@VeroEgui
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Resulta paradójico que el mismo día que se conmemoran los 27 años de la caída del Muro de Berlín gane la presidencia de Estados Unidos un candidato que promueve la división étnica, racial y política de la sociedad estadounidense. Contra todo pronóstico, Donald Trump le quita de las manos a Hillary Clinton la presidencia, y los republicanos regresan a la Casa Blanca luego de ocho años, teniendo un inédito poder: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, prometiendo un giro de 180 grados en la política interna y exterior de la nación, que toca de cerca a Latinoamérica.
A la comunidad internacional le preocupaba el efecto que un discurso basado en el miedo, el nacionalismo y anti-sistema calase en el colectivo estadounidense por el efecto global que pueda generar.
Un gobierno de Trump no tendrá la crisis de gobernabilidad de Hillary Clinton con un Congreso en contra, pero que ambas cámaras permanezcan en control de los republicanos no endosa automáticamente un apoyo tácito de su partido en sus políticas extremistas. Si a Barack Obama se le criticó la poca capacidad de negociación con el Congreso cuando tenía la mayoría, lo propio es previsible en un escenario donde Trump gobierne.
"El sistema político estadounidense, sus alianzas y las fidelidades partidistas, no se ejercen de la misma manera que ocurre en otros sistemas politicos“, explica Luis De Lion, especialista en Derecho Internacional.
Sin embargo sus promesas anticipan un escenario catastrófico, donde existen elementos de confrontación internacional con México, por la construcción del muro para impedir el ingreso de los inmigrantes, revertir el acuerdo político con Cuba para normalizar las relaciones y levantar el embargo, además de la deportación masiva de los 11 millones de extranjeros ilegales que hacen vida en el país.
Aunque hay que recordar que Trump es ante todo un empresario, no un político. En el pasado hizo negocios con Cuba, por lo que resultaría improbable que esté dispuesto a revertir la normalización de relaciones con su vecino.
En las últimas dos décadas América Latina ha sido la gran olvidada de la política exterior estadounidense, salvo Cuba durante la Administración de Obama que rompió todos los esquemas al flexibilizar el embargo, y retomar las relaciones diplomáticas luego de 50 años, pero tras un ambiente de polarización político como actual surge la interrogante de cómo enfrentará Trump sus relaciones con la región.
“El nuevo presidente estará examinando los asuntos internos más que los asuntos internacionales. La mayoría de los estadounidenses no quieren involucrarse en conflictos en otros lugares. Es posible que EEUU no tome ese papel de liderazgo global“ advierte Dennis Anderson, profesor de Gestión de la Información del St. Francis College de Nueva York
Para la Oficina Oval Venezuela es irrelevante
Venezuela es un elemento importante dentro de la geopolítica regional, pero a "Trump no le importa, no está en su agenda. Sin embargo, no tolerará el populismo de (Nicolás) Maduro, porque el único puede ser él", acota Anderson.
De Lion va más allá y pronostica que "el Gobierno de Trump no sera muy diferente con Venezuela de lo que fueron sus antecesores: Obama y George W. Bush. Maduro mantendrá su discurso antiimperialista, labor asignada desde La Habana luego de los acuerdos entre Obama y los hermanos Castro, pero para Washington luego de la Guerra Fría los discursos antiimperialistas tienen muy poca importancia, tanto que Bush y Obama subarrendaron el tema de Venezuela a Brasil, y ahora al Vaticano", estima.