miércoles 11  de  septiembre 2024
EL JARRÓN CHINO

Hace Rato

Durante un par de años, mi lugar de trabajo fue el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, donde reside la soberanía popular de todos los españoles. Allí, en el Congreso, los periodistas de los distintos medios de comunicación, teníamos pequeñas oficinas desde donde reportábamos de la actualidad parlamentaria

Por MANUEL AGUILERA

Una de las cosas buenas que tiene tener una columna semanal es que te permite contar tus “batallitas” profesionales. Esos recuerdos que afloran a raíz de la actualidad y que te retrotraen a momentos intensos de tu carrera.

El pasado jueves, la imagen de Rodrigo Rato, exvicepresidente del Gobierno español, introduciéndose en un coche policial tras ser detenido, me hizo recordar los años, a mediados de los 90, cuando tenía trato casi a diario con el entonces portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados.

Durante un par de años, mi lugar de trabajo fue el Palacio de la Carrera de San Jerónimo, donde reside la soberanía popular de todos los españoles. Allí, en el Congreso, los periodistas de los distintos medios de comunicación, teníamos pequeñas oficinas desde donde reportábamos de la actualidad parlamentaria.

Allí acudía a diario, al espacio destinado para la cadena Antena 3 TV, junto a mis compañeros Carlos Hernández, Ángela Puerta y José Luis Torres, el único camarógrafo del mundo con una curvatura en la cabeza que le permitía colocar su cámara en la cabeza y grabar con el tiro perfecto.

En la búsqueda de la noticia y las reacciones, era fundamental tener una buena relación con los distintos portavoces de los grupos, tanto para obtener datos e información como para poder grabar sus opiniones. Recuerdo el trato diario y afable con Rosa Aguilar, de Izquierda Unida, de Pilar Rahola, de Esquerra Republicana de Cataluña, de Álvaro Cuesta, del PSOE, o de Loyola de Palacio, del PP.

En el trato humano, poco importaban las ideologías y al final, como periodistas, buscábamos gargantas profundas que nos revelaran secretos de la comisiones que se celebraban a puerta cerrada.

Con Rodrigo Rato, entonces en la oposición que ya intuía el cambio político a la etapa de Felipe González, los contactos eran también continuos. Aparecíamos en su despacho y casi siempre nos recibía y nos hacía una declaración en cámara sobre la actualidad, casi siempre en medio de un escándalo de corrupción del Gobierno socialista.

Era Rato un hombre distinguido, educado, culto, de alta cuna. Uno de esos políticos que nunca te imaginas que vaya a meter la mano en la caja simplemente porque no lo necesita.

Años después, llegó a la vicepresidencia del Gobierno de la mano de Aznar y se le vendió como el responsable del “milagro económico”. Cuando su jefe tuvo que elegir sucesor, se anunció una terna en la que estaban además de él, Jaime Mayor Oreja y Mariano Rajoy.

En aquella época, yo como tantos otros españoles, periodistas o no, apostábamos por él. Por su preparación y su indudable carisma para la política. Al final, el más insulso de la terna se llevó el premio y hoy es presidente de Gobierno.

A estas alturas del siglo, Rodrigo Rato podría acabar en la cárcel por fraude fiscal y blanqueo de capitales. ¡Quién lo hubiera pensado entonces! ¿La política le cambió o siempre fue el depredador de escasa moral como le presentan hoy en día?

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