MIAMI.– Sacerdote católico, intelectual agudo y una de las voces más incómodas para el poder en Cuba, el padre José Conrado Rodríguez García es un hombre profundamente identificado con el dolor cotidiano del pueblo al que sirve.
“La realidad cubana es un proceso prolongado de ‘indefensión aprendida’.”
MIAMI.– Sacerdote católico, intelectual agudo y una de las voces más incómodas para el poder en Cuba, el padre José Conrado Rodríguez García es un hombre profundamente identificado con el dolor cotidiano del pueblo al que sirve.
Desde hace décadas ejerce su ministerio pastoral en el oriente cubano y actualmente en el centro de la isla, en la Villa de la Santísima Trinidad —una de las primeras fundadas por los españoles en la región—, siempre acompañando a comunidades marcadas por la pobreza extrema, la escasez de alimentos, medicinas, y un clima de represión que limita incluso el derecho a la palabra.
Reconocido por su postura frontal contra el régimen de los Castros y por su constante defensa de la dignidad humana, el párroco José Conrado ha descrito la realidad cubana como un proceso prolongado de “indefensión aprendida”, apoyándose en esa definición, donde el miedo y el agotamiento han moldeado la psicología colectiva de varias generaciones.
Durante su reciente visita a Miami, accedió a conversar con DIARIO LAS AMÉRICAS en una entrevista extensa y reflexiva sobre el momento que vive Cuba, el papel de la Iglesia Católica, la fractura familiar provocada por la inmigración y la esperanza que aún persiste, incluso en medio del colapso.
¿Cómo describe el momento que está viviendo hoy el pueblo cubano?
“Decía Aristóteles que para entender las cosas había que analizarlas en su proceso, en el tiempo, con su historia. El pueblo cubano ha sufrido durante —ya van a ser 67 años— un proceso que yo analicé en mi trabajo Resistencia y Sumisión en Cuba, que es un acercamiento al tema de la situación de las minorías opositoras en los países totalitarios y posttotalitarios. En concreto, analicé la situación de los opositores, porque de alguna manera eso refleja toda la realidad y son los que la viven, digamos, de manera más en carne viva, pero afecta a todo el pueblo. Y es lo que yo llamé ‘la indefensión aprendida’. Yo no inventé el término, por supuesto. El término es de un psicólogo norteamericano que estudió esta realidad de que, cuando las personas viven pensando que no pueden salir de una situación, no hacen nada para salir de ella. Lo cierto es que el cubano vive bajo un proceso de indefensión aprendida que viene dado por esa realidad, de la cual el maestro fue Fidel Castro, no cabe duda, que era esa especie de túnel de realidad virtual que él creaba con el discurso. Y hacía que la gente entrara dentro de esa realidad del discurso, lo manipulaba, y al final la gente perdía la capacidad de la crítica, de ver la realidad como era. Eso cegaba a las personas.”
¿Cuál es la misión pastoral que ejerce en su tierra natal?
“La misión del sacerdote es fundamentalmente liberadora. Si tú abres la Biblia, te vas a dar cuenta de que Dios es el que libera: libera de la esclavitud de Egipto, libera frente a los peligros que ponían en situación de extinción al pueblo de Israel, suscitaba a los profetas; primero fueron los jueces, después los reyes. Siempre, en todo el proceso de Israel, los profetas fueron fundamentales. Y el profetismo es eso: esos hombres que le dicen al pueblo la verdad y que retan al pueblo para que salga de una situación de miseria, de mentira, de falta de fe, de falta de amor. Yo creo que esa es la misión del sacerdote: es decir, frente a una realidad en la que uno vive envuelto en la mentira que te imponen, porque al fin y al cabo, como decía Baclaw Hubble, el tema fundamental es vivir en la mentira. Un sistema totalitario —no digo comunista, porque en el fascismo ocurre más o menos de otra manera—, pero con las mismas técnicas. De hecho, Fidel Castro utilizó muchísimo el Libro Rojo de Mussolini, y ‘la historia me absolverá’ —es una frase, como sabemos bien, que viene de Mencamp, el famoso libro de Hitler—. Si hay una contaminación en los métodos, por supuesto, los que empezaron esos métodos fueron los rusos, los soviéticos, porque el comunismo es anterior al fascismo. Entonces, de todo lo que podemos acusar al fascismo, si rascamos un poquito, antes lo hicieron los soviéticos.”
¿Cómo ha afectado a su ejercicio sacerdotal levantar la voz?
“En Trinidad me pasó algo que no me ocurrió en Palma Soriano, ni en Contramaestre, ni en Santiago de Cuba. Allí, cuando decía las mismas verdades, la gente se aterraba; incluso había personas que se levantaban y se iban. Hubo quien me dijo en plena homilía: ‘Padre, usted está hablando de cosas que no le corresponden, se está metiendo en política’. Yo le respondí: ‘Esta es la casa de Dios. Aquí yo hablo con libertad y dejo que usted también se exprese. Pero diga lo que diga, no me va a callar, porque lo que digo lo digo por fidelidad a mi conciencia. No puedo callar sin traicionar mi compromiso sacerdotal y mi fidelidad al Evangelio de Jesucristo’.
La gente tenía miedo. Me decían: ‘Padre, cállese, que los van a matar y nos vamos a quedar sin cura’. Y era verdad. Trinidad es una ciudad hermosa, con una gran identidad cultural, pero hoy está devastada: antes unas dos mil familias alquilaban casas a extranjeros y hoy no hay nada. No es solo el gobierno el que intenta callar; a veces son los de adentro, gente que te quiere y te dice: ‘Padre, cuídese, porque lo vamos a perder’. Pero yo no puedo callar. Qué valor tienen los cubanos para lanzarse al mar en una balsa. Muchas veces esa es la única puerta que queda. Han logrado que la gente piense que no hay nada que hacer: que no hay quien lo tumbe, pero tampoco quien lo arregle.”
Después del 11 de julio, ¿percibe un cambio en la sociedad civil cubana?
“Creo que fue en tiempos de Machado cuando se inventó aquella frase, referida a la política en Cuba: lo bueno que tiene esto es lo malo que se está poniendo. Es decir, el proceso es largo. Me refiero al proceso de liberación del pueblo cubano, de la apertura de la mente para entender y, después, para inspirar una acción diferente. Yo creo que tiene que ver, por ejemplo, con la apertura que hubo con la comunidad del exterior. Ahí hubo, sin duda alguna, un elemento fundamental de despertar. ¿Por qué? Porque durante mucho tiempo se estuvo diciendo a ese pueblo que los que venían aquí, si eran negros, los perros los mordían, y a los que no eran blancos los perseguían. Era una propaganda continua. Y la gente se lo creía hasta cierto punto. Ahora, cuando llegas allá, la realidad es que tú recibiste a tu tío, a tu primo, a tu abuelo y viste que vivías prácticamente en la miseria y que ellos venían con aquellas maletas cargadas de todo lo que uno puede aspirar desde el punto de vista material, evidentemente, pero con esa otra cosa que es innombrable. Recuerdo a una amiga en Santiago que mandaba a callar a su hermano que venía de Santo Domingo, no por finura, sino por miedo a que el Comité se enterara de lo que decía. Ahí la gente empezó a preguntarse: ‘¿Qué nos ha pasado como país?’.
Como decía monseñor Pedro Meurice, fue como si un vitriol hubiera caído sobre el mapa de la vida, no en sentido negativo, sino como un despertar. Eso abrió los ojos y marcó un punto de inflexión.”
¿Qué papel juega la libertad en esa comparación entre quienes viven dentro y fuera del país?
“En mi opinión aquí hay una comprobación clara y evidente. Yo recuerdo haberle oído a Caraya, al viejito banquero Benes, que comenzó el diálogo precisamente entre EEUU y Cuba. Él le llevó, entre los encuentros que tuvo con Fidel, un documental que reflejaba los éxitos de los cubanos en el exilio, los logros de los cubanos de este lado, y él mismo cuenta, porque los vio con Fidel, que Fidel se iba hundiendo en la silla. Aquello a mí me hizo pensar tanto: se sintió aplastado, porque lógicamente Fidel Castro era un hombre con una capacidad dialéctica indiscutible, era un hombre que pensaba, no se le puede negar eso. Y él, claro, los cubanos allá sí, y aquí no… Yo creo que en el fondo, como él era un hombre tan egotista, echaba la culpa a los cubanos de no haber tenido éxito en la revolución, porque evidentemente no lo ha tenido, ha sido un desastre total, que él no pudo ver hasta qué punto iba a llegar, pero nosotros sí lo estamos viendo ahora.
Eso lo aplastaba, porque es indiscutible: el cubano en la revolución, con libertad, es capaz de crecer como la espuma. De hecho, recuerdo un estudio, aunque no recuerdo exactamente cuál, que leí hace unos años, que mostraba que la comunidad nacional que más rápido había alcanzado los topes de este país no habían sido los blancos ni los ingleses ni los europeos de Centro Europa, ni los judíos, sino los cubanos. La cantidad de senadores, representantes a la Cámara, académicos, empresarios, artistas de todo tipo ha sido impresionante. Entonces, ¿cómo es posible que a 90 millas hayamos vivido esta especie de implosión, no de explosión, y nos hayamos convertido en esta especie de pueblo fantasma que somos ahora? Eso es un problema serio, un tema clave. ¿Por qué? Bueno, evidentemente la respuesta es clara también: el tema de la libertad es fundamental. El hombre necesita el oxígeno de la libertad para realizarse.”
¿Por qué tantos cubanos sienten que la única salida es irse?
“No, la respuesta es clarísima. Para mí en lo absoluto. Además, hay un problema ahí de dignidad personal. Yo no puedo renunciar a ese espacio de libertad que me hace ser un ser humano. Lo que define mi condición humana es que lucho, no solo vivo en libertad, sino permito que los demás sean libres, ayudo a eso y es la clave de todo. Es decir, el opositor que olvide esto sencillamente no sabe de qué va la cosa, porque esto va de un pueblo que está viviendo de esta manera porque se le han cuartado todos los caminos. Bueno, dicen que lo dijo Lezama Lima: ‘el hombre que parecía que iba a abrir todas las puertas es el que nos ha cerrado todos los caminos’”.
Usted viaja con frecuencia a Estados Unidos y siempre retorna a la Patria, que se ha vuelto ajena para quienes, aun siendo de allí, jamás pueden regresar. ¿Qué lo condiciona a volver?
“Tengo un amigo que quiero muchísimo, y él el otro día me acusó de que yo tengo aspiraciones políticas. Nunca he tenido ni aspiraciones dentro de la iglesia, ni he deseado, ni he pretendido llegar a nada, y soy feliz como soy, porque eso no es lo que a mí me da la felicidad. Yo estoy donde Dios me ha colocado, y es aquí donde yo tengo que producir todo el fruto que pueda, por el reino de Dios y por el bien de los demás. Pero mis feligreses muchas veces me dicen, cuando voy a salir: ‘Padre, no nos abandones’, y esa es una palabra que yo no puedo olvidar.”
¿Cómo describe su vínculo con quienes lo invitan a quedarse en Estados Unidos? ¿Ha sentido esa tentación?
“He tenido una tentación terrible externa de quedarme aquí. Mi familia, muchos amigos, personas que me quieren, me dicen: ‘Quédate con nosotros, tendrás seguridad, estabilidad, una vida más tranquila’. No, porque sé a lo que me enfrento. No es que yo sea ciego. A veces estoy muy cansado, he tenido problemas de enfermedad que he resuelto aquí y a veces estoy muy deprimido, esa es la verdad; me voy a decir una cosa por otra, a veces por no poder resolverle los problemas a la gente. Pero dejarlos no es una opción para mí. Cada vez que regreso a Cuba, veo el rostro de las personas, veo a los niños, veo la necesidad y siento que Dios me ha puesto ahí para estar con ellos, para acompañarlos en su dolor y en su esperanza. No es un sacrificio, es una misión. Yo puedo tener todas las comodidades de este lado, es cierto, pero mi corazón pertenece a mi pueblo, a esta tierra que me vio nacer y que me necesita ahora más que nunca.”
¿Vive usted con tristeza y agotamiento el deterioro de una población que en su mayoría sufre y calla?
“Yo diría que casi es diario, porque yo trato de pasar la mañana visitando a los enfermos. Claro, tuve un maestro, mi maestro fue Pedro Meurice. Meurice se pasaba todas las mañanas en el Arzobispado de Santiago de Cuba, recibiendo la visita de la gente, de los más pobres de los pobres; a veces el pobre se iba con los zapatos de él, la monja tenía que bajar unas chancletas del cuarto del obispo porque se había quedado descalzo, otras veces sencillamente le oía, otras veces daba dinero, ayudaba, la gente le contaba su sufrimiento, su dolor. Yo lo veía subir la escalera al segundo piso, aquel hombre salía de esas conversaciones tan abrumado, era un peso terrible lo que llevaba encima. Y bueno, para mí ser pastor, ser como ese obispo que fue el que me ordenó, que era de mi mismo pueblo, que fue el que me admitió en el seminario porque era el responsable de las vocaciones, y fue el que dio el visto bueno de que yo entrara a sacerdote cuando yo tenía 12 años —yo entré a los 13 años, un año después—, pues ya había empezado el curso pero al año siguiente entré con 13 años. Fue mi amigo, y fue un segundo padre para mí. Entonces, sí, para mí, lo aprendí del que me impuso las manos para hacerme sacerdote, y lo vi así continuamente, día tras día, que fue fiel hasta el final. Él también tenía toda su familia aquí, su madre, yo recuerdo, el obispo Prego, que era un hermano para él, como eran los demás obispos, era un hombre de un corazón enorme. Y Prego me contó que la última vez que él vino, ya su madre estaba muy enferma, cuando entraron en el avión y se sentaron, venían juntos en el vuelo, dice que él se echó a llorar, no había palabra que lo calmara, porque sabía que era la última vez que había visto a su madre. Un sacerdote es para los demás. Compañeros míos están aquí, se vieron en situaciones difíciles. Yo creo que nadie que se respete a sí mismo realmente se respeta si no respeta a los demás. Yo no puedo juzgar a nadie. Bueno, mira, la gente tiene su límite, yo en un momento determinado, quizás esté tan angustiado que diga: ‘Bueno, para estar loco aquí me voy y me meto en un convento a rezar por allá’, no sé, por cualquier rincón de donde sea, pero cada cual sabe lo que hace y hasta dónde puede aguantar. Pero yo lo que te digo es que yo, hasta ahora, a pesar de sentir muchas veces el peso terrible —porque es peso terrible de esta realidad de nuestro pueblo—, pero no, dejarlos no es una opción para mí. El pastor está al lado de las ovejas. No puedo aceptar esa realidad porque es inaceptable.”
¿Qué mensaje envía a las familias cubanas divididas por la migración?
Mira, yo creo que a nosotros llega el momento en que aquí y allá tenemos que decir basta ya, no sé qué nos pueda costar, porque ya yo lo estoy diciendo, se lo he dicho a la gente: señores, o somos nosotros o son ellos. Como le dijo María Cristina en una reunión hace muchos años a la gente del Comité Central del Partido y de la Academia, que se estaba reuniendo con un grupo de intelectuales cubanos, el Grupo del Instituto de Estudios Cubanos, y le dijo: ‘Ustedes los comunistas cubanos están en un dilema, el poder o la patria; o salvan la patria teniendo el poder, o dirán la patria por mantenerse ustedes en el poder’. Yo creo que esta idea hay que martillarla, es lo que está pasando. Pero María Cristina era una mujer sumamente valiente. María Cristina tuvo el valor de arriesgarse a que aquí pensaran que ella era de allá, y a que allá supieran claro que ella no era de allá, es decir, que ella estaba clara, y fue capaz de decir las verdades que tenía que decir aquí y allá, porque a veces la gente aquí puede llegar a ser un poco extremista, pero que tenemos que luchar, y que tenemos que luchar juntos. Porque muchas veces digo: eso es lo que quieren ellos realmente, y cuando yo identifico lo que ellos quieren lograr, pues lo que hay que lograr es exactamente lo contrario; ese es uno de mis criterios, y me ha dado resultados, porque es así. Es decir, yo creo que ellos han tratado de dividir a los cubanos de aquí y de allá. En este caso, han logrado quitarle la nacionalidad a los que vinieron, quitarles todas sus posesiones materiales, sacarlos de la tierra que los vio nacer, han logrado todo eso, pero ahora le están sacando el dinero.”
¿Cree que el pueblo cubano ha recuperado la fe en su corazón?
“Hay de todo. Es decir, yo creo que hay gente que sí ha encontrado a Dios. Hay gente en Cuba que vive con una dignidad, con una grandeza, con una calidad humana. Es una situación muy destructiva del ser humano. Muy destructiva, de verdad. Es poner al ser humano en una situación límite en todos los sentidos. Pero hay gente que lo vive con una gran solidaridad y con espíritu de sacrificio, de entrega, de solidaridad real, de quitarme lo que tengo mío para dárselo al otro que tiene menos. Eso ocurre en Cuba y está lo otro. Porque esa es una situación que lleva también al hombre a la barbarie, al egoísmo más brutal, más terrible. Es decir, tú lo ves muchas veces, como los nietos tratan a los abuelos. El adoctrinamiento de generación tras generación en Cuba, yo creo que ha dado al traste con que la sociedad cubana esté tan debilitada, tan destruida, y que se hayan perdido tantos valores. Yo estaba hablando esta mañana, creo que fue con una persona, y hablábamos de esto. Es decir, yo comentaba: a veces es esta especie de abandono que tienen los ancianos por parte de los hijos y de los nietos. Y una prima mía me comentaba aquí: me decía, ‘Bueno, aquí los hijos parecen querer ser los padres de uno y quieren imponerse’, y tú sabes. Y muchas veces la familia no es todo lo que debe ser, el hogar que reúne, que calienta, que nutre, que salva a la gente. Pero nosotros venimos de una tradición donde el anciano, la familia, la relación de los tíos, de los sobrinos, era muy valiosa.”
En el advenimiento del el nacimiento de Jesucristo, que según la tradición cristiana ocurrió en Belén, ¿cuál es su mensaje para los cubanos?
“Si perdemos la fe, lo hemos perdido todo. Un pueblo no puede vivir sin esperanza y sin fe. Pero sobre todo no puede vivir sin amor. Lo único que nos salva a nosotros es el amor. El otro día tuvimos, un encuentro fraterno, fabuloso realmente. Fue una experiencia para mí maravillosa. Y hablábamos de estas cosas. Y también me pidieron unas palabras finales, digamos, qué mensaje, y yo recordaba la canción de Fito Páez: muchos dicen que todo está perdido y yo vengo a ofrecer mi corazón. Es decir, que uno mira a Cuba y tiene la tentación de decir: todo está perdido. Lo único que podemos ofrecer es el corazón. Es seguir amando, es seguir sirviendo, es seguir ayudando, es que realmente se sea el motor que mueve nuestra vida. Porque es el único camino de verdadera redención, después que uno ha llegado a lo más profundo y terrible de la inhumanidad, del aplastamiento de la dignidad al ser humano, del sufrimiento. Hemos llegado a un punto realmente, bueno, pero desde aquí, para volver para arriba, lo único es: me doy, entrego, sigo creyendo en el otro. Y no importa que te hayan traicionado, no importa que te hayan abandonado, no importa que te hayas quedado solo en el esfuerzo de tratar de amar y de servir. Es la única manera de salvarnos.”
En Navidad, ¿qué significa llevar juguetes a los niños cubanos?
“Estamos haciendo eso desde hace años en un esfuerzo conjunto; digo ‘estamos haciendo’ porque no soy yo, lo estamos haciendo todos. Y es gracias a la ayuda que nos dan los trinitarios de aquí, del exilio. Ellos se pasan el año buscando juguetes. Nunca hemos tenido tantos como esta vez. Son casi 500 libras de juguetes, varios envíos, cajones llenos. Y son para los niños, no solo los que van a la iglesia, empezando por los que asisten a misa y al catecismo, sino también para todos niños del pueblo, incluso los del campo. Queremos llegar hasta el último rincón del Escambray llevando esos juguetes que el cariño, la generosidad, el compromiso de tantos hermanos aquí ha hecho posible que llegue allá. Es probable que los niños cubanos este año no tengan otro modo de encontrar el juguete que este, que mandan estos hermanos desde fuera. Los padres no tienen plata porque los juguetes son caros en todas partes, allá son más caros aún. Y es por eso que me voy. Porque no es que yo me sienta bien, porque sé que mi salud no lo está completamente. Pero cuando mi hermana me pedía: ‘Quédate, da una semana más, José Conrado’, yo le di una semana más. Pero ya, mañana se cumple la semana y ahora ya.”
¿También pueden recibir regalos los hijos o amigos de los represores que nos llaman el imperio?
“No importa. Para todos los que vayan, van a recibir. Yo no los veo de esa manera, eso del imperio, no es de mi lenguaje. La Navidad es la Navidad, y Jesucristo vino para salvarnos. El regalo más grande que tenemos es Jesucristo. Esos ofrecimientos vienen de personas que nos quieren, que han pensado en nosotros, y es una forma de decir: ‘Mira, no hay dos Cubas, hay una sola. Porque los de allá se acuerdan de nosotros, pues nosotros vamos a rezar por los de allá’.”
¿Y llegarán a tiempo los juguetes?
“Ya están allá. Lo mandaron con tiempo los católicos de aquí, el grupo de los trinitarios.”
¿Alguna restricción de la aduana para procesar estas ayudas?
“No. Bueno, es decir, en otro tiempo quizás, pero hasta ahora no.”
¿Qué le pide a Dios para Cuba en el 2026?
“Llevo años pidiéndoselo y una vez más le pediría: Señor, que llegue la hora en que podamos reunirnos en nuestra tierra, sin decir ‘tú el de allá, yo el de aquí, tú esto, yo soy, yo el otro, lo otro’. Que llegue el momento en que podamos vivir en paz, en libertad, en verdadera comunión y que podamos construir una patria con todos y para el bien de todos, el ideal martiano. Yo creo que es posible, yo creo en eso. Y ojalá que algún día, aún a los que nos han reprimido por años y han servido a estos oscuros y terribles intereses de una ideología tan destructiva y tan diabólica como lo es el marxismo, podamos también decirles a ellos: ‘A pesar de lo que hiciste, eres mi hermano. No te voy a excluir como tú me excluiste a mí porque me fui o porque me quedé y no me dejaste ni siquiera el más mínimo requisito de libertad’. Ojalá que llegara ese día. Y que es el día de la plenitud quizá no lo alcancemos aquí en la Tierra; quizá esta petición va más bien para lo que nos espera en el cielo, pero yo creo, definitivamente, que el cielo comienza aquí abajo cuando yo logro darme cuenta de que tengo que ser parte de esa renovación, de esa acción de salvación que Dios quiere para todos. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, dice el Evangelio, como creo también que la verdad es la que nos hace libres, como dijo Jesús. Entonces ahí está la clave. Y eso es lo que pido para el pueblo cubano: que llegue la mañana, el amanecer de un nuevo día.”
Concluye mientras con un abrazo se despide de nuestro equipo, convencido de que volveremos a encontrarnos y que, en un futuro no muy lejano, la mayor de las Antillas será libre.
