MIAMI.- Colmado de simbolismo, de ancestrales tradiciones y un ambiente entre festivo y sobrecogedor, es el espectáculo Réquiem por un alcaraván, obra escrita e interpretada por el mexicano Lukas Avendaño, que la organización FUNDarte presentó en el Centro Cultural Español de Miami como parte de la serie Out in the Tropics.
Intentar poner en contexto una serie de imágenes, gestos, danzas, sensualidad (sexualidad), música y una cultura para pretender explicar el espectáculo, es caer en la red de la propia nota promocional, que alude a “la danza performativa del hombre-mujer. La cultura zapoteca a través de la muxheidad, vive la homosexualidad, la gaycidad y los matrimonios entre personas del mismo sexo”. La pieza es (podría ser) todo lo acotado, pero también convoca a mucho más.
Réquiem por un alcaraván es un juego escénico que invita a la empatía con los muxe, personas indefinidas sexualmente. Constituyen “tres géneros: hombres, mujeres y muxe. Esta tercera clasificación ha sido reconocida y celebrada desde la época prehispánica”, se lee en algunos estudios. A partir de esta premisa que marca una identidad andrógina, se abren las puertas para entender el concepto de la obra y dejarse llevar por las emociones y la plasticidad del espectáculo.
Concebida y estrenada en el 2012 por Lukas Avendaño y presentada en numerosos escenarios de América Latina, Europa, Canadá y Estados Unidos, donde ahora llega a Miami, impresiona al público por sus asombrosos registros escénicos que corren entre el lenguaje corporal, la etnicidad y el comportamiento sexual.
La propuesta de Avendaño transcurre durante una fiesta de boda, donde solo aparece la casadera ataviada en su atuendo de rigor y peinada para la ocasión, desplazándose sobre una alfombra roja, al ritmo incesante y cadencioso de una música intencionalmente ensordecedora. Tras varios minutos aproximándose a una especie de trono, donde coquetea eróticamente con rosas, que se lleva a la boca, penetra con el dedo índice y lanza al camino, se transfigura emocionalmente en deseo y provocación a través de una mirada, un gesto con los ojos, una sonrisa. Toda la tensión inicial, quizás los primeros 10 minutos, rompe abruptamente la expectativa al mencionar como primeros parlamentos a una abuela atropellada por un camión, dejando escapar momentos de su vida y su cultura.
En realidad hay poco texto, más bien retazos de historia personal y expresiones lanzadas al vuelo: “nunca he estado sola porque me tengo a mi misma”, identificándose como femenino, o cuando expresa: “juego a que mi papá es mi esposo”. Pero es el lenguaje corporal quien crea la atmósfera sobrecogedora. En medio de la fiesta el actor interactúa con alguien del público que lleva al centro, bailan y lo convierte en su pareja, mientras una lluvia de confetis cae sobre ellos y el público se integra a la boda. Más tarde se vale de otro espectador para completar su trabajo, con cintas de colores donde se entrega a un frenesí de giros, poseída de goce. Al final hay un giro inesperado, intercultural, al comenzar el personaje a decir plegarias a la Virgen, que emanan de la cristiandad.
Lukas Avendaño es un gran actor, su trabajo es extraordinario, genial, lleva al público a donde quiere y lo deja lleno de dudas sobre toda la simbología alrededor de su propuesta escénica. Una boda que no puede ser posible, pues a los muxe no se le permite casarse, según las costumbres zapotecas, por lo que la obra trasciende aún más, para convertirse en una ilusión, en un llamado a un espacio propio para quienes son muxe.
Réquiem por un alcaraván trasciende fronteras, para llevar lo que siempre ha existido en todas las culturas, la forma de asumir la identidad sexual, en este caso desde una visión cerrada, pero tolerante, de la región indígena de Oaxaca.