MIAMI.- El regreso de un hombre a un apartado pueblo para los funerales de su madre, hace que Ibdelio, un joven homosexual recuerde un episodio de su infancia, cuando fue violado con apenas 10 años de edad por él. Ese detonante conlleva a un juego emocional donde los tiempos se cruzan y se van tejiendo distintas historias que convergen en un trágico desenlace.
La directora Miriam Bermúdez logra con efectividad conducir la propuesta con ritmo, dosificando las circunstancias y situaciones, entremezclando drama con momentos de humor, e introduciendo un personaje, la muerte, que a través de distintas coreografías sitúa la acción.
Dos planos escénicos, a la izquierda, viven Ibdelio, interpretado de manera muy convincente por José Carlos Bermejo, con Tito, un alcohólico al que continuamente están echando de la casa, papel que maneja con soltura Tomás Doval. Al lado derecho, la casa de Zamira, que acaba de perder a su madre y que es una comilona compulsiva. En este papel Vivian Morales está realmente exquisita.
La obra, quizás para dilatar el planteamiento esencial que es el regreso de Braulio (del que constantemente se habla, pero no aparece) y la reacción de Ibdelio, traza el perfil de los personajes con bastantes detalles. La complejidad de cada uno de ellos plasma el vacío, la soledad, la ausencia de un futuro en un lugar con aspecto fantasmagórico,
donde entre otros seres, habita un mirahuecos. Quizás el menos elaborado de los personajes sea el de Tito, que entre cerveza y cerveza y el cuidado de un jardín en las afueras de la casa, deja transcurrir su vida sin que se profundice mucho en sus circunstancias y el porqué es pareja del homosexual.
De Zamira se brindan muchos matices, tanto por lo que expone verbalmente, como por su expresión corporal. La mujer fue engañada por su marido y estuvo cuidando a su madre que muere de diabetes, quedándose sola, sin saber qué hacer con su vida. Su personaje es dominante, quizás hasta parece medio tonto, pero dinámico y esencial para entender el contexto general.
Entre el realismo de las situaciones aparece la joven Alejandra Fernández Peña, con su personaje de la muerte, interactuando con los protagonistas, abriéndose paso entre las piernas, blandiendo un abanico y alzando su saya roja, aportándole plasticidad al conjunto escénico. Su rostro juvenil le imprime un contraste muy positivo a la obra en contraste con la sordidez de los otros protagonistas, pero es la muerte. Sin dudas, un gran acierto su trabajo.
Ibdelio parece ser un homosexual abierto y divertido, que convive con Tito, pero más allá de su rostro risueño y su comportamiento desenfadado, está el recuerdo lacerante de haber sido violado. A lo largo de su vida, ha trabajado de travesti en el bar del pueblo, pero el regreso del Braulio desata las emociones dormidas por el tiempo y decide confrontarlo.
Aunque en la nota del programa del Festival se señala que “[Ibdelio] se ve ahora en la necesidad de enfrentarse al hombre que cambió su adolescencia”, no queda del todo claro en qué consistió ese cambio. La lectura más sencilla sugiere que su homosexualidad se debe a esa violación, pero pienso que ese no es el caso, más cuando se trata de un gay tan amanerado, aunque el enigmático título, Torcidos, podría sugerir algo, pero no se trata de torcido, sino de torcidos, en plural.
Este trabajo del Proyecto Teatral Puertas está muy bien logrado. Con una escenografía acogedora, un trabajo de luces preciso de Carlos Bueno y la dirección de Miriam Bermúdez, se conquista una vez más la magia del teatro, es decir, texto, actuaciones, puesta en escena y respuesta del público; todo confluye en un espectáculo teatral que invita a la reflexión y que conmueve.