miércoles 9  de  octubre 2024
MUNDO

Haití: hostilidad entre pandillas, secuestros y protestas, la realidad de la nación

Años de fracasos han dejado a ese país al borde del colapso, ahora predomina a un clima de ingobernabilidad causado por al accionar de bandas armadas
Por Javier Valdivia

ESPECIAL

MIAMI.- En un año convulso y de profundas divisiones en Haití era imposible imaginar que en este país hubiera algo de consenso. Pero la voz de toda la nación se unió por primera vez en mucho tiempo, aunque sólo fuera alrededor de la trágica e inesperada muerte de uno de sus más queridos ídolos.

Sucedió en octubre en París, en el Accor Arena, el principal escenario musical de la capital francesa: Michael Benjamin, más conocido como Mikaben, se desplomó ante veinte mil espectadores fulminado por un ataque cardiaco. Tan pronto se supo la noticia, todos en Puerto Príncipe, artistas y gente común, políticos e intelectuales, autoridades y opositores al gobierno, desbordaron Twitter para lamentar el deceso.

“La música de Mikaben no pertenece a ningún sector; Mikaben trasciende todos los sectores”, dijo el periodista Robenson Geffrard en la emisora Magik9, y tenía razón. Por un breve momento nadie acusó a nadie, nadie atacó a nadie, y el pueblo haitiano, que suele desahogar sus males en la música y el fútbol (porque encuentra en ellos a las figuras que parecen escasear en otros ámbitos como la política), tuvo un respiro tras meses de inestabilidad y de violencia.

Pero la muerte de Mika, como también lo llamaban, no será suficiente.

Años de fracasos y de inercia han dejado a Haití nuevamente al borde del colapso. Ahora, a un clima de ingobernabilidad causado por al accionar de bandas armadas se suman la polarización de fuerzas que aplaza el retorno al orden democrático, y la amenaza de una intervención militar extranjera que la mayoría de los haitianos rechaza de manera visceral, tanto por dignidad como por el triste recuerdo de las ocupaciones que empezaron en 1915.

La última intervención

El domingo 29 de febrero de 2004, el teléfono sonó alrededor de las 3:00 de la mañana en la residencia del embajador dominicano en Haití, Roberto Despradel. Del otro lado de la línea, alguien (creo que la llamada vino de la embajada de España) le comunicó al diplomático lo que parecía inevitable: el presidente Jean Bertrand Aristide había renunciado —o fue obligado a hacerlo—, y en ese mismo momento iba camino al aeropuerto.

Las calles repletas de barricadas y de gente armada por doquier testimoniaban el estado al que había llegado el país, entonces en manos de un exoficial de policía alzado en armas y a punto de tomar la capital, de unos opositores cerrados por completo a negociar, y de un mandatario que, apoyado por sus temidas fuerzas de choque conocidas como Chimères, había perdido el poco respaldo que le quedaba en el exterior.

Esa madrugada, Aristide recibió la visita del embajador de EEUU, James Foley, quien le dio el ultimátum: “O se va de aquí o se atiene a las consecuencias”. Luego —según supimos Despradel, su consejero de prensa, Pastor Vásquez, y yo por la llamada—, Foley se dirigió a la casa del primer ministro Yvon Neptune para decirle que debía asumir la conducción del gobierno de manera provisional y que la seguridad del país quedaba a cargo de una fuerza multinacional liderada por tropas estadounidenses.

Dos décadas después el escenario de crisis se repite, salvo porque la presencia de fuerzas extranjeras solicitada expresamente por el gobierno haitiano ha hallado reticencia entre algunas naciones que conforman el Consejo de Seguridad de la ONU, que dieciocho años atrás legitimó la ocupación creando después la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah).

Pero la insistencia del primer ministro Ariel Henry de mantenerse en el poder parece ser la misma que impulsó al exsacerdote salesiano, y la figura de Guy Phillippe, el líder del Frente de Liberación y Reconstrucción Nacional (FLRN) que acorraló a Aristide en 2004, sólo ha sido reemplazada por la de Jimmy “Barbecue” Chérizier, jefe del G-9 An Fanmi e An Alye, la inédita federación de bandas de la capital cuya creación fue promovida por las propias autoridades, y principal referente de las pandillas existentes en Haití, que hace lo mismo con el actual jefe de gobierno.

Y como Aristide, Henry tiene también en la oposición otro frente abierto igual de peligroso.

“No les estoy pidiendo que porten armas, consigan machetes para llevar a cabo la revolución”, demandó en octubre a sus seguidores el líder del partido opositor Pitit Desalin, Jean-Charles Moïse, que en una protesta frente a la Embajada de EEUU resultó afectado por las bombas lacrimógenas lanzadas por la policía para dispersar a los manifestantes.

Crisis cíclicas

Tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse el 7 de julio de 2021, Ariel Henry asumió el cargo de primer ministro que le cedió Claude Joseph bajo presiones externas. Henry, designado por Moïse dos días antes de su muerte, prometió elecciones y buscó legitimidad a través de un pacto con fuerzas políticas el 11 de septiembre de 2021. Con eso buscaba desestimar de paso el Acuerdo de Montana suscrito por otros sectores un mes antes para reponer el orden democrático, pero también para alejarlo del poder.

En meses recientes la hostilidad entre pandillas y los secuestros aumentaron al igual que las protestas contra la actual administración. Pero la situación empeoró dramáticamente luego de que el 12 de septiembre Henry dispuso la eliminación de los subsidios a los combustibles, lo que duplicó sus precios y empeoró las ya pésimas condiciones de vida de cientos de miles de haitianos.

Viéndolo desde una perspectiva más amplia, parece que las crisis políticas, sin importar su origen, son cíclicas en Haití y paradójicamente se repiten cada más o menos veinte años.

Dos décadas pasaron desde el fin del mandato de Aristide hasta la situación que enfrenta hoy Henry. Y dos décadas más separan la caída de Jean Claude “Baby Doc” Duvalier, ocurrida en 1986 —y fruto también de violentas protestas—, hasta lo que sucedió en 2004. Incluso yendo más atrás, un levantamiento militar en 1967 contra François Duvalier, “Papa Doc”, ensombreció sus últimos dos años en el poder, y 17 años antes, en 1950, un golpe depuso al presidente Dumarsais Estimé.

Las crisis cíclicas son un término acuñado por la doctrina marxista al campo de la economía y su extrapolación a la política podría ser un poco aventurero. No existen como tal, ciclos de bonanza o de ruina democrática, sino la perdurabilidad o la erosión del Estado de derecho.

En el caso de Haití quizá cabría aplicar mejor la teoría del politólogo polaco Adam Przeworski, para quien ganar las elecciones y abusar del poder para mantenerse en el gobierno es una señal de que algo anda mal con la democracia, igual que las cosas sigan igual a pesar de los resultados electorales.

Y agregar lo que el embajador canadiense en Haití, Sébastien Carrière, repitió en octubre: Los más grandes males de este país son la impunidad y la corrupción.

Según una investigación de la organización defensora de los derechos humanos Sant Karl Lévêque, entre el 40% y 60% de la policía haitiana tiene conexiones con las pandillas, y las autoridades mantienen una postura de laxitud frente a la criminalidad, particularmente los cientos de secuestros que ellas mismas ejecutan en todo el territorio haitiano.

(*) El autor es vicepresidente regional por Haití de la Comisión de Libertad de Prensa e Información de la SIP.

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