Como ha sido el caso a lo largo de más de cinco décadas del régimen de Fidel y Raúl Castro, los cubanos, sencillamente, van a la cola en su propia casa
Pasada la “euforia” inicial tras el anuncio de que los departamentos del Tesoro y Comercio de Estados Unidos habían autorizado a la mayor empresa de cruceros del mundo, Carnival, a iniciar viajes directos entre Miami y Cuba, una declaración del jefe de la Oficina de Intereses de Cuba en Washington, José Ramón Cabañas, puso en su nivel las aguas por las que navega la nave del acercamiento entre Estados Unidos y La Habana.
Según declaraciones de Cabañas al Canal 23 de Miami, los cubanos residentes en EEUU no podrán viajar en los futuros cruceros que zarpen a hacia la isla porque, explicó el diplomático, de acuerdo con las actuales leyes cubanas, ninguna persona nacida en Cuba, sin importar segundas nacionalidades, tiene el derecho de entrar al país por vía marítima.
Como ha sido el caso a lo largo de más de cinco décadas del régimen de Fidel y Raúl Castro, los cubanos, sencillamente, van a la cola en su propia casa.
Para algunos expertos, las “aperturas” del general Castro tienen el objetivo de abrir de manera solapada los negocios a su “enemigo” del Norte y circunvalar en lo posible el embargo que hoy impide la invasión de negocios estadounidenses a la isla.
Pero parece que los cubanos de aquí y de allá nuevamente se quedan fuera del convite, salvo las muy limitadas opciones que la octogenaria dirigencia de la isla les ha facilitado en la empresa privada.
La Habana está dispuesta a abrirle un hueco en la línea de flotación al barco del embargo y espera con los brazos abiertos al capitalismo, pero no se muestra muy propensa a suavizar las restricciones contra sus propios ciudadanos.
Para ellos, los hermanos Castro siempre han reservado un oscuro camarote en la nave del olvido.
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