Cuando el puñado de cubanos, esos que pueden garantizarse una resaca decente, amanezca el primero de enero de 2018, su lado consciente no les avisará enseguida de los 60 años que ya han pasado bajo el mismo sol, con el mismo Dios y el mismo mandato.
Cuando el puñado de cubanos, esos que pueden garantizarse una resaca decente, amanezca el primero de enero de 2018, su lado consciente no les avisará enseguida de los 60 años que ya han pasado bajo el mismo sol, con el mismo Dios y el mismo mandato.
Cuba parece distinta en 2017, pero los cubanos continúan aguantando el retroceso de una bala que no acaba de dispararse: la de los cambios políticos y económicos. En medio de la balacera de amenazas medidas y sanciones de Estados Unidos y de las promesas y alacenas vacías de Cuba, las familias vuelven a quedarse sin otra esperanza que la espera.
El actual Castro, con su discurso vacío, cortado y pegado de algunas frases antiguas de Fidel, no ha podido ilusionar, no ha podido alimentar, no ha podido reorientar al pueblo hacia metas reales. La oratoria brillante de su hermano también dejó hambre en todas las esquinas de Cuba, menos en las que se ubican sus cerca de cien casas distribuidas por todo el territorio nacional.
Una vez fue nombrado la “voz de los desposeídos” por sus extendidos discursos en la ONU a favor de los pobres, Fidel siguió defendiendo su título desde el estrado de la ONU y multiplicando su propia cantidad de desposeídos.
Así los cubanos se quedaron sin ventanas y puertas que poner en las casas, sin juguetes, sin comida, sin casas, sin piezas de repuesto para cualquier electrodoméstico, sin salidas y sin esperanzas. Pero la imagen de la voz de los desposeídos sigue en pie en los establecimientos de la oficoda, en las salas de las casas y en ese visual descascarado que la propaganda del sistema se empeña en mostrar, como si pintar consignas obsoletas en las paredes fuese un aval que respaldara el patriotismo.
A quienes se dedicaron a la noble tarea de alimentar cerdos para venderlos al doble de precio en estas fechas y también el chupatintas que desde su oficina destinó carne para todos los mercados a 17 pesos la libra, es preciso darles una medalla al esclarecimiento de los hechos. Ahora ya sabemos quiénes son los que ponen malo aquel país del que se podía salir lo mismo en balsa que en avión para encontrar el mismo destino, ser un poco menos pobres y algo más libres.
Es reduccionista creer que la pobreza se hereda, pero en Cuba llevamos colocado un cencerro desde hace varias generaciones, esperando y esperando con cierto sometimiento y con miedo, a que pase “algo”. Cualquier cosa menos que quiten cosas de la libreta y desaparezca el invento. El 2018 sorprenderá a los cubanos poco a poco, las cosas van a pasar en sus propias narices, con el juicio nublado por la“matraquilla” de la escasez. El país ya está vendido en tantos trozos como altos cargos tengan acceso a la inversión en bolsa.
L oratoria de Fidel Castro, en su denuncia al injusto orden internacional imperante, no tuvo en cuenta a la naturaleza humana, craso error del comunismo básico que calcula que todos querrán partes iguales del mismo pastel. No es así. En estos 60 años, el socialismo ha reordenado a los pobres, les ha dado acceso a altos estudios para así extraer riqueza de su futura especialización. Una trama urdida con tiempo y parsimonia en la que ni siquiera hay pastel que repartirse.
La última esperanza de 2017 fue el final de la era Obama y la de ahora, que entre Rusia con más inversión y menos banderas. La propia familia del hermano de la voz de los desposeídos se está repartiendo ya el pastel de Varadero, el pastel de los hoteles, de las casas de alquiler, de los paladares, el pastel del Mariel y pronto pasarán al pastel financiero y bursátil, ese que hizo multimillonarios a miles de oligarcas rusos en 1990.
A los cubanos de la isla les han quitado hasta la necesidad de desear. La familia Castro está más alineada con el concepto de propiedad privada. El todo es de todos es demasiado abstracto para la contabilidad de los cientos de negocios que regentan sus colaboradores.
Lo que queda verdaderamente activo de aquella voz de los desposeídos son los impulsos de su familia más cercana. Ellos no tienen discurso, solo un mantra, mi país, mi gobierno, mis elecciones, mi mandato, mis hijos, mis ayudantes, mi jardinero, mis nietos, mis finanzas, mi salvación.
FUENTE: REDACCIÓN