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martes 26
de
noviembre 2024
Más de siete guardias de seguridad por preso. Es la proporción actual en el ala de la cárcel de Scheveningen, en La Haya, reservada a los procesados por la Corte Penal Internacional (CPI). Tienen acceso a ordenadores, una cocina común y espacio para ejercitarse. El deporte más popular, el tenis.
El jefe del centro, Paddy Craig, ha abierto sus puertas a un grupo restringido de medios, entre ellos Efe, para una visita guiada. Se queja de las "falsas impresiones" escritas en algunos periódicos, comparando la cárcel con un hotel de lujo.
Un vistazo a una de las celdas justifica su lamento. Es sobria, de unos doce metros cuadrados y con un mobiliario simple: una cama, dos estanterías, un pequeño escritorio, una silla, y un inodoro con un lavabo justo enfrente. "Cumple los estándares internacionales", indica Craig. Ni más ni menos.
Los detenidos pueden pedir la instalación de un ordenador sin internet, pero con acceso a una intranet para comunicarse con sus abogados y preparar sus escritos de defensa. También tienen derecho a un teléfono para hablar con familiares y conocidos, pero las llamadas están limitadas a 25 números y todas se graban. La CPI paga los primeros 200 minutos, el resto corre a cuenta del preso.
Craig reconoce que trabajar en un centro así tiene sus ventajas. "No lidiamos con sobrepoblación carcelaria o problemas por uso de drogas". Su número máximo de internos ha sido de 14, pero actualmente sólo seis de sus 12 celdas están ocupadas, siendo Laurent Gbagbo, expresidente de Costa de Marfil, uno de los inquilinos más conocidos. Un total de 29 guardias de seguridad los vigilan en turnos. Hablan en inglés y francés, los idiomas oficiales de la CPI, aunque algunos se desenvuelven en alemán, árabe y español. El idioma de Cervantes no ha sido necesario, al menos de momento.
Los horarios son estrictos. Las celdas se abren a las siete de la mañana, pero sólo los detenidos que tengan juicio están obligados a levantarse. Como el edificio de la CPI se encuentra a poco más de un kilómetro, los traslados no llevan mucho tiempo. Quienes se queden tienen la posibilidad de esparcirse por las áreas comunes. A partir de mediodía, se alternan momentos en los que deben volver a sus calabozos con otros en los que pueden salir. A las ocho y media de la noche todos son encerrados otra vez bajo llave, hasta el día siguiente.
El Mundial de fútbol ha conseguido que la zona de recreo sea estos días de las más frecuentadas. Los internos ven los partidos en una televisión que no dispone de cadenas de pago, pero sí algunas en francés, inglés y árabe. "¿Y no ven programas holandeses?", le preguntan a Craig. "No, no entienden el idioma", responde. La sala la completan una mesa de ping-pong y un futbolín que no parece tener mucho uso.
El Centro de Detención de la CPI comparte edificio con la Unidad de Detención de la ONU, donde aún quedan unos pocos procesados por el Tribunal Penal para la Antigua Yugoslavia (TPIY). El expresidente de Yugoslavia, Slobodan Milosevic, murió en una de sus celdas en 2006. Otras todavía albergan inquilinos como los exlíderes serbobosnios Ratko Mladic y Radovan Karadzic, que esperan sus recursos de apelación.
Los presos de ambos tribunales sólo pueden coincidir en el pequeño gimnasio de la primera planta o en una cancha adyacente que presume de canastas de baloncesto y porterías de fútbol movibles. Craig no tiene permitido dar detalles personales sobre los detenidos, pero explica que los números no siempre dan a la hora de formar equipos. La solución encontrada fue simple: internos de la CPI y el TPIY se entremezclan con los guardias de seguridad para jugar y marcar goles.
Otro punto donde se puede hacer ejercicio es en el patio, cuyo espacio está casi todo ocupado por una pista de tenis, "el deporte más popular", asegura Craig. A un lado, las plantas de un discreto huerto aprovechan las pocas horas de luz que les permiten los altos muros de la prisión. Los detenidos cultivan patatas, tomates y cilantro.
Las diferencias culturales juegan un papel importante en la relación entre prisioneros y carceleros, especialmente en el plano gastronómico. Internos africanos se quejaron hace años de que la comida era demasiado centroeuropea.
La situación ahora parece estar bajo control. Además de recibir el menú habitual de forma gratuita, los detenidos pueden comprar productos de sus países de origen en el economato de la prisión y utilizarlos en una cocina común totalmente equipada. Las despensas están llenas de pan, pasta, ajo, jengibre, leche y legumbres, entre otros alimentos. "Algunos son muy buenos pasteleros, ni te imaginas cómo huele lo que sale del horno", dice Craig con una sonrisa.
FUENTE: EFE