viernes 4  de  octubre 2024
ANÁLISIS

Hay mucha desinformación sobre el coronavirus

Muchísimas personas con las que hablo no saben por qué no ha habido suficientes módulos de detección del coronavirus
Por LUIS ZÚÑIGA

Es realmente desconcertante que con la abrumadora cantidad de noticias, artículos de prensa, programas de radio y televisión que diariamente abordan el tema del coronavirus, la población, en general, tenga una altísima dosis de desconocimiento sobre los asuntos importantes relacionados con la epidemia.

Muchísimas personas con las que hablo, incluidos periodistas, así como profesionales de la medicina que veo en la televisión, no saben por qué no ha habido suficientes módulos de detección del coronavirus (test kits) o por qué se demoraron tanto tiempo en estar disponibles para realizar pruebas masivas. Sin dudas, la falta de módulos de detección impidió identificar, tempranamente, a los portadores y permitió que muchísimas personas sanas se contagiaran.

Sin embargo, desde hace más de un mes, el 13 de marzo específicamente, en la conferencia de prensa diaria que realiza junto a expertos de salud y epidemias, el Presidente explicó que la falta de módulos de prueba se debía a un error del CDC (Centro de Control de Enfermedades). La palabra exacta que usó el Presidente fue “technical glitch” para indicar que fue un error de computadoras. Sin embargo, no fue hasta hace poco que un importante diario de la capital informó sobre la “causa” de la falta de módulos de detección. Un experto del CDC confirmó que 24 de los 26 primeros módulos estaban contaminados y producían “falsos negativos”. El vocero del CDC, Benjamin Haynes, dijo que el problema demoró la disponibilidad de módulos un mes.

Evidentemente, “nadie escuchaba” esas conferencias diarias porque los dedos acusadores han estado apuntando al Presidente, constantemente, sin siquiera informarse de lo que éste ha dicho.

La segunda desinformación importante es el origen de la epidemia, la forma en que el país fuente, China, ocultó el problema y la conducta que tuvo la principal organización del mundo en el manejo de enfermedades contagiosas, la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Desde el comienzo del problema, varios observadores notaron la sospechosa coincidencia de que en la ciudad china donde se originó la epidemia, Wuhan, hay un importante instituto dedicado al estudio de virus vivos. Yo escribí un artículo con esa acotación (El Coronavirus y su Origen) el pasado 14 de marzo, puntualizando varias actividades sospechosas relacionadas con ese instituto, como el arresto en diciembre pasado del Dr. Charles Lieber, Jefe del Departamento de Química Biológica de la Universidad de Harvard, que estaba “colaborando” con el instituto de virus de Wuhan, y el arresto de Zaosong Zhen, en el aeropuerto Logan de Boston, el pasado 10 de diciembre, por intentar sacar de Estados Unidos rumbo a China, 21 recipientes conteniendo material biológico de investigación.

La primera y mayor responsabilidad de la expansión de la epidemia y de la cantidad de contagiados y fallecidos corresponde, ineludiblemente, a China. El respetadísimo Instituto Médico Lancet de Londres, informó que el primer contagio con coronavirus ocurrió en Wuhan en el mes de octubre pasado, dos meses antes de que el gobierno de China diera a conocer que había un “foco” de neumonía en la ciudad de Wuhan. El Lancet señaló que ese “paciente cero” (primer contagiado) no estaba relacionado con el mercado de mariscos que el gobierno chino responsabilizaba como el origen del virus. Esta información era conocida en Estados Unidos desde enero, cuando el Senador Republicano, Tom Cotton, presentó, en conferencia de prensa, la información del Lancet Institute.

La responsabilidad de China no se limita a evadir el origen del coronavirus, de si fue creación de su laboratorio o no. China ocultó, intencionalmente, la magnitud de la epidemia y el altísimo grado de contagio del virus. Lo ocultó amenazando al personal de salud de los hospitales para evitar que alertaran sobre la epidemia y reprimiendo a los que se arriesgaban a denunciarlo, como lo hizo contra el oftalmólogo Li Wenliang, que contrajo el virus y murió el 7 de febrero. Otros 450 activistas han sido arrestados o encarcelados por “difundir” falsos rumores.

China lo ocultó borrando de las páginas web de dos de sus universidades, la Fudan University y la China University of Geosciences de Wuhan, las investigaciones académicas que habían realizado sobre el origen del coronavirus.

China también ocultó la crisis, de manera oficial, como consta en el Informe de la Comisión de Salud de Wuhan del 10 de enero: “No se han detectado nuevos casos desde el 3 de enero. Hasta el momento, ningún miembro de los servicios médicos se ha contagiado y no hay evidencia clara de que exista transmisión entre personas”. Y, para asegurar su ocultamiento de la epidemia, el régimen chino usó su influencia en la Organización Mundial de la Salud (OMS) e hizo que la OMS repitiera, textualmente, sus informes durante las siguientes semanas, manteniendo al mundo ignorante del tremendo peligro de transmisión del virus para los viajeros que entraban y salían de China, y para todas las personas que directa o accidentalmente entraran en contacto cercano con esos viajeros.

La complicidad de la OMS es innegable y se verifica a lo largo de sus “Reportes Diarios de Situación” que son copias de los Informes del Ministerio de Salud de China. La OMS no realizó una investigación independiente como corresponde en estos casos y la visita de su Director General a Pekín fue para “reunirse” con el líder comunista Xi Jinping y reconocer el “tremendo esfuerzo que China ha estado realizando para enfrentar el brote del coronavirus”.

Se podrían escribir muchas páginas sobre la complicidad de la OMS pero, no creo que sea necesario aquí.

La malicia de China, independientemente de por qué lo hizo, ha causado enormes pérdidas humanas. Hasta el cierre de este reporte ha habido más de 196.000 muertes en el mundo y más de 51.000 en los Estados Unidos. Además, hay miles de millones de dólares en daños económicos y todavía no hemos llegado al final de la tragedia.

El tercer elemento de desinformación presente es el avance en la búsqueda de un medicamento que cure la enfermedad producida por el coronavirus. La mayoría cree que “no hay ninguna medicina para tratar a los enfermos”. Sin embargo, la hydroxychloroquine, que fue usado antes contra la malaria, ha salvado a numerosos pacientes y, un nuevo producto, el remdesivir, que no se menciona y que ni siquiera muchos médicos conocen, pasó su primera prueba en simios curándolos a todos. Actualmente está en fase de experimentación con humanos y ha sido recomendado por el Presidente en dos ocasiones. El medicamento, desarrollado por los laboratorios Gilead, ya ha pasado por diferentes pruebas que incluyeron unos 2.400 participantes con síntomas severos de la enfermedad.

En una de esas pruebas, que aún no ha concluido pero que Reuters reportó, en la Universidad Médica de Chicago, de los 125 pacientes participantes, 113 de ellos con síntomas severos, casi todos salieron del centro en una semana, aunque dos fallecieron. La especialista que supervisa el estudio, Kathleen Mullane, señaló que “en cuanto empezamos a usar el medicamento, las fiebres comenzaron a bajar. Hemos visto pacientes salir de los respiradores artificiales al día siguiente de comenzar el medicamento. En términos generales, nuestros pacientes están saliendo bien”.

El sumario de esta pandemia es que hay dos culpables que debemos tener bien identificados: China y la Organización Mundial de la Salud. Que hay también muchísimos héroes sin nombre: los médicos, enfermeras(ros), técnicos y empleados de la salud que han mostrado un altísimo compromiso con su profesión y su conciencia y el tercero, que hay esperanza porque nuestros científicos están dando una batalla silenciosa y tenaz, para producir una cura que ponga fin a tanto sufrimiento y muerte. Y, una palabra final para el Presidente, que con su liderazgo y decisiones difíciles, frenó la llegada de visitantes que podrían haber contagiado a muchísimos otros norteamericanos y elaboró un programa de ayuda, aprobado por el Congreso, que ha sido una bendición para tantas personas que han quedado desempleadas y, de otra manera, sin recursos de subsistencia.

Luis Zúniga

Analista político

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