MIAMI.- Desde Montevideo, Uruguay viajaron a Miami los actores Estefanía Acosta y Lucio Hernández, para representar a su país en la 38 edición del Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami, que organiza Teatro Avante.
A medida que avanza la obra, se sabe que Barrabás es el perro Pitbull que la familia adquirió en un refugio para mascotas y que tiene un sangriento pasado
MIAMI.- Desde Montevideo, Uruguay viajaron a Miami los actores Estefanía Acosta y Lucio Hernández, para representar a su país en la 38 edición del Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami, que organiza Teatro Avante.
La propuesta, Barrabás, historia de un perro, texto y dirección de Stefanie Neukirch, cuenta, según indica la sinopsis difundida, la historia de un niño de dos años que es atacado por su perro. Se indica que “la madre es testigo del ataque, el padre no. Padre y madre se culparán por turnos en el intento fallido de encontrar una explicación a lo inconmensurable”. Pero la obra es mucho más, y también mucho menos, de lo que el espectador confronta en escena.
Sin dudas, se trata de un texto complejo, que incursiona en la culpa, la inseguridad y la búsqueda de una verdad, que no tiene que ser propiamente la real. Durante el encuentro de la mujer con su esposo, se introducen conexiones a las religiones para intentar explicar situaciones y posibles realidades. Hacía el final la obra da un giro de 180 grados y es ahí donde conceptualmente, este observador encuentra algunas deficiencias que le restan credibilidad a la pieza, aunque teatralmente resulten muy bien concebida.
A medida que avanza la obra, se sabe que Barrabás es el perro Pitbull que la familia adquirió en un refugio para mascotas y que el animal tiene un sangriento pasado. Desde el comienzo todo es impactante, pues Muriel, la mujer, personaje que interpreta con seguridad y fuerza expresiva Estefanía Acosta, está completamente ensangrentada, al igual que el piso de la casa. Ella bebe un trago mientras habla por teléfono con su madre y el médico que atiende a su hijo.
Desde los primeros minutos queda claro que su hijo Gaby está siendo intervenido de urgencias en un hospital por las mordeduras del perro, y que el pobre niño pierde un brazo. De esa tragedia no hay dudas de lo que ha acontecido, porque la madre lo expresa y el público la escucha y además, ve sangre por todos lados, en insisto, también en y la ropa de Muriel.
La llegada del padre, Tomás, un escritor y conferencista que viaja de urgencia desde Jerusalén, donde se encontraba, desemboca en un intenso encuentro con su mujer, buscando una explicación a lo sucedido. Mientras se habla de los hechos, la mujer sigue bebiendo, y sale a relucir una amante del hombre y que Barrabás había sido un perro de pelea de un tal Lascas.
Lucio Hernández como Tomás, asume su personaje con calma contenida y control. Defiende la acción de su mascota, y como se presume muerta, plantea enterrarla antes de ir a ver al hijo al sanatorio, y hasta evoca la Vía Dolorosa por la que caminó horas antes de viajar precipitadamente a Montevideo (todo esto ocurre mientras el hijo de la pareja está en el quirófano de un hospital).
La historia tiene otros puntos por los que se mueve, hasta que en los minutos finales el hombre sale al patio de la casa a ver al animal muerto y se lo encuentra “vivo y sin ningún rasguño”. Este giro desconcierta aun más y deja abiertas muchas puertas y dudas, como la del torrente de arena que cae desde lo alto del escenario en dos ocasiones, al principio y al final de la obra, sin dudas como símbolo de algo, cuyo significado no queda claro para este asistente (eso sí, fue un agradable efecto teatral).
El teatro es magia y creación, pero cualquier complejidad temática y escénica debe sostenerse, como la arena, como la sangre en el cuerpo de la mujer, como el hecho de que el dueño del perro regrese a la casa después de días, y éste no se ponga ladrar de alegría, como acostumbran a hacer los perros. Todo queda abierto, sugiriendo que Muriel acuchilló a su hijo (lo cual sería otra obra). En fin, tan abierta, como las puertas del Westchester Cultural Center al terminar la función. Cada cual tomó su camino, quizás convencido, que no se trataba precisamente de la historia de un perro, como indica el título de la confusa pieza.