sábado 15  de  marzo 2025
CONMOVEDOR REENCUENTRO

Volver a casa tras el paso del tifón

Una vecina de Tacloban, la zona más afectada de Filipinas, regresa a su ciudad natal en busca de su familia, una experiencia desgarradora que jamás hubiera imaginado

Alyssa Ramos no para de mirar al móvil en la puerta de embarque número 5 del aeropuerto de Cebú, una próspera ciudad turística donde trabaja como recepcionista de un hotel. Es la mayor de tres hermanos y hace días que no los ve, exactamente desde la última vez que estuvo en Tacloban, su ciudad natal, hace apenas un mes. u201cQuién nos iba a decir entonces que esto ocurriría, nadie lo esperaba u201d, recuerda.

Más que el miedo, la sensación de shock, de estupefacción y de incredulidad fue la que se apoderó de toda Filipinas en los primeros momentos. Precisamente por ser un país acostumbrado a los terremotos, a los tifones y a las erupciones volcánicas, nadie esperaba la fuerza con la que llegó Yolanda para cambiarlo todo para siempre. n

u201cEl tifón me pilló trabajando en la recepción u201d, recuerda Alyssa. Al principio, las imágenes de la televisión eran las de siempre: vientos huracanados, mucha lluvia u2026 Pero poco a poco comencé a recibir mensajes de mi hermano. Estaban encerrados en casa y cada vez parecían más preocupados. De pronto me llegó un mensaje de mi hermana diciendo que el tejado de la casa había volado. Les llamé pero ya no me contestaron. La angustia fue tremenda u201d, dice emocionada.
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Comenzaron entonces las continuas miradas del móvil al televisor y del televisor al móvil. Sus paisanos de Tacloban que como ella estaban trabajando en Cebú hicieron lo mismo, comenzaron a llamarse unos a otros buscando información. De pronto entendieron que no había comunicación con Tacloban, que se habían caído todas las líneas de teléfono. Nadie podría saber ya nada de los suyos durante días.
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Mensaje de esperanza n

u201cTacloban, Tacloban u2026Pasajeros, procedan al embarque por la puerta número 5 u201d, vocean los empleados de Cebu Pacific Airlines. El pasaje se pone en pie. Son pocos los que quieren volar al lugar del que todo el mundo huye: periodistas, cooperantes y vecinos de Tacloban ansiosos por encontrar a los suyos. u201cEstuve seis días sin saber nada de ellos. Estaba muy preocupada. Pero el pasado jueves me llegó un mensaje de mi hermana que me decía que estaban vivos. La cobertura había vuelto. En seguida les llamé, yo no podía parar de llorar pero mi hermana se reía y me hacía bromas sobre el hambre que habían pasado. Así somos los filipinos, tratamos de no perder la sonrisa porque no te lleva a ningún lado u201d, explica. n

Su familia estaba viva pero sin comida ni agua. Por eso, Alyssa no se lo pensó dos veces y cargó todo su equipaje con víveres. También con baterías y con un generador para llevarle a los suyos. A pesar del pillaje. u201cSé que me lo pueden robar todo, pero mi hermana y mi tío van a ir al aeropuerto a buscarme. Tenemos que intentarlo u201d, dice. u201cEllos podrían salir de allí y venir a Cebú, pero si nos vamos arrasarán nuestra casa que no ha sufrido demasiados daños. Tan sólo se ha levantado una parte del tejado, podremos reconstruirla u201d, dice.

Sus tíos son policías y van armados, razón demás para viajar tranquilos. nEl avión despega. 40 minutos de vuelo separan las paradisíacas playas de Cebú del infierno de Tacloban. Hay muchos asientos vacíos, así que todos los pasajeros se colocan en las ventanillas. Aunque las nubes lo envuelven todo, todos miran hacia el exterior. Saben que cuando comience el descenso, la imagen no será la misma que la última vez que volaron a casa: la de una ciudad de 250.000 habitantes que crecía al calor del turismo, donde cada vez se construían edificios más altos, autopistas y carreteras. n

Tragedia a la vista n

u201cEstoy nerviosa u201d, dice Alyssa. El avión comienza el descenso y entre las nubes asoma la verdadera dimensión de la desgracia. Los kilómetros y kilómetros del inmenso basurero que es el Tacloban post Yolanda. u201cNo me lo puedo creer, no reconozco nada u201d, dice Alyssa entre sollozos. No es la única que llora. En cada ventanilla hay un vecino de Tacloban estrujando un pañuelo y conteniendo el llanto que sale a borbotones. La imagen real es demasiado cruel, a pesar de haberla visto durante días por televisión. nMucho más impactante es el nauseabundo olor a podrido que llega hasta el avión en cuanto se abren las puertas. u201cEra mucho peor antes u201d, explica el sobrecargo.

A pesar de que los cadáveres ya no están en las calles, Tacloban es una ciudad en descomposición. Un estercolero de materiales triturados por vientos que superaron los 345 kilómetros por hora. Un nivel de destrucción y de suciedad muy superior al provocado por un terremoto ya que los tifones destrozan, esparcen y lo impregnan todo de barro y muerte. nLos pasajeros bajan del avión cámara en mano y con la boca abierta a pesar del hedor.

Su cerebro se esfuerza por reconocer el lugar en el que tantas otras veces han estado. La pequeña terminal no es hoy más que un cobertizo con las tripas al aire, donde militares, cooperantes y pasajeros se apiñan para intentar protegerse del sol abrasador. Imposible adivinar dónde están las maletas sin la ayuda de un operario del aeropuerto. Dentro del caos, la gente intenta guardar un orden a la hora de recoger los equipajes de la única cinta que ha resistido y que evidentemente no funciona. n

Sorpresa n

Alyssa agarra sus bultos y busca ansiosa con la mirada una cara familiar. La terminal está llena de gente que ha hecho del aeropuerto su casa. No hay puerta y el sonido de los aviones de carga aterrizando y despegando continuamente es atronador y contribuye a generar una mayor sensación de estrés. u201cNo les veo u201d, exclama, con los ojos llenos de lágrimas. u201cYa no tienen batería en el móvil, u00bfcómo les voy a encontrar ahora?, se pregunta. u00a1Ni siquiera reconozco las calles! u201d.

Entonces, cuando está a punto de perder el control, una chica muy menuda y muy parecida a ella la aborda corriendo con los brazos abiertos. Evidentemente es su hermana y el abrazo es inmenso. Tan intenso como los vientos huracanados con los que Yolanda cambió sus vidas para siempre.

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