viernes 13  de  septiembre 2024

¿Cuántos nombres tienes en Facebook?

Las plataformas de la comunicación cambiaron y las maneras de ofender también
Diario las Américas | IDAYSI CAPOTE
Por IDAYSI CAPOTE

Esta es una pregunta sin respuesta en estos tiempos donde pocos se atreven a decir lo que piensan de ti bajo una firma real y no a través del globo inflado de otra u otras cuentas en Facebook.

Me escriben en un perfecto español con unos nombres árabes, rusos y hasta en latín… Nada, que los enemigos encubiertos son gente “leída y escribida”, como le decía mi abuela a los muy cultos, o es que saben usar muy bien el traductor de Google que a veces traiciona con unos disparatessss...

Las plataformas de la comunicación cambiaron y las maneras de ofender también. En los pueblos, barrios, repartos, bateyes y caseríos no faltaban ni el "sangrón" ni la "chismo-envidiosa" que atacaban de maneras reptilescas y venenosas con unas conclusiones sacadas generalmente de burbujas imaginarias.

Ahora se valen de un nombre falso, como un tal Periquito Pérez que se levanta, se acuesta, sueña, tiene sexo –sin final feliz–, y delira pensando en cualquiera que esté en su mira. Por los ataques que llevan a cabo tratan de ser la persona que quisieran victimizar, pero que casi nunca lo consiguen. Los que muestran algún logro, ya pasaron por las “siete candelas” y no son fáciles ni de asustar ni de amargarles sus vidas.

Cada segundo de sus existencias tienen un único objetivo: Triunfar. Y los obstáculos, ahora cibernéticos, tienen una gran dosis de indiferencia por parte de los que tienen el enfoque en el éxito.

Ante tal frustración que provoca el “No te hago caso”, los dolidos facebookianos deberían ir a un doctor del alma. Porque no hay calmante que cure sus vidas ignoradas. Confieso que sé de gente exitosa que anda por estos oscuros y anónimos caminos. No admiten la felicidad ajena.

Sus vidas retorcidas evitan compartir la alegría de sus parejas, hijos, parientes y hasta de mascotas que serán humilladas por estos diablillos modernos y cibernetizados.

Cervantes, el de El Quijote, ya pasó por esto hace unos 400 años con su vecino Lope de Vega, otro genio de la literatura. Ellos dedicaron parte de sus talentos a “la tiradera”, como se le llamaría al "chanchullo moderno" en el Madrid de entonces, sin Internet.

Publicaban entre sus obras unas directas e indirectas que son material literario de primera. Lope de Vega, que gozó en vida de un triunfo prodigioso, se dedicó a burlarse de Cervantes. Este último, ahora es el primero, tiene su obra maestra tan publicada y traducida como la Biblia.

“La tiradera” o “el dime que te diré” es un condimento esencial para apretarse el cinturón y hacer las cosas mejor de lo que las has estado haciendo. Los que tratan de arruinar una vida o una pasión, desconocen que quienes realmente viven centrados, aprovechan estas críticas sin firmas para afincarse más y mejor.

Si me dicen vieja, pues compro y uso más cremas y tratamientos que me harán lucir rejuvenecida, en esto se salva la vendedora de cosméticos… ¿No será ella una de las atacantes facebookianas para vender más? Por si acaso, y si usa esa trampa, qué importa. Me veo mejor en mi espejo que es el decisivo… ¡Ah! Y que me quiten lo baila'o.

A los que me pesan con sus ojos les comento, a modo de información, que han sido mi motor para desaparecer los kilos que me sumé. Ni mi doctora primaria con su charla de que me acorto la vida había logrado lo que mis enemigos encubiertos de Facebook en un único comentario, lograron en mí. Gracias, a los sin rostros.

A los que se empeñan en decirme que “no soy una pluma”, que lo de escribir no es lo mío, les tengo malas noticias. Gente que admiro por sus enormes logros continúan insistentes, alentándome para que no desista. Ellos están convencidos que me leerán los destinados para mí, aunque un grupo disfrute y el otro infarte. Es cuestión del Ying y del Yang.

Existe un grupo pasivo con un perfil real, pero con datos falsos, para estar chismeando solamente. Se cuidan así de aplicaciones como: ¿Quién vio mi perfil?, qué delatan hasta la frecuencia con que te “visitan” sin tú saberlo.

Como yo no soy santa, tengo algunos secretos al respecto. Pero mi confesión será en otro artículo. Mientras, seguiré husmeando, a veces, como Cecilia Valdés.

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