Leo que un asteroide podría chocar contra la Tierra el día antes de las elecciones en Estados Unidos y no estoy seguro de si se refieren a Kamala Harris. La roca mide como Pau Gasol con una gallina en la cabeza y tiene una probabilidad de 1 entre 240 de atravesar la atmósfera; lo cual significa, creo, que debe intentarlo 240 veces antes de lograr golpear al planeta y, conociendo sus antecedentes, dudo que se moleste en hacerlo, toda vez que sabemos que los asteroides son tímidos y perezosos y rara vez se presentan a las citas que les concierta la NASA. Según mis cálculos, lo más probable es que esa semana el único peligro real para la vida en la tierra es que los demócratas regresen a la Casa Blanca y se encarguen de gestionar el monumental lío en el que estamos metidos en todo el mundo, gracias a la gentileza de los comunistas chinos y su afición a la mentira y a mordisquear pangolines en carrera.
Biden tiene el apecto ideal para anunciar audífonos o esas almohadas terapéuticas que te prometen que dormirás ocho horas como un bebé pero, incluso tomándoselo en serio como candidato, sospecho no puedes poner al frente del país más importante del mundo a alguien que cada vez que todos se tronchan de risa mira alrededor a ver si alguno de sus colaboradores le explica el chiste. E incluso si el plan demócrata era un candidato moderado, ideológicamente vegano, y con el perfil ideal para besar gatitos en campaña, ha fallado estrepitosamente con la loquísima elección de Kamala Harris, cuya moderación es similar a la que representa un tigre de bengala cuando se encuentra a un pavo real a la hora del desayuno.
Resulta incomprensible la insistencia de la izquierda en presentar el socialismo como alternativa económica viable cuando no solo no ha funcionado nunca, sino que es garantía de ruina total, más aún en el contexto de la presente crisis. No hay más que mirarnos a los españoles para descubrir qué se siente a la altura del producto interior bruto cuando de la noche a la mañana asaltan el poder un grupo de parapolíticos socialcomunistas. Que estamos tan mal y pinta tan negro nuestro futuro que ya no pedimos que mejore la economía, sino que pase la pandemia para poder abrir los maldito bares y ahogar así nuestros tristes destinos el vapores etílicos como hicieron nuestros heroicos antepasados en cualquiera de las seis millones de crisis definitivas en las que expidieron el certificado de defunción a esta bella nación.
Volviendo a Biden, su última hazaña ha sido bailotear un deshinibido Despacito, poniendo en gravísimo riesgo su cadera –en cada movimiento he visto a todo un país conteniendo la respiración y tapándose los ojos–, y contribuyendo a ensanchar la fama del crimen perpetrado en su día por Luis Fonsi, creo que con Daddy Yankee como cómplice, y por el momento incomprensiblemente impune. No sé si es necesario recordarle a Biden que el último candidato presidencial que entró en la Casa Blanca bailando resultó una calamidad para el país y lanzó al estrellato a Donald Trump, que mantiene a la izquierda al borde del infarto a golpe de tuit, mientras se parte de risa viendo en bucle una y mil veces el video en el que Nancy Pelosi, sin mascarilla y a lo loco, salta el escalón de una puerta en el salón de belleza con la misma agilidad con la que el Discóbolo de Mirón cambiaría de mano el disco tras veinticinco siglos inmóvil.
Mientras las encuestas sigan sosteniendo la amenaza real de la llegada del socialismo a la Casa Blanca, más nos valdría que un asteroide nos ahorrara el dolor de ver a Occidente desangrarse por sus costuras, con una crisis sanitaria de dimensiones colosales, que arrastra a su vez una hecatombe económica y laboral, por más que el gran músculo de Trump siga siendo la resistencia heroica de las cifras de empleo. También en mi país Aznar y Rajoy dejaron a Zapatero y Sánchez respectivamente una situación económica aseada y una cifras de desempleo discretas y los socialistas lograron en tiempo récord destrozarlo todo. Habrá quien trate de excusar a Sánchez diciendo que le tocó una pandemia, pero no me convence el argumento, porque a Zapatero también: la pandemia era él.
Sin embargo, la ansiedad y el revanchismo de la izquierda contra Trump puede llegar a ser infinito y eso hace que todo sea al final imprevisible, más allá del augurio de que un asteroide nos rompa los dientes un día antes de las elecciones. La prueba de la inestabilidad de la meteorología política –escribo el símil mientras varios rayos revientan el ventanal de mi escritorio y me muero de pánico– es que en treinta días Biden ha pasado de estar gimiendo de rodillas junto a los que destrozaban las calles y saqueban comercios a bailar Despacito como en una Nochevieja etílica y decadente, eso sí, con un sentido del ritmo que, de contemplarlo, llevaría a Luis Fonsi a arrancarse los ojos, y tal vez las orejas. Bonita metáfora, en fin, de lo que sin duda será la nueva política fiscal americana si alguien da al cómico tándem Biden-Harris la oportunidad de perpetrarla.