El 12 de junio, los Yanquis de Nueva York ostentaban un impresionante récord de 42 victorias y 25 derrotas, para liderar cómodamente la división Este de la Liga Americana.
El 12 de junio, los Yanquis de Nueva York ostentaban un impresionante récord de 42 victorias y 25 derrotas, para liderar cómodamente la división Este de la Liga Americana
El 12 de junio, los Yanquis de Nueva York ostentaban un impresionante récord de 42 victorias y 25 derrotas, para liderar cómodamente la división Este de la Liga Americana.
Dos meses después, los Yankees (60-54) están apenas como tercer comodín en la zona de clasificación a la postemporada.
La debacle del equipo, que arrancó la campaña con un paso demoledor, ha sido monumental.
De repente, los bates se enfriaron, incluso el de Aaron Judge, que llegó a dominar ocho liderazgos ofensivos en average, hits, jonrones, carreras anotadas e impulsadas, promedio de embasamiento (OBP), slugging y OPS, y se perfilaba como ganador por unanimidad de su tercer premio de Jugador Más Valioso del joven circuito.
Tras pasar una breve estadía en la lista de lesionados, Judge aún es primero en promedio, anotadas, OBP, OPS y slugging, pero ha visto cómo Cal Raleigh, de los Marineros de Seattle, le ha sacado ventaja en la carrera por el MVP, con sus liderazgos en vuelacercas y remolcadas.
Pero, sobre todo, ha fallado estrepitosamente el cuerpo de relevistas, los encargados de preservar ventajas en los finales de los partidos.
Devin Williams llegó con bombos y platillos desde los Cerveceros de Milwaukee, donde venía de ganar por dos años seguidos el premio Trevor Hoffman al menor apagafuegos de la Liga Nacional.
Pero las rayas le han pesado demasiado a Williams, quien ha visto como su efectividad ha ido de 1.25 en el 2024 a 5.44 en el 2025, con rescates desperdiciados y derrotas en encuentros que debieron terminar en victorias.
Por un tiempo perdió el puesto de cerrador, pero lo recuperó al lesionarse Luke Weaver.
Para colmo de males, en los últimos minutos de la fecha límite para hacer cambios, la franquicia “reforzó” el bullpen con los encumbrados Camilo Doval, David Bednar y Jake Bird, y el mismo día de su debut, entre los tres permitieron siete limpias en dos innings y un tercio, en una de las más devastadoras derrotas en la historia de la franquicia, 13-12 el viernes 1 de agosto en Miami.
Los exigentes fanáticos del equipo, no sólo en Nueva York, sino alrededor de todo el mundo, piden las cabezas del gerente general Brian Cashman y del manager Aaron Boone, quienes hace mucho sobran en una franquicia cuyo objetivo cada año es ganar la Serie Mundial, ni más, ni menos.
Cashman lleva desde 1998 en el cargo y ya ha agotado desde hace rato su capacidad de armar equipos ganadores.
Con Boone, la directiva ha sido en extremo condescendiente, pues en ocho campañas aún no aportó la tan esperada Serie Mundial número 28.
Joe Torre, quien ganó cuatro coronas (1996, 1998, 1999 y 2000) y además llevó al equipo a otros dos clásicos de octubre (2001 y 2003), fue despedido en 2007, tras siete años sin un título.
El viejo George Steinbrenner debe estar revolcándose en su tumba, mientras su hijo Hal no ha mostrado el ímpetu y el deseo ganador del Boss.
Estos Yankees, aun cuando todavía tienen tiempo de recuperarse y meterse en los playoffs, no lucen campeonables.
Se ve en el lenguaje corporal de los jugadores en el dugout, en el filin que se respira en el terreno, cosas incapaces de medirse a través de la sacrosanta sabermetría, esta manera novedosa de ver el béisbol como una ciencia exacta, tan alejada de la realidad.
Y mientras los Yankees, sobre todo su cuerpo de relevistas, fracasan día a día, de la trinchera opuesta, desde sus archienemigos Medias Rojas de Boston, el Misil Cubano, Aroldis Chapman, sonríe con malicia y saborea su venganza.