Históricamente, Colombia ha mantenido una política exterior enfocada en los interéses de la nación y de sus ciudadanos. La Cancillería ha tenido un manejo diplomático que se ha caracterizado por su madurez, buen juicio y diálogo franco. Por supuesto, se han vivido momentos de tensión, dificultades con vecinos y vergüenzas internacionales, pero han sido más los aciertos que los momentos que han obligado al país a apartarse de las grandes discusiones mundiales.
Durante el gobierno de Gustavo Petro todo ha cambiado. El Ministerio de Relaciones Exteriores se ha trazado objetivos poco claros para los interéses de Colombia. Los nombramientos para ocupar cargos de representación diplomática y consular han sido bastante cuestionados por su inexperiencia diplomática y desconocimiento de la realidad social de los colombianos residentes en el exterior. Desde el canciller Álvaro Leyva, que ha tenido propuestas muy cuestionables, pasando por intervenciones repudiables de la vicepresidenta Francia Márquez, hasta las desatinadas declaraciones del presidente Petro, la diplomacia colombiana ha sido vergonzosa.
Es reprochable la permanente solicitud del canciller Leyva ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para la creación de una comisión internacional de investigación o un grupo de expertos independientes, con el fin de “investigar a los enemigos de la paz”, bajo la argumentación de un supuesto entrampamiento en contra de “Jesús Santrich”, reconocido narcoterrorista de las FARC y líder negociador de los cuestionados diálogos de paz llevados a cabo en La Habana, por el entonces gobierno de Juan Manuel Santos.
Leyva no solo se equivoca en llevar el tema a la ONU, sino que su interés en lavarle la cara a alias “Santrich” es una afrenta a todos los colombianos; especialmente a las víctimas de este sujeto, quien por décadas asesinó, reclutó menores, secuestró, torturó y realizó todo tipo de acciones violentas en contra de la población colombiana. Peor aún, quien después de haber recibido impunidad total por sus crímenes, haberse posesionado como congresista y no haber pedido perdón, continuó delinquiendo en el negocio del narcotráfico, como lo demuestran los documentos entregados por una corte de los Estados Unidos cuando hicieron la solicitud de extradición.
Lamentablemente, Petro ha servido como tanque de oxígeno para el régimen venezolano. Ha mantenido constantes reuniones con el dictador Nicolás Maduro. Incluso muchos nos preguntamos si el presidente colombiano defiende los intereses de su país o actúa como canciller de Maduro.
En ese contexto, Petro ha tenido comentarios preocupantes, como la desatinada petición en suelo norteamericano para que la comunidad internacional elimine las sanciones al régimen venezolano, a fin de que haya elecciones libres, desconociendo la persecución política y judicial que vive la oposición, la violación de derechos humanos, la emigración desenfrenada de más de siete millones de ciudadanos y la precariedad económica y social que existe en Venezuela.
Con escozor, muchos vimos la información que presentaron los medios de comunicación en Colombia sobre la creación de un fondo internacional, manejado por Colombia, para otorgarle recursos económicos a los miembros del grupo terrorista ELN, con el objetivo de que estos dejaran de secuestrar y extorsionar a la población colombiana. No sólo es un exabrupto en contra de millones de ciudadanos apegados a la ley que realmente necesitan estímulos económicos para salir de la pobreza, sino que es una dinámica inaceptable por parte de países democráticos que terminarán financiando a un grupo terrorista que continúa activo en sus acciones terroristas asociadas al narcotráfico.
Pero la vergüenza más reciente que nos deja Petro fue en su última gira por Alemania, tras un discurso en la conferencia de la Fundación Friedrich-Ebert-Stiftung, donde lamentó la caída del Muro de Berlín y manifestó que ese suceso mundíal “trajo una oleada neoconservadora, una destrucción del movimiento obrero, un debilitamiento formidable y una pérdida enorme de valores de izquierda”.
Esto es algo ridículo y una nueva demostración que aclara aún más dónde está parado ideológicamente Petro, añorando el modelo comunista que oprimió por décadas a millones de alemanes, impidió la libre empresa y de opinión de sus ciudadanos y los llevó a vivir en hambre y sin oportunidades. Ignorando así lo alcanzado por Alemania del Este, que se liberó del yugo soviético, conquistando la libertad y la democracia, reunificando miles de familias, permitiendo el libre tránsito y desarrollo económico, hasta alcanzar una sociedad próspera.
Gustavo Petro seguirá haciendo sus giras internacionales en sus más de tres largos años que le quedan como presidente de los colombianos. Seguramente mantendrá sus discursos cargados de populismo, pero su prioridad, en materia diplomática, estará en continuar abogando por el régimen venezolano, su constante ataque a la oposición colombiana, la libre prensa y el sistema de contrapesos democrático que le ha frenado, por ahora, sus cuestionadas y poco populares reformas que tiene en trámite en el Congreso. Pero lo que creemos es que seguirá haciendo el ridículo y manteniendo esa diplomacia vergonzosa.