No se dejen llevar por el título. No les voy a hablar de cine ni de la maravillosa película protagonizada por Colin Firth y Geoffrey Rush, en la que se recreaba la historia del rey de Inglaterra Jorge VI y sus problemas para superar la tartamudez.
Llevaba tantos años sin pasar unas Navidades en España que ya me había olvidado del fenómeno alrededor de las palabras reales. En esta ocasión además se estrenaba Felipe VI
No se dejen llevar por el título. No les voy a hablar de cine ni de la maravillosa película protagonizada por Colin Firth y Geoffrey Rush, en la que se recreaba la historia del rey de Inglaterra Jorge VI y sus problemas para superar la tartamudez.
En España, el discurso del rey es un elemento más de la tradición navideña y todas las nochebuenas antes de iniciar la cena Juan Carlos I se ha colado en los hogares para dedicarnos unas palabras durante casi 40 años. La mayoría de las veces no se le presta atención. Es una imagen y un sonido de fondo que se entremezclaban con las risas, las conversaciones y los villancicos. Es al día siguiente, cuando lees la prensa, navegas por internet o te metes en las redes sociales cuando empiezas a leer las palabras del rey. Lo que dijo, no dijo o quiso decir y sobre todo opiniones, a favor y en contra.
Llevaba tantos años sin pasar unas Navidades en España que ya me había olvidado del fenómeno alrededor de las palabras reales. En esta ocasión además se estrenaba Felipe VI, que accedió al trono hace tan sólo unos meses y que enfrenta un reto en el peor momento con la mayor crisis económica y política desde la instauración de la monarquía parlamentaria.
Está claro que en esta Nochebuena era obligado estar atentos a la pantalla. Felipe VI tenía una faena complicada con tres toros difíciles de torear: la corrupción (que afecta a su propia familia con el escándalo que protagonizan su cuñado Iñaki Urdangarín y su hermana Cristina), la crisis del sistema (con la consecuencia de la ascensión de Podemos) y la amenaza secesionista en Cataluña.
Dicen que si le pierdes la cara al toro, seguro que te acaba cogiendo. En eso, Felipe de Borbón no defraudó y no esquivó a ninguno de ellos. Los encaró uno por uno, despacio, con templanza y les fue dando pases serenos para despejar las dudas.
Habló Felipe VI de un impulso moral colectivo y de ser intransigente contra la corrupción. A más de uno en su propia casa debió atragantársele el langostino porque -como recordó- la justicia está haciendo su trabajo y la cárcel espera a una larga lista de corruptos.
Y para entrar en lo que dijo sin decir, muchos vimos la sombra de Pablo Iglesias y su Podemos (otro tema de conversación en las mesas navideñas españolas de 2014) en el mensaje televisivo. Cuando el monarca insistió en su confianza en el sistema y la Constitución de 1978, estaba dejando claro que la solución de ruptura planteada por el partido de inspiración chavista no es el camino a seguir.
El tercer toro hablaba catalán y para ganárselo, el nuevo rey que tomaba la alternativa utilizó una declaración de amor. Buscó la fibra sentimental de las dos partes en conflicto y propuso pensar en lo que nos une a todos los españoles y no en lo que nos separa.
Los discursos se componen sólo de palabras y se agotan en sí mismos. Todos sabemos que en la mayoría de los casos ni siquiera los ha escrito el que los pronuncia. Así que lo difícil empieza ahora. Felipe no puede perder de vista a estos tres toros. Está en juego el futuro de España pero también lo está su propia supervivencia como rey de todos los españoles.