27 de febrero, Kiev, Ucrania.
“Vista desde mi ventana en Kiev hoy, el cuarto día en guerra”, escribe la artista visual Olga Kosheleva, y comparte una foto desde su apartamento en la ciudad ucraniana.
Olga nació en Kiev en 1986, el año del desastre nuclear de Chernóbil. Quizás por eso su estética se basa en piezas de colores vibrantes donde, más allá de los corsés de la forma, predominan la expresión, lo espontáneo, el color y la esperanza por el ser humano y el medioambiente. Sus peculiares esculturas y gafas de sol nos hacen ver el mundo como a través de un arcoíris. De hecho, le han llamado “la chica de las gafas de sol”.
Hace poco participaba en una muestra de arte con varias de sus obras, en uno de tantos eventos de su brillante carrera. Pero ahora, todas las paletas de colores están en suspenso mientras ella espera a que termine la invasión.
28 de febrero, Kiev, Ucrania.
Olga comparte una foto refugiada en la camita de su hija, en el pasillo de su apartamento en Kiev. Escribe: “Mi refugio en el pasillo durante los últimos días. Estoy orgullosa de ser ucraniana. ¡Nací en Kiev y amo a Ucrania con todo mi corazón! ¡No puedo creer que mi país y su gente sufran tanto! ¡Es un país hermoso con gente fuerte y conmovedora, cultura única, paisajes asombrosos y rezo por su libertad!”
Nos comunicamos en inglés, en un entrecortado ir y venir de mensajes en dos husos horarios y dos realidades, ahora mismo, muy diferentes. Pongo el teléfono en la mesa de noche para escuchar los mensajes que puedan entrar en la madrugada, desde el otro lado del Atlántico.
Le he preguntado qué hace durante el día, cómo consigue comida y, sobre todo, que significa la invasión, cómo una artista lee el absurdo de estos tiempos, la violencia, el ruido de la guerra en su ciudad natal. Espero sus respuestas con ansiedad, sé que esto no es ni una milésima parte de la angustia que ella pueda estar atravesando.
– Con gusto te respondo a tus preguntas –escribe Olga después de varias horas de espera.
–Te mando todo mi cariño y apoyo. No puedo ni imaginar lo que estás viviendo –respondo.
Realmente no sé qué otra cosa puedo decirle ahora, qué consuelo o esperanza puedo darle más allá de rezar para que esta pesadilla termine, para que ella siga pintando su mundo de colores, regrese algún día a Miami y nos volvamos a encontrar, como en aquel 6 de diciembre de 2018 donde reímos tanto.
1ro de marzo, Kiev, Ucrania.
– Estoy saliendo de Kiev. Como vivo cerca del servicio de seguridad de Ucrania ellos dijeron que todos los que están alrededor de la zona deben irse, porque van a bombardear. Así que estoy en mi auto ahora –me dice Olga, mientras se aleja del centro de la ciudad.
– Cuídate mucho, escribe cuando puedas.
– Gracias por tu apoyo –se despide, y promete avisarme cuando llegue a una zona segura.
Entro en su página web y miro sus obras, la veo sonreír rodeada de colores y juegos tridimensionales. A los 20 años, Olga Kosheleva viajó por África, América Latina y Asia, e incluso vivió un tiempo entre los Masai en Kenia. Estos viajes reafirmaron su propósito de buscar un equilibrio entre la vida natural y la comodidad de la tecnología moderna.
2 de marzo, Francia.
– Estoy en la carretera en Francia –Olga me actualiza sobre su paradero.
En su equipaje lleva poco. Con apenas pocos minutos para salir de su casa, agarró su chaqueta favorita, pintada por ella misma. Para su hija guardó un poco de ropa y algunos de sus juguetes favoritos.
– Tuvimos que irnos y dejar todo atrás. Para mí lo más doloroso fue dejar mis obras de arte, que espero recuperar algún día.
Al inicio de su carrera, la artista ucraniana usaba pinturas al óleo y acrílicas sobre lienzo, pero en 2015 comenzó a hacer esculturas con el uso de objetos encontrados como ruedas, bañeras, bicicletas, teléfonos y otros. La intervención de estos objetos con el uso del color y los volúmenes son parte de su sello personal.
3 de marzo, Francia.
– La verdad es que estoy muy triste –escribe Olga–. Trabajo todo el día en una organización de Kiev de evacuación para ucranianos.
– ¿Estás ayudando a los refugiados que llegan a Francia?
– Sí. Muchas llamadas, es una locura. Aún no he tenido tiempo de contarte más–admite.
– Cuando tengas tiempo –respondo.
Olga ha participado en exposiciones en Francia, Mónaco, Italia, Canadá y Estados Unidos, además de su país natal. Su obra se encuentra en numerosas colecciones privadas de Europa y Estados Unidos.
En 2017 recibió un premio de la Biennale d'Arte Contemporanea del Belvedere di San Leucio, Italia. Su escultura "Icebreakers", recibió el premio Leonardo da Vinci en Florencia en enero de 2018.
4 de marzo, Francia.
Ahora que encuentra un poco de tiempo, entre sus gestiones para conseguir personas que puedan llevar a otras en sus autos para huir de la invasión rusa, Olga repasa los últimos días.
– ¿Qué pasó por tu mente cuando comenzó la invasión?
– Estaba extremadamente sorprendida, como todo el mundo, desde que la invasión comenzó. Nadie esperaba esto. En un segundo mi vida cambió completamente de ser normal a ser una guerra –cuenta Olga.
– ¿Dónde estabas?
– Como la invasión comenzó en la noche nosotros estábamos en nuestras casas. Estaba en mi casa sola con mi hija y no tuve más opción que esperar en mi apartamento. Fue casi una semana en condiciones terribles, viviendo y durmiendo en un refugio improvisado en el pasillo del apartamento, esperando que eso nos protegiera del impacto de las bombas.
– Vi tu foto en la camita de la niña –no digo más, no le digo que me entristeció ver su rostro apagado por el miedo.
– Ha sido la experiencia más terrible de mi vida, que no le deseo a nadie. El sonido de las sirenas aún golpea en mi cabeza y el miedo no se aparta de mí –añade.
Sin duda, el hecho de abandonar su ciudad natal, su casa, ha marcado un antes y un después en la vida de Olga.
– Nací en Kiev y viví toda mi vida allí. Es una de las más hermosas y vibrantes ciudades en Europa, con una gran escena artística. Mi corazón está sangrando y siempre estará junto a Ucrania y los ucranianos –explica.
De hecho, cuando el 24 de febrero comenzó la invasión que varios analistas definen como el mayor ataque militar convencional en Europa desde la Segunda Guerra Mundial, Olga se enfocaba en nuevos proyectos.
– Estaba preparando una colección de arte llamada DNA –dice Olga–, que unía mi visión del presente y el pasado. También pensaba organizar una nueva exposición personal en Europa y EEUU.
– ¿Aún creas de algún modo en tu mente, te refugias en tus colores? –pregunto.
– Tengo tantos sentimientos encontrados que es difícil concentrarme en mi arte –confiesa–. Pero creo que estarán relacionados con la bella Ucrania que conocí en comparación con la nueva realidad impuesta a los ucranianos.
– Quizás sea complejo pensar en esto ahora, pero, ¿cómo ves el futuro?
– Mi fortaleza siempre ha sido el optimismo, que se refleja en mis obras coloridas. Esta actitud positiva me ha ayudado a superar los momentos difíciles que he pasado en los últimos días. Creo y quiero creer todavía que un resultado positivo es posible. Claro, los eventos actuales sacuden mi optimismo, pero necesito mantener la esperanza.
– ¿Qué ocupa tu tiempo por estos días? –pregunto, poco antes de que Olga deba regresar a sus labores.
– Acabo de escapar de Kiev pero muchos de mis amigos y parientes están ahí todavía. Dedico todo mi tiempo y energía para ayudar a los ucranianos en estos tiempos horribles. Sueño con regresar a la vida que tenía antes.