MIAMI.- No importa que vivamos en un mundo fuertemente dividido por fronteras, donde la realidad económica y social de un país y su vecino puede ser tan diferente como la de un rey y un mendigo. Los males que sufren las naciones pobres y subdesarrolladas siguen riéndose de las fronteras y tocan inevitablemente la puerta de los más ricos, de los más arrogantes, de los que se creen inmunes...
Ejemplos de estos males son el virus del ébola, que avanza rápidamente por todos los continentes, o la última oleada de menores centroamericanos que quisieron entrar a Estados Unidos sin pedir permiso y, al ser arrestados, desbordaron los centros de detención del país. Hablamos de más 68.500 niños que intentaban cruzar la frontera entre octubre de 2013 y el pasado septiembre.
Es alentador escuchar que el Gobierno federal no se limitó solamente a iniciar un proceso para deportarlos, sino que se sentará a hablar con los gobiernos de las naciones que abandonaron estos pequeños y con el Banco Interamericano de Desarrollo para trazar un plan a largo plazo que evite este fenómeno.
Esperemos que no se trate simplemente de delinear refuerzos de los controles aduaneros, sino de un plan humanitario que ayude a estos países a ayudar a su juventud, darle la educación que necesita, oportunidades laborales y tener los recursos para acabar con las redes criminales que se nutren de la migración ilegal.