BRAGA.- "Aquí podemos salvar nuestra música", dice Ramiz, un músico afgano que huyó de su país tras la llegada al poder del gobierno talibán en 2021 y fue acogido en el norte de Portugal con varios de sus compañeros, también refugiados, de la escuela nacional de música.
"Nuestra esperanza es poder regresar un día a Afganistán y mostrar que nuestra música no está muerta", dice a la AFP este joven de 19 años, que apoya en sus rodillas el rubab, instrumento tradicional de cuerdas, especie de laúd de madera con incrustaciones de nácar.
Ramiz es uno de los 58 estudiantes del Instituto Nacional de Música de Afganistán, de entre 13 y 21 años, instalados en las ciudades portuguesas de Braga y Guimaraes.
Junto a sus compañeros, varios profesores y una parte de sus familias, forma parte de los 273 refugiados que aterrizaron en Lisboa el 13 de diciembre de 2021.
Salieron de Afganistán por temor a represalias de las autoridades talibanas, que cerraron las escuelas de música, se incautaron de los instrumentos y prohibieron los espectáculos públicos.
"Cuando los talibanes llegaron a las puertas de Kabul, era claro que debíamos irnos", recuerda Ahmad Sarmast, director del instituto, que hizo todo lo posible para evacuar de urgencia a los alumnos y el personal.
Este hombre de 61 años perdió parte de su audición en un atentado perpetrado por los talibanes en 2014.
Un acto de resistencia
"Hoy Afganistán es una nación reducida al silencio víctima de un genocidio cultural y musical", agregó este especialista de la música afgana, que se dio por misión conservar el patrimonio musical de su país y hacer revivir en Portugal la escuela que fundó en 2010.
"El proyecto busca recrear el instituto de música en el exilio", explica Sarmast. En Portugal, la escuela pudo reanudar la mayor parte de sus actividades, como el conjunto Zohra, la primera orquesta totalmente femenina de Afganistán, creada en 2016.
Hasta que Sarmast encuentre el local que le servirá para recrear la escuela, sus alumnos siguen tocando en el conservatorio de música de Braga, como un acto de resistencia.
"Cada espectáculo de nuestra escuela es una manera de protestar contra lo que pasa en Afganistán", señala.
A inicios de marzo, tocaron junto a la famosa violinista estadounidense de origen japonés Midori Goto.
"Estar aquí está muy bien porque estamos todos juntos", opina Shogufa, una percusionista de 19 años, que comparte un departamento de tres cuartos con otra estudiante.
A miles de kilómetros de Kabul, Shogufa se ha propuesto disfrutar esta nueva vida en Portugal. En sus tiempos libres, esta admiradora de Beethoven compone música, cocina, sale a comer hamburguesas o practica algún deporte con sus amigos en un club del barrio.
"Seguir con nuestros estudios"
En Afganistán, las estudiantes de secundaria y universidad ya no tiene acceso a una educación moderna. "Pero en Portugal tenemos la suerte de ir a la escuela todos los días para seguir con nuestros estudios", subraya la joven de pelo castaño.
Ramiz también agradece poder seguir tocando el rubab, su verdadera pasión. Pero su expresión cambia cuando menciona su familia, que se quedó en Afganistán.
"¡Hablo con mi madre cada día! Necesita oír mi voz cada noche antes de dormirse", asegura el joven. Su padre y sus dos hermanos son también músicos y espera que pronto puedan reunirse en Portugal.
Shogufa también está preocupada por sus padres y sus seis hermanos. Todos se quedaron en un pequeño pueblo. Ahí, el día a día implica quedarse en casa. "Sin proyectos de futuro", comenta.
"Sin embargo, ser refugiado en el extranjero es muy difícil", añade la percusionista.
Antes de llegar a Braga, estuvo siete meses en un hospital militar de Lisboa, donde las condiciones eran precarias.
"Mi gran sueño es regresar un día a Afganistán", asegura. "Estoy segura de que las cosas se van a arreglar...y que los talibanes no permanecerán por siempre en el poder", concluye.
FUENTE: AFP