El martes 30 de agosto votamos importantes cargos públicos y decidimos el rumbo de ciertos asuntos que podrían afectar las vidas de los más de tres millones de habitantes que residen en Miami-Dade.
El martes 30 de agosto votamos importantes cargos públicos y decidimos el rumbo de ciertos asuntos que podrían afectar las vidas de los más de tres millones de habitantes que residen en Miami-Dade.
DIARIO LAS AMÉRICAS presenta las posiciones de los candidatos y los pormenores de cualquier propuesta en cuestión, y deja en manos de los electores el ejercicio de la decisión.
Bajo esas normas, abogamos por el cumplimiento del deber de votar como vía definitiva para aprobar o reprochar la gestión administrativa de nuestros gobernantes o quienes apuestan por asumir sus tareas.
A los electores recordamos que mirar a un lado, sin hacer su parte como ciudadanos, los hace cómplice del mal funcionamiento de las entidades públicas. No votar podría ser tan perverso como la mala conducta que achacamos a los funcionarios públicos.
Basta conversar con familiares y amigos, consultar los datos de la prensa escrita, para formar un criterio propio y asumir el deber ciudadano de votar en estas elecciones primarias.
Luego de dos semanas de votación anticipada, en convenientes localidades y cómodos horarios, en la que más de 150.000 votantes depositaron el sufragio, quienes aún no han votado tienen la oportunidad de hacerlo el martes 30 de agosto, fecha en la que culmina este proceso electoral primario.
Sólo hay que estar inscrito para votar y acudir al colegio electoral, que es señalado en la tarjeta de información del elector, de a 7 am a 7 pm, y mostrar la identificación con foto requerida.
Incluso podrá votar después de las 7 pm si está en fila.
Independientemente de la preferencia política, sea republicano, demócrata, independiente o de cualquier otra afiliación, predomina la importancia de la sociedad que debemos proteger, la defensa del sistema democrático que ostentamos y el deber de corregir los errores que tanto daño hacen.
Hoy no podemos permitirnos el lujo de desaprovechar la gracia del voto. Volver a practicar la abstinencia política nos podría conducir a una peligrosa situación de incertidumbre, en la que no tendríamos moral para criticar.