lunes 29  de  diciembre 2025
ANÁLISIS

¿Desde cuándo Alejandro Sanz es caribeño?

Desde una perspectiva musicológica, esta última producción consolida en Sanz una escritura que se inscribe en una lógica de mestizaje estructural

Diario las Américas | YALIL GUERRA
Por YALIL GUERRA

El más reciente fonograma del cantautor español Alejandro Sanz despliega un entramado sonoro de notable riqueza estética, donde confluyen, con naturalidad y sin impostaciones, el lenguaje del pop contemporáneo y diversas expresiones rítmicas del Caribe. El resultado es una obra de trece piezas que, lejos de responder a una mera operación estilística, propone un espacio de encuentro entre sensibilidades del mundo hispano, invitando tanto a la introspección como al movimiento corporal.

El álbum se abre con Palmeras en el jardín, una canción que traza un puente simbólico entre Madrid y La Habana. Sin embargo —y he aquí uno de sus aciertos— Sanz elude el recurso fácil de la sonoridad explícitamente cubana: la conexión con la isla no se articula desde el ritmo, sino desde la evocación lírica y emocional. La pieza ha sido descrita como “una balada desgarradora con la que vuelve a su esencia”, en la que el cantautor retoma una voz íntima y confesional tras una etapa de transformación musical y personal. En ese sentido, Palmeras en el jardín funciona como preludio de un álbum que navega con soltura entre tradición y contemporaneidad.

El recorrido continúa con Las guapas, un merengue electrónico que se erige como una franca invitación al baile. Destaca aquí la cuidada escritura instrumental: las cuerdas dialogan con saxofones y trompetas, mientras la guitarra flamenca, inequívocamente andaluza, aporta un pulso armónico e improvisatorio que funde tradición y modernidad. El Caribe y el sur de España se reconocen, una vez más, como territorios musicales afines.

Artista plenamente consolidado, Sanz reafirma en este disco su vocación colaborativa. Siete colaboraciones articulan la producción y amplían su espectro expresivo. En No me tires flores, a dúo con Reis B, se aprecia una interpretación vocal particularmente cálida, con armonizaciones poco frecuentes en el pop actual (como el uso de intervalos de cuarta), que enriquecen el discurso melódico. El ritmo del reguetón aparece aquí deliberadamente velado, redistribuido en timbres instrumentales que lo integran a una sonoridad de marcado acento español.

En Bésame, junto a Shakira, Sanz explora una síntesis de flamenco, lenguajes urbanos y rumba, evidenciando su intención de dialogar con ritmos caribeños no como guiños superficiales, sino como elementos orgánicos de la composición. Este reencuentro artístico, casi dos décadas después de su primera colaboración, subraya la continuidad de una afinidad estética compartida. Por su parte, el encuentro con Fonseca lo conduce al territorio del Latin Pop, incorporando giros y colores que remiten con sutileza a la música cubana. El bolero, revisitado desde una sensibilidad pop, encuentra un espacio privilegiado en Me veía, confirmando la amplitud estilística del álbum.

Algo de historia

Una escucha retrospectiva de las primeras producciones de Alejandro Sanz revela una sonoridad predominantemente europea: baladas refinadas, herederas de la tradición de la canción española, con apenas un leve perfume flamenco. En esta etapa inicial, el cantautor aparece claramente anclado al pop melódico de su tiempo. No obstante, ya en su cuarto álbum, Más (1997), emerge una inflexión decisiva que lo aproxima al universo hispanoamericano, una transición que no es fortuita ni superficial.

En ese proceso resulta fundamental la presencia de músicos provenientes de la isla de Cuba. Destaca el trompetista, arreglista y productor Lulo Pérez, responsable de los arreglos de vientos en Corazón Partío y posteriormente coproductor en proyectos clave como No es lo mismo (2003), donde confluyen el pop, el flamenco, el jazz y la música cubana con notable coherencia. A ello se suman trabajos posteriores como Tú no tienes alma (2004/2005) y El tren de los momentos (2006).

Junto a Pérez, se integran otros músicos de sólida trayectoria vinculados a Cuba, Manuel Machado, Fernando Teodoro Hurtado Muñoz, Luis Dulzaides, Glenda del Monte, Luis Conte, Carlitos del Puerto, Juan Munguía y Ariel Brínguez, entre otros, cuyas aportaciones han ampliado de manera significativa el horizonte sonoro del cantautor español.

Este diálogo transatlántico se refuerza también en su acercamiento al repertorio de Armando Manzanero, figura cardinal del bolero, y en colaboraciones emblemáticas como Te lo agradezco, pero no, junto a Shakira, donde lo hispanoamericano se manifiesta no solo en el ritmo, sino también en la sensibilidad melódica y emocional.

Desde una perspectiva musicológica, esta última producción consolida en Alejandro Sanz una escritura que trasciende lo meramente estilístico para inscribirse en una lógica de mestizaje estructural: patrones rítmicos caribeños integrados en formas del pop ibérico, un tratamiento armónico que dialoga con el bolero y la canción urbana, y una orquestación donde conviven timbres europeos y caribeños sin jerarquías aparentes. Lejos de la cita folclórica o del exotismo, Sanz articula un discurso sonoro coherente, fruto de décadas de intercambio cultural.

Sanz, en definitiva, es un artista que porta también pasaporte caribeño.

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