Especial
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@franchuterias
Joseph R. Biden Jr. no imaginó hace año y medio que podría volver a la Casa Blanca, esta vez como el presidente número 46th de la nación, en un giro no tanto de la historia, pero sí de las circunstancias políticas, que lo llevaron de nuevo a la carrera por el poder. Este sábado siete de noviembre, para la memoria de los Estados Unidos, habrá mucho que decir.
Un par de elementos ya ensalzan la victoria de Biden en esta época y coyuntura. Se ha convertido en el presidente más votado en la historia del país con 74,4 millones de votos, superando el récord que ostentaba Barack Obama desde 2008.
Biden no es un animal político, ni tiene el talante de Obama o el histrionismo de Trump. Estados Unidos viene de dos períodos presidenciales donde sus líderes eran telegénicos, a veces hasta sobrevalorados por los suyos.
La forma en que construya su imagen en las redes sociales y la televisión, quizá como estadista en beneficio de lo que él definió como “transición”, serán clave para transmitir su discurso unificador. Será clave, sin duda, el respaldo de la prensa y los medios para su figura, algo con lo que Trump no contó.
Con el ascenso de Biden a la presidencia, también llega por primera vez en la historia de la nación una mujer vicepresidenta, la nominada para el cargo Kamala Harris.
El país sangra bajo la herida de una división que siempre estuvo, pero ahora es maximalista.
Cuando Biden logró la nominación del partido Demócrata, en marzo, había comenzado a describir su candidatura como una apuesta por un cambio sistémico en la escala del New Deal de Franklin Delano Roosevelt (FDR).
A Bernie Sanders, el senador por Vermont, y símbolo de una “extrema izquierda”, el entonces vicepresidente le dijo en una llamada telefónica sobre un posible respaldo: “quiero ser el presidente más progresista desde FDR”.
Ese colosal desafío depende, a partir del 20 de enero de 2021, de muchos factores en una nación profundamente polarizada en estos casi cuatro años en los que las ideas de Trump calaron en un amplio sector de la población. No solo se trata de apelar a buenas ideas o ilusiones por el cambio, sino que la circunstancias y el entorno (dígase, el Congreso, Senado, la Suprema Corte y el pueblo) permitan concretar cambios tan hondos como lo que representó el New Deal rusveliano tras la Gran Depresión de 1929.
Todo eso lo recordó el escritor y periodista Evan Osnos cuando en agosto en las páginas de The New Yorker, la excéntrica e intelectual revista de la ciudad, presentó una semblanza sobre Biden donde describía los porqués de un hombre de 77 años, que fue dos veces vicepresidente del país, para lanzarse a la carrera personal por la Casa Blanca.
En “Joe Biden: La vida, la carrera y lo que importa ahora” un libro biográfico, Osnos cuenta que “el exvicepresidente ha sido llamado el hombre más afortunado y el más desafortunado, afortunado de haber sostenido una carrera política de cincuenta años que llegó a la Casa Blanca, pero también marcada por profundas pérdidas personales y decepciones que ha sufrido”.
Esta representación ilumina la larga y accidentada carrera de Biden en el Senado, sus ocho años como vicepresidente de Obama (2009-2017), su estadía en el desierto político después de ser pasado por alto por Hillary Clinton en 2016, su decisión de desafiar a Donald Trump para la presidencia y su elección de la senadora Kamala Harris como compañera de fórmula.
Biden convierte a Harris finalmente en la primera mujer en ostentar un cargo de vicepresidenta de Estados Unidos, un paso clave que puede llevarla en los próximos años a aspirar por dirigir la Casa Blanca pero ya como la “primera mandataria”, algo que intentó este año, sin éxito, aunque las circunstancias de la historia le depararon este camino.
La vida de Joe Biden ha estado marcada por dos grandes tragedias, cuando su primera esposa y su hija murieron en un accidente de tránsito en 1972 y cuando su hijo Beau falleció por un cáncer a los 46 años en 2015, recordaba la Agencia France Press al resumir la carrera del ahora presidente electo.
Biden se casó con Neilia Hunter en 1966 cuando él estudiaba leyes y ella era profesora. Una tarde de diciembre, en 1972, ella tomó su vehículo con sus tres hijos para ir a comprar un árbol de Navidad cuando fueron embestidos por un tractor.
Neilia y la bebé Naomi, murieron en el acto y los dos varones, Beau y Hunter, quedaron heridos de gravedad. Biden, estaba presto a jurar como senador, y logró criar a sus hijos con la ayuda de su hermana Valerie. Durante años la gente recordará los viajes del senador en tren desde Delaware a Washington cada día, para ir a trabajar.
A menudo Biden habla de las relaciones con sus hijos y cómo esto lo ayudó a superar el duelo a medida que construía su carrera. En 1977 se casó con su segunda esposa Jill Jacobs, una aspirante a profesora de los suburbios de Filadelfia, con la que permanece hasta hoy.
Mientras Biden ascendía al Senado, estaba reconstruyendo su familia.
“En una cita a ciegas, en 1975, conoció a Jill Jacobs… ella estaba desconcertada por el hombre que, como ella dijo, "no se parecía en nada a los tipos de quemaduras laterales y pantalones acampanados con los que estaba acostumbrada a salir”, dice un pasaje del libro de Osnos sobre la vida privada de este veterano político.
“Se casaron en 1977 y en sus años en la Casa Blanca, Jill Biden enseñó inglés en el Northern Virginia Community College, convirtiéndose en la primera segunda dama en funciones conocida en tener un trabajo remunerado”.
Beau Biden era considerado como el heredero político de su padre Joe, con el que compartía la vocación y también las habilidades sociales. Sirvió en Irak y luego fue elegido fiscal general de Delaware.
Pero el mayor de los Biden, que tenía dos hijos, murió de un tumor cerebral en 2015, menos de dos años después del primer diagnóstico. Esto frenó cualquier aspiración del entonces vicepresidente de presentarse a la carrera por la Casa Blanca en 2016 que le abrió camino a Hillary Clinton.
Su otro hijo, Hunter, con problemas de alcohol y las drogas, fue retirado de la reserva de la armada en 2014 después de dar positivo en una prueba para detectar cocaína, destacó France Press al fragor de la campaña.
La vida personal de Hunter fue el Talón de Aquiles en la contienda de su padre este año cuando el presidente Trump expuso la relación laboral que este mantuvo con una empresa gasística ucrania levantando rumores de supuestos casos de corrupción que nunca se comprobaron.
Fuera de lo que ahora representó la carrera para desbancar al presidente Donald Trump en un año en el que la pandemia del coronavirus trastornó la vida de la nación, Joe Biden quiso erigirse como un candidato de la unión nacional, de la reconciliación, pero a sus detractores y enemigos aún les hace ruido las sombras que lo acompañan.
Mitos
Los adversarios políticos de Biden lo presentaron como el candidato de la izquierda radical, como un socialista que convertiría a Estados Unidos en las próximas Cuba y Venezuela –dos naciones destruidas y arruinadas por el socialismo-, y una buena parte de la nación asumió este discurso como una verdad.
En los próximos cuatro años el mayor desafío del electo presidente Biden será mantener un equilibrio dentro de su propio partido donde las voces más liberares o progress emergieron como una fuerza capaz de movilizar votantes para conseguir sacar a Trump de Washington.
La izquierda más notoria, con símbolos como la congresista Alexandra Ocasio Cortez o el propio Sanders, fueron determinantes para el avance de Biden y Harris, porque su discurso de cambios sociales, lucha contra el cambio climático o justicia racial, acertó bien en un país en el que, sin duda, la juventud demanda reformas para no quedar consumidos por las deudas y el crédito.
“Seré bien claro: yo no soy socialista. Y una amplia y unida coalición de demócratas, republicanos e independientes se ha unido a mí y a mi visión para el futuro del país. Trump recurre a la mentira, la desinformación, todo para distraer la atención ante sus fracasos como presidente”, dijo Bidel a DIARIO LAS AMÉRICAS en la única entrevista que concedió a un periódico hispano en Florida durante toda la campaña a la presidencia.
“Mi promesa es ser un presidente para todos los americanos, no solo para aquellos que están de acuerdo conmigo y votaron por mí”, aseguró.
Durante sus treinta años en el Senado, Biden votó por la desregulación de Wall Street, la Ley de Defensa del Matrimonio, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la guerra en Irak. En las primarias de este año, la senadora Elizabeth Warren lo culpó por haber legislado “del lado de las compañías de tarjetas de crédito”. Jacobin, la revista socialista, lo describió en un titular como “el Forrest Gump del giro a la derecha del Partido Demócrata”, recordó el escritor Osnos.
Cuando Biden llegó al Senado, en 1973, se centró en permanecer allí. Un perfil de estudiante de primer año en la revista Washingtonian señaló: “El senador Biden no cree que los problemas marquen mucha diferencia en una elección; la personalidad y la presentación son la clave”. En el cargo, tuvo cuidado de evitar ser conocido como liberal, escribió Evan Osnos en su semblanza sobre Biden en The New Yorker.
Transición
En la primavera de este año cuando el coronavirus se diseminaba sin piedad por el país y al presidente Trump le criticaban sus adversarios por su respuesta, Biden comenzó a describirse a sí mismo como un “candidato de transición”, explicando, según Osnos: “No le hemos dado un escaño a la gente más joven en el Partido, la oportunidad de tener el enfoque y estar en el enfoque del resto del país. Hay un grupo increíble de gente joven, nueva y con talento”.
Ben Rhodes, asesor de Obama en la Casa Blanca, le dijo a esa revista: “En realidad, es una idea muy poderosa. Dice: 'Soy un hombre blanco de setenta y siete años, que fue senador durante treinta años, y comprendo tanto esas limitaciones como la naturaleza de este país'. Porque, no importa lo que haga, no puede comprender completamente la frustración de la gente en las calles. Eso no es una crítica. Es solo una realidad”.
Para una nación donde el patriotismo es ley natural, estas elecciones se presentaron, sin ambages, como una batalla del todo o nada. Bajo esta óptica la contienda polarizó al electorado haciendo que el debate se estancara lejos de discutirse sobre los temas que realmente importaban.
“Unir al país no será fácil. Nuestras divisiones de hoy son de vieja data. Las desigualdades económicas y raciales nos han determinado durante generaciones”, admitió el demócrata al DIARIO LAS AMÉRICAS.
“Pero les doy mi palabra: si soy elegido presidente, combinaré el ingenio y la buena voluntad de esta nación para convertir la división en unidad y unirnos. Creo que Estados Unidos está listo, y lo digo con las palabras de mi difunto amigo, el gran John Lewis, para dejar “por fin la pesada carga del odio” y con arduo trabajo, erradicar el racismo sistémico”.
La promesa puede sonar como un cliché partidista en ese momento, pero debería no serlo en medio de la agenda nacional: pandemia, el desempleo, conflictos raciales, la polarización.
Biden perdió Florida de una manera dramática gracia al voto cubano y venezolano, principalmente, una señal de que el discurso de Trump caló con fuerza y de nada valieron los viajes de la “artillería pesada” del partido Demócrata en los últimos días de las elecciones para ganar el Estado del Sol.
El candidato ha sido claro en su propuesta sobre la isla advirtiendo que revertirá la política de Trump, es decir que retomará las posturas de acercamiento con el régimen, implementadas por Obama. Sin embargo, con respecto a Venezuela su mensaje ha sido más ambiguo y honestamente poco claro.
“Como presidente, mi política hacia Cuba se regirá por dos principios: primero, los estadounidenses, especialmente los cubanoamericanos, serán los mejores embajadores de la libertad en Cuba. En segundo lugar, empoderar al pueblo cubano para que determine su propio futuro es fundamental para los intereses de seguridad nacional de EEUU”, aseguró a DIARIO LAS AMÉRICAS.
Biden sostiene que la economía no se podrá recuperar plenamente hasta que la pandemia del coronavirus esté bajo control.
El exvicepresidente ha propuesto un enorme gasto público para evitar una dilatada recesión y para atenuar la desigualdad social que afecta particularmente a los miembros de minorías étnicas, ha recordado Associate Press.
Biden financiaría parte de sus propuestas ambientales y sanitarias con la anulación de buena parte de las amplias reducciones impositivas aplicadas por los republicanos en el 2017.
Propone además una tasa impositiva de 28% para las corporaciones -- menos que antes pero más alta de lo que es actualmente -- y alzas de impuestos para los que reciban más de 400.000 dólares anuales. Se estima que ello generará 4 billones de dólares en los próximos 10 años, enumeraba la agencia, sin embargo, analistas económicos temen que esa política pueda tener un impacto negativo en el empleo.
En cuanto a la pandemia de coronavirus, que ha matado a más de 220.000 estadounidenses, el futuro presidente apostó por una línea donde prime la recomendación de la ciencia y los expertos más que de los políticos y Washington.
“Tengo un plan para controlar esta pandemia creyendo en la ciencia y confiando en los expertos. Probar, rastrear y distribuir una vacuna de manera segura y equitativa, y asegurándonos de que nuestras escuelas y empresas tengan los recursos que necesitan para reabrir de manera segura. El esperar siendo negligente no es una estrategia: tenemos demasiada historia en común y demasiados lazos de amigos y familiares en la región como para darle la espalda a América Latina”, le contó Biden al DIARIO LAS AMÉRICAS en su entrevista.
El martes 3 de noviembre los americanos, sin importar su origen, midieron el efecto de la desinformación, las calumnias, los mitos y realidades, como una prueba de si la nación era capaz de superar los obstáculos del intervencionismo extranjero o las revanchas para sanar la división que la propia realidad trajo consigo.
Biden emerge a partir de ahora como imperfecto, pero resuelto y templado por la llama de la tragedia, un hombre que puede ser increíblemente adecuado para su momento en la historia. Muchos votaron por él bajo esa idea: alguien para la transición.
No obstante, no todos ven esta luna de miel entre republicanos y demócratas como algo duradero. Incluso, avizoran que la división podría tonar más peligrosa la transición.
“La campaña vacía de Joe Biden bien puede haber ganado a algunos votantes republicanos suburbanos. Pero la frágil mayoría que probablemente ha logrado esta vez debería haber sido muchas veces mayor, y sin una reorientación más seria, no se mantendrá por mucho tiempo”, advertía desde la socialista Jacobin Magazine, Paul Heideman, doctorado en estudios estadounidenses de la Universidad de Rutgers en Newark.
Para Evan Osnos, el escritor de The New Yorker y biógrafo no oficial del próximo presidente, “las recetas de Biden para los problemas de Estados Unidos se basarán en dos vertientes divergentes de su biografía: los mitos que sustentan la política de la responsabilidad y sus propios encuentros con la desgracia”.
La consigna de Joe Biden en su campaña frente a Donald Trump fue restaurar “el alma de Estados Unidos”, una frase que resume el diagnóstico de la nación.
Cada administración presidencial en la Casa Blanca es una era, sin embargo, no es perogrullo advertir que la de Biden será más que eso: representa el post-trumpismo erigido como fuerza política, como algo nunca visto. Imaginar como actuará esa corriente o lo que buscará desde la posición de la derrota es una incógnita tal como lo es la forma en que el país sanará.