que es experto en criminología, se produce un cambio en el curso de la obra. El protagonista, que hace de sí mismo y de Sergio Blanco, el autor del texto, comienza a investigar en lo que pudo haber pasado realmente en el cuarto donde duerme cada noche.

El desempeño de Gabriel Agüero en escena es grandioso, descargando energía y dominio, un trabajo todo terreno, sin fisuras, en control del público y de toda la sala. Su manejo de la multimedia, computadora y proyecciones en una pantalla grande, hacen que lo que le rodea, incluso el patio de butacas, sea parte del conjunto escenográfico.

Vuelvo a mis propias limitaciones como espectador, pero La ira de Narciso, es uno de las mejores obras que he visto en mucho tiempo.