jueves 30  de  octubre 2025
MÚSICA

Tinku Perugachi: la batería que aprendió a hablar en kichwa

Perugachi se ha enfocado en relatos que amplifican a artistas de minorías étnicas y en la conducción de espacios de entrevista y difusión digital con impacto orgánico

Por Alexandra Sucre

MIAMI.- Su nombre es sinónimo de música. “Mi inclinación por la música nació en Latinoamérica, en un entorno donde la tradición andina y las prácticas comunitarias tenían ritmo y voz”, dice Tinku Perugachi. “Desde niño me interesaron los tambores y percusiones tradicionales; la batería fue mi primer contacto formal con la música moderna”.

Su historia empieza entre fiestas comunitarias y cajas de resonancia ancestrales. Ese pulso lo llevó a preguntarse cómo hacer dialogar la raíz con el presente: “Exploré cómo los sonidos de mi tierra podían dialogar con géneros contemporáneos, especialmente el rock y el jazz. Esa mezcla entre raíz cultural y curiosidad por nuevos lenguajes es la que ha guiado mi carrera”.

El salto a la producción

Perugachi no se quedó en la ejecución. Mientras afinaba rudimentos y tiempo interno, entró al mundo de los cables, las consolas y la toma de decisiones en estudio. “Empecé como baterista y poco a poco me involucré en procesos de grabación y montaje; con el tiempo adquirí capacidades técnicas de ingeniería de sonido, mezcla y masterización dentro de la Universidad San Francisco de Quito (CoM)”. Es allí donde cimentó su base técnica con una licenciatura en Producción de Sonido y Música (2010–2014), en Quito, Ecuador, formación que marcaría su manera de escuchar y decidir en la mesa de mezcla.

Su paso por Grande Liga Records como Music Producer Intern (2014–2015) lo curtió en sesiones reales: preparación de plantillas, arreglos de flujo y mantenimiento de equipos, el día a día del 'hacer que suene'. “El trabajo práctico —grabando, mezclando y produciendo para proyectos locales— me permitió consolidarme como productor en sellos y colectivos”, resume.

Un sello propio

Si hay un hilo conductor en su trayectoria, es la decisión estética: integrar idioma kichwa y elementos autóctonos en arreglos contemporáneos. “Trabajo en proyectos que integran idioma kichwa… lo que me permite ofrecer autenticidad cultural + técnicas modernas de producción —eso es mi sello diferencial”, afirma. No es una pose: su práctica en La granja ec. (2018–presente) se ha enfocado en relatos que amplifican a artistas de minorías étnicas y en la conducción de espacios de entrevista y difusión digital con impacto orgánico.

Especialidad y método

Cuando se le pide elegir, no duda: “La producción musical”. Le entusiasma llevar una idea desde la composición y el performance hasta el producto final (mezcla y master), y defender en el estudio una ecuación clara: respeto a la tradición + relevancia para el oyente de hoy. Se define productor/músico bilingüe (español/inglés, con conocimientos de kichwa), profesional, colaborativo y orientado al detalle técnico. Esa mezcla —técnica sólida y sensibilidad intercultural— sostiene su manera de dirigir sesiones, tomar decisiones de arreglo y construir texturas.

Primeros hitos: de No Epitaph a la calle que protesta

Antes de consolidarse, dejó huellas tempranas. Produjo el álbum No Epitaph (enero de 2014), obra que entró en el radar de mejores canciones de exalumnos de Berklee y que se movió en medios estatales, un termómetro de oficio y proyección. También se involucró en Tributo a los míos (febrero de 2014), aportando a la gira y su logística, aprendizaje práctico que hoy se nota en su manejo de calendarios y equipos humanos.

Ese interés por contar lo que pasa en su territorio reaparece en Del campo a la cuidad, álbum colectivo donde trabajó como productor y beatmaker para canalizar, desde la música, la conmoción por los disturbios y la injusticia que sufrió el pueblo kichwa en los últimos años. En paralelo, Mywaytrip, su banda experimental, cruzó rock, pop, hip hop y reggae con sanjuanitos e inty raymis, laboratorio perfecto para el cruce de lenguajes que hoy define su marca.

Presente: estudio, escenario y comunidad

Hoy, su radar está dividido entre la producción integral y la batería en vivo o en sesión. “Me encanta el proceso creativo en estudio —trabajar con artistas para encontrar sonidos que respeten la tradición pero que sean relevantes en el presente— y también disfrutar tocando la batería en vivo y en grabaciones”. Esa doble vida se complementa con responsabilidades recientes como Head of Music Production Department en Amplificación y Sonido, rol técnico y de gestión en proyectos de instalación de audio en recintos y administración de solicitudes técnicas especializadas.

Tinku sostiene una práctica que mira al norte sin soltar el sur: equipos modernos, flujos de trabajo eficientes y la convicción de que una quena, un bombo o una voz en kichwa pueden convivir con guitarras de alta ganancia o armonías de jazz si el arreglo lo exige.

Lo que viene

“Me definiría como alguien comprometido con la preservación y renovación de la música andina a través de la experimentación sonora y la colaboración con talentos locales”, dice.

En esa frase se condensa su presente: productor meticuloso, músico con oído en la calle y raíz en la comunidad, que convierte cada sesión en un punto de encuentro. El próximo capítulo —nuevos discos, más cruces de lenguajes y escenarios— parece escrito en clave de polirritmia: la tradición lleva el pulso, la tecnología abre el campo, y Tinku Perugachi hace que todo suene a ahora.

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