Fue hace dos años, durante una consulta rutinaria en el Jackson Memorial Hospital. Entrevistaba un joven médico. En sus manos, una planilla donde anotaba las respuestas. Empieza por preguntas básicas: edad, lugar de nacimiento y…
¿Cómo aceptamos tanto despropósito? ¿Cómo sobrevivimos a tanta intoxicación? ¿En qué medida fuimos cómplices de la normalización de la locura…?
Fue hace dos años, durante una consulta rutinaria en el Jackson Memorial Hospital. Entrevistaba un joven médico. En sus manos, una planilla donde anotaba las respuestas. Empieza por preguntas básicas: edad, lugar de nacimiento y…
—¿Se considera usted hombre o mujer?
—Perdón, creo que no entendí bien.
—Sí, que cómo se considera usted: ¿un hombre o una mujer?
Me quedé perplejo y demoré unos segundos en contestar. Lo hice molesto.
—Mira, me indigna que una institución médica, que se supone se guía por la ciencia, siga las invenciones disparatadas de una corriente política. Así que, si te digo “mujer”, lo anotarías, a pesar de que mis atributos lo niegan. Esto no solo es disparatado sino irrespetuoso para con los ciudadanos y la ciencia.
—Lo entiendo, pero estamos obligados a preguntarlo…
Era un paso más en la normalización del “wokismo”, esa presunta idea de activismo contra las injusticias sociales… Si muy al principio fue reacción frente a la injusticia racial, durante la década de 2010 comenzó a englobar desigualdades sociales como el sexismo y la negación de los derechos LGBTIQA, entre otras. Absorbía las “políticas de identidad”, con las que se trataba de trasladar el tradicional interés izquierdista por la clase trabajadora a grupos supuestamente marginados.
El primer arrebato lunático, que recuerde, fue el del lenguaje inclusivo —sí, aquel que le provocó a Mario Vargas Llosa una estruendosa carcajada hace 4 años frente al periodista Jorge Ramos— para aludir a personas con diversas identidades de género. Fueron tantas, que surgieron las “Guías de pronombres personales”. Y allí aparecía, junto al ÉL y ELLA, el “ELLE” y “ELLES”, para referirse a personas que no se identificaban con los géneros binarios (hombre o mujer). Y lo que cuelga, más allá de los pronombres, bienvenides, todes, todxs, tod@s, latinx, etc. Los estudiantes exigiendo a los profesores que utilizaran los pronombres preferidos y las administraciones aplaudiéndolo.
Por su parte, las empresas habilitaban a la carrera los Departamentos de Diversity, Inclusión and Equity (DIE). Señores, ¡adiós a la “meritocracia”! Se podía ingresar a las universidades y aspirar a puestos en la industria no por méritos, sino por una pretendida discriminación (sexual, de género, racial u otra). Muchos se preguntaban: “¡¿y qué ha de pasar con los pilotos de aviones y los militares?!”.
El filósofo británico John Gray, en un libro reciente, se refirió a lo que ha ocurrido dentro del sistema estadounidense de enseñanza superior. Por ejemplo, en muchas universidades la concesión de una plaza depende de una propuesta del aspirante sobre cómo contribuiría en su trabajo a la diversidad, equidad e inclusión. (John Gray, Los nuevos leviatanes. Reflexiones para después del liberalismo, Sexto Piso, 2024).
¿Recuerdan lo del “género fluido”? Respetables científicos intentando razonar la sinrazón: “la identidad de género puede cambiar cada día o, incluso, en pocas horas”. Aquí está la explicación de los baños mixtos (¿de los tampones Mr. Walz?), y hasta de las cajitas de arena en las aulas para los alumnos-gatos…
La euforia por la “disforia de género”. Primero los maestros, desde la escuela primaria, empezaron a hablar de masturbación y transgenderismo. Supe que toda un aula de un Middle School de Miami-Dade manifestó su deseo de cambiar de género. En algunos lugares del país esgrimían la privacidad para mantener a los padres ignorantes.
¿Y qué decir del dislate de que atletas trans compitieran en el deporte femenino? ¿O que la pertenencia a LGBTIQA guiara el nombramiento en altos cargos políticos? ¡Ah, aquellas inolvidables palabras! “Personas que menstrúan” en lugar de mujeres.
El Texas Children's Hospital, el mayor en el mundo, mintiendo al público: esterilizando, cortando, amputando. Enorme negocio: el psicólogo canadiense Jordan Peterson lo catalogó de “barbárico e inconcebible procedimiento médico”, y a los cirujanos “carniceros trans”.
Despliegue de la Teoría crítica de la raza. Todos, o casi todos, asimilaron como verdad absoluta la idea del “racismo sistémico”, formulación sin base estadística. Estados Unidos es un país racista. El “supremacismo blanco”, la amenaza terrorista más peligrosa. La vergüenza de ser blancos. El perdón, de rodillas, por lo del “privilegio blanco”. La inusitada sobrerrepresentación negra en spots publicitarios (los negros solo constituyen un 13 por ciento de la población estadounidense).
Y la sumisión frente a Black Lives Matter… ¿Y las vidas de los demás (blancos, hispanos, asiáticos) no cuentan? Durante seis meses en el 2020 los disturbios arruinaron cientos de negocios, causaron pérdidas de miles de millones de dólares, segaron la vida de 25 ciudadanos y dejaron centenares de heridos en ciudades como Chicago, Washington, Kenosha, Chicago, St. Louis, Portland y Seattle. Solamente en Minneapolis, estado de Minnesota, fueron destruidos 700 edificios. ¡Atención: cero enjuiciamientos!
Alianza con el “Me-Too” hollywoodense. La cancelación de actores, productores, cantantes, escritores. ¡Ah, Plácido Domingo avergonzado! Películas y libros censurados. Horror ¡El beso del Príncipe a la Bella Durmiente fue sin su consentimiento! ¡Blancanieves, explotadora! Purgar Las aventuras de Huckleberry Finn, a fin de que los lectores no se sientan ofendidos por el uso de la palabra “nigger”. La novela de Harper Lee, Matar a un ruiseñor, retirada de bibliotecas escolares porque su “racismo” hería “a la mayoría de los alumnos”. Coloquemos una coletilla, please, a Lo que el viento se llevó por su “idealización de la esclavitud” …
Series televisivas con cuotas de LGBTIQA. Los Bridgerton, donde duquesas y duques negros viven en una corte multirracial en el Londres del siglo XIX. Se obvia cualquier viso de verosimilitud… Ah, la reina, Carlota de Mecklemburgo-Strelitz, quien fue reina de Gran Bretaña e Irlanda entre 1744 y 1818, es aquí … ¡negra! Otro caso: Un caballero en Moscú (A Gentleman in Moscow). Para encarnar a Mijaíl "Mishka" Fiódorovich Mindich fue escogido al actor de la raza negra Fehinti Balogun. Vale aclarar que Mishka, en la novela de Amor Towles, nació en Rusia y se supone que es blanco, rubio y de ojos azules…
¿Ya olvidamos el impune derribo de monumentos? Cristóbal Colón, los padres fundadores y héroes decapitados y embadurnados con insultos (George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln; generales Robert E. Lee y Robert Ulysses Grant…).
Pero no solo ocurrió en la industria del entretenimiento. Cierre de cuentas en Facebook y Twitter por abordar ciertos temas. Tabúes en derredor: vacuna, fraude electoral, cierta sospechosa laptop ¿La censura reinando en el país de la libertad de prensa?
BASTA. Uno mira hacia atrás y surge una reflexión: ¿cómo aceptamos tanto despropósito?, ¿cómo sobrevivimos a tanta intoxicación? ¿En qué medida fuimos cómplices de la normalización de la locura…? En verdad, algunos protestaron, y recibieron, como era de esperar, “cancelaciones”.
Con todo, ya se advierten signos de esperanza.
Un artículo de la revista británica The Economist (“America is becoming less “woke”), de septiembre de este año, constataba lo que ha venido sucediendo desde hace algún tiempo: “las opiniones y prácticas progresistas (woke) están en declive”.
La investigación se efectuó en cuatro áreas: opinión pública, medios de comunicación, educación superior y empresas. Los analistas consultaron las respuestas a las encuestas realizadas durante los últimos 25 años por Gallup, General Social Survey (GSS), Pew Research Center y YouGov. El wokismo creció en 2015, cuando Donald Trump apareció en la escena política, alcanzó su punto máximo en 2021-22 y ha estado disminuyendo desde entonces, precisa la publicación.
Días atrás, un diario español refería que un estudio de 2023 de Ipsos —multinacional de investigación de mercados y consultoría con sede en París— revelaba que casi el 60 por ciento de los republicanos y el 42 por ciento de los independientes consideraban la palabra woke como un insulto. Lo curioso es que un 23 por ciento de los demócratas también compartía dicha visión. (Yoel Meilán, Woke contra woke: la caída de la cultura "progre", La Razón, 11-11-24).
Lo cierto es que, con la rotunda victoria de Donald J. Trump, los días del wokismo están contados. Es de esperar que prevalezca el sentido común y la sensatez.
Será un enorme alivio: ¡bye, bye…!
Emilio J. Sánchez. Periodista y profesor. [email protected]