Terence David John Pratchett nació el 28 de abril del año 1948 en la población de Beaconsfield, Bucks, Reino Unido. Pocos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Su padre, David, había sido mecánico durante la guerra, y continuó siéndolo después. Poseía una peculiar habilidad para reparar cualquier tipo de ingenio mecánico, una afición que contagió a su hijo, quien fue un geek mucho antes de que el término hubiera nacido, construyendo pequeños ingenios electrónico, desde cohetes hasta aparatos que produjeran descargas cada vez que su padre llegaba del trabajo. Su madre, Eileen, trabajó de secretaria, y fue la responsable de convertir a un hijo con una extraña tendencia a colgarse de los árboles en un… bueno, no en un adulto como Dios manda —la familia Pratchett tampoco creía mucho en su existencia—, pero sí en el ávido lector que más tarde sería.
Terry nació en una casa común y corriente por aquél entonces, mucho antes de que los bloques de apartamentos tomaran al asalto la campiña inglesa. En su casa solo existía una habitación. Para dormir, para cocinar, comer, pasar el rato y para refugiarse del frío invierno. El baño, o outhouse, era poco más que un hueco en el exterior que debía ser vaciado semanalmente, para desagrado del encargado, y para alivio del cultivo de tomates familiar.
No pasó mucho tiempo hasta que la familia se mudó a un apartamento. Una mudanza que los padres de Terry lamentaron hasta que descubrieron que la bañera no había que colgarla de la pared, y que podían disfrutar de agua corriente, e incluso agua caliente, a demanda.
En el colegio Terry fue un niño que, como ya se ha indicado, se distraía con facilidad. Es más, odiaba el colegio, y continuaría detestando el sistema educativo durante el resto de su vida. Era muy claro en manifestar que existían mejores maneras de preparar a las nuevas generaciones. Tal vez por este rechazo innato, y por su tendencia a pasar horas colgado de los árboles, el director de su colegio, un célebre pedagogo que más tarde se haría reputado por sus peculiares teorías respecto al control de la energía infantil, lo asignó al grupo de estudiantes que no estaban destinados a proseguir con sus estudios una vez pasada la edad de escolarización mínima. A Eileen Pratchett la idea la indignó y horrorizó, por lo que se responsabilizó de buscarle un profesor retirado como tutor a su díscolo hijo, e incluso llegó a pagarle a Terry por cada libro leído. El método pareció funcionar, y Terry fue el único alumno de su grupo que se graduó y pudo pasar a una escuela de estudios superiores. Sin embargo, no fue hasta que el joven Terry descubrió El Viento Entre los Sauces, donde los animales hablaban como si fueran personas, e incluso conducían, cuando entendió que la lectura podía reportarle algún beneficio adicional, al margen de los peniques de Eileen. ¡Aquello era divertido!
Así, un preadolescente Terry se hizo asiduo de la biblioteca del pueblo, de la que leyó todos y cada uno de los libros presentes. Tanto tiempo pasó en esa biblioteca, que lo hicieron ayudante honorario. Un cargo exento de paga, pero que le permitía llevarse estanterías enteras de libros a casa para leerlas a su gusto. A cambio, ordenaba los libros, pegaba las portadas viejas como un cirujano experto y daba consejos a padres que buscaban “un libro para un niño de doce años”, indicándoles que la mejor elección era un libro para un niño de catorce años.
El día en que la Trilogía del Anillo de J.R.R. Tolkien cayó en sus manos y decidió leerlo, una nochevieja, su mundo cambió por completo. Se leyó los tres libros en un solo día, descuidando sus labores de niñera de un bebé, que estuvo a punto de sufrir una hipotermia.
Los años pasaron y Terry empezó a asistir a conferencias de fantasía y ciencia-ficción. Hemos de pensar que por aquel entonces encontrar libros del género era una tarea equivalente a buscar oro en las montañas de California. Habían pocas ediciones, estaban dispersas, y la calidad era dudosa. Pero el gusano de la fantasía había picado a Terry. Fue en esas convenciones, de las que, por otro lado, se desencantó pronto, conoció a uno de sus más íntimos y perdurables amigos, David Busby.
Mientras Terry aún iba a la academia, David tenía un trabajo y un salario. Una influencia que, entre unas cosas y otras, empujó a Terry a buscar trabajo en el periódico local, allá por cuando no era necesario pisar una universidad para ser reportero, sino tan solo saber escribir y tener talento. ¿Escribir y ser pagado por ello? ¿Dónde estaba la trampa? Bueno, en que era un periódico local, y podía ser monótono. Pero sentó las bases para que Terry Pratchett ejerciera el oficio durante décadas hasta que, a los 42 años, decidió retirarse definitivamente para centrarse en la literatura. En cierto modo, las aventuras de Terry como periodista local, recuerdan a las de Ricky Gervais en la serie Afterlife, un paralelismo que quizás no le habría agradado al autor visto que Gervais le “arrebató” a ojos de Terry un premio que le habían prometido a él.
No tardó mucho Terry en casarse, con una muchacha a la que conoció en el tren, absorta en un libro de Tolkien, y con quien no se atrevió a hablar. De no haberlos juntado la casualidad días más tarde, Lyn y Terry podrían no haber vuelto a coincidir.
El joven matrimonio se dedicó a fermentar vino casero, criar cabras, y adoptar de forma compulsiva tortugas que Terry consideraba abandonadas y maltratadas en las tiendas de mascotas. En la humilde casa del matrimonio se formaba una serie de anillos en torno a la chimenea. Con las tortugas en el primer anillo, el vino en el segundo, y Lyn y Terry en la parte más externa.
A estas alturas Terry ya era un autor publicado. Su primer libro fue publicado a sus quince años. Y le robaba los últimos minutos del día a mecanografiar 300 palabras de la obra en la que estuviera trabajando. Pero el éxito del Mundodisco tardó en llegar, con muchas mudanzas, cambios de trabajos y el nacimiento de su hija, Rhianna.
El libro narra la humilde y encantadora transición de un muchacho humilde a un autor best seller, un escritor de fantasía que se ganó el título de la Orden de Caballería Británica, que pudo permitirse vivir en su burbuja. Un autor que se sentía incómodo aceptando grandes sumas por sus libros y a veces negociaba para que le pagaran menos. Porque, así lo veía él, no había modo de que un libro generara esos dividendos, y aceptar semejante cuantía sería equivalente a robar.
Terry fue también un autor devoto con sus seguidores, a quienes les respondía todas las cartas, por quienes permanecía horas firmando libros, e incluso a quienes obsequiaba con muestras de humildad impropias de alguien tan importante. Nada de esto incrementaba el genio de los escritos del Mundodisco. Pero la biografía nos otorga unos detalles que ayudan a comprender que el autor predicaba en la vida real con el ejemplo de aquellos valores que incluía, de forma muy sutil en sus libros. Todo eso a pesar de que, como una vez le comentó Roald Dahl, un autor que se cree con derecho para vender su moralina a los lectores ha perdido el camino. El trabajo de un escritor es entretener. Punto. Una perspectiva compartida por Sir Terry.
Su saga más conocida es Mundodisco, un trasunto entre los mundos de fantasía de espada y brujería, mezclado y agitado con unas dosis titánicas de humor y doble sentido; en ese mundo podemos observar un distorsionado espejo de nuestro propio mundo. La lista de novelas es igual de larga (El color de la magia, Mort, Brujerías, Dioses menores, Hombres de armas, Cartas en el asunto...) que el número de personajes icónicos que ha dejado: Rincewind, el Bibliotecario, Yaya Ceravieja, el Patricio Vetinari, Sam Vimes... Pratchett fue capaz de humanizar de un modo enternecedor a la propia muerte, tocar todo tipo de problemática -el racismo, la desigualdad entre hombres y mujeres-, impregnando su obra de una filosofía vital tan sólida como divertido era su humor.
Fuera de Mundodisco también explotó su prolífica capacidad creativa con la Trilogía de los Gnomos, la Trilogía de Johnny Maxwell, Nación (grandísima novela, con un estilo más pausado, sin renunciar a su humor en relación a las grandes preocupaciones de las personas y emotiva sin ser ñoña), la saga de mundos paralelos (La tierra larga, La guerra larga, El Marte largo) con Stephen Baxter, Buenos presagios, a dúo con Neil Gaiman, con el que mantuvo una muy buena relación, aunque lo presionara para despertarse más temprano cuando estaban colaborando en un proyectos cuatro manos con expresiones como “cabrón gandul” o dejando que las palomas de la familia Pratchett se colaran en la habitación de invitados.
Muchos de los trabajos de Terry fueron adaptados a la pequeña pantalla, y no le faltaron ofertas procedentes de Hollywood. Pero él siempre fue un firme defensor de lo local, de forma que sus trabajos cinematográficos terminaron en manos de la BBC.
El libro está repleto de momentos pratchianos. Irónicos, divertidos, truculentos… como el propio Terry parecía ser. Como el momento en que su madre falleció y para anunciarlo entró en la oficina y dijo: “que permanezca sentado todo aquel cuya madre siga con vida”. O la ocasión en la que, tras otorgársele la medalla de literatura infantil que ya le arrebatara una vez David Gervais, se las apañó para darle el cambiazo en el escenario por una réplica perfecta de chocolate, pelarla y darle un mordisco.
No dejó que el alzhéimer, enfermedad contra la que luchó durante años, afectara a su producción de dos libros del Mundodisco por año. Aunque al final tuviera que dictárselos a su ayudante personal.
Pratchett murió el 12 de marzo de 2015, con su gato Pongo, su hija y su mujer dormidas en la cama a su lado. Cuando despertaron, Terry ya no estaba ahí. Su marcha dejó un hueco difícil de llenar en la literatura. Un hueco que aún duele a muchos de los lectores de fantasía, pues su humanidad, su sentido del humor y su honesta perspicacia representaban, y aún lo hacen, un influjo de energía en las vidas de muchas personas.
“Nadie ha muerto del todo hasta que mueren las ondulaciones que ha provocado en este mundo: hasta que se para el reloj al que dio cuerda, hasta que fermenta el vino que preparó, hasta que se recoge la cosecha que plantó”. Si esto es así Terry tardará mucho en morir, pero ya se le echa en falta.
Puede encontrar el libro en este enlace.