sábado 26  de  octubre 2024
OPINIÓN

El odio encauzado contra el odiador

El odio de los gobernados se identifica como una de las causas de la pérdida del poder de los gobernantes, Nicolás Maquiavelo
Diario las Américas | IBÉYISE PACHECO
Por IBÉYISE PACHECO

Es un tema espinoso que conspira contra la convocatoria de amor porque es un sentimiento oscuro, doloroso, irreductible, que muestra el alma endurecida, capaz de destruir pueblos… y también de construirlos. El odio está presente en estos tiempos de guerra que se viven en Ucrania y está instalado en Venezuela a pesar de la inversión de Nicolás Maduro para tratar de simular paz.

“Cada ucraniano muerto profundiza el odio de los ucranianos. El odio es la emoción más fea, pero para las naciones oprimidas, el odio es un tesoro escondido enterrado en la profundidad del corazón que puede mantener la resistencia durante generaciones”, acaba de escribir Yuval Noah Harari.

Arbitrariamente, enlazo a Harari con Nicolás Maquiavelo en El Príncipe: “el odio de los gobernados se identifica como una de las causas principales de la pérdida de poder de los gobernantes”.

Y sigo con Harold Lasswell, responsable de colocar en el debate la teoría de “la aguja hipodérmica”: “En tiempo de guerra es imprescindible que los gobiernos movilicen las mentes de los ciudadanos. Deben seleccionar el tipo de sugestión más indicada en cada momento para conseguir sus objetivos y provocar reacción en las masas. En tiempo de guerra el objetivo será la movilización del odio hacia el enemigo y la procura de su desmoralización”.

Mientras trato de encontrar un adjetivo que pueda expresar el horror de esta invasión de Rusia a Ucrania me aparece la imagen de unos efectivos rusos que eran expulsados de Konotop derrotados en el intento de doblegar a los pobladores. Los rusos, con sus manos levantadas protegiendo unas granadas que estuvieron dispuestos a hacer explotar, recibían improperios cargados del odio de los ciudadanos.

Vladimir Putin no ha podido engañar al pueblo respecto a su sanguinaria guerra a pesar de su gigantesca operación para controlar la información. Su intento de satanizar a los ucranianos ha sincerado su rostro de demonio. Perdió la batuta con la que dirigía el odio.

Por el contrario, Volodymyr Zelensky, presidente de Ucrania, ha pasado a ser la limpia imagen del coraje y el amor, y aunque suene paradójico, es ahora el director del odio de las víctimas.

En Venezuela el chavismo creció sobre el relato de odio contra las élites. Hugo Chávez antagonizó con los poderosos para fortalecer su discurso que resultó en una operación de sustitución de corruptos. Sacó a los de la democracia y colocó a los suyos que controlaron el poder. El supuesto objetivo de bienestar y una vida justa resultó una estafa. La estrategia activó el deseo de venganza y dividió al país.

Después, el odio popular mutó porque a Maduro el pueblo lo detesta. Quedó por allí, contenido, sin unirse al odio que siente la oposición que ha sido maltratada por más de dos décadas y que en el agotamiento ha terminado volcando tan fuerte sentimiento contra sí, en lugar de activar alianzas y encauzar su rabia contra el odiador, ese que es capaz de entregar nuestro país al ser más detestado del planeta.

A Maduro parece divertirle que lo odien. Le gusta agitar sentimientos oscuros en su contra. Por eso su ritual de bailar cada vez que hay muertos luego de unas protestas. Dispara al corazón. Lo hizo el 22 de febrero del 2014, día del entierro de Geraldine Moreno asesinada por un Guardia Nacional que descargó incontables perdigones en su cara. Otros jóvenes ya habían caído para esa fecha.

Maduro lo volvió a hacer en el 2017 cuando otros 13 inocentes habían sido masacrados.

Y en el 2019, cuando el pueblo se lanzó a la calle apoyando a Juan Guaidó, con 5 manifestantes muertos, de ellos tres menores de edad y 239 heridos, repitió su danza macabra.

Estamos en tiempo de guerra en los que millones de venezolanos que han migrado para sobrevivir, son víctimas de acciones y expresiones xenófobas de odio expresadas a través de las redes sociales.

“El odio es un licor precioso, un veneno más caro que el de los Borgia porque está hecho con nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño y con dos tercios de nuestro amor” escribió Charles Baudelaire en Consejos a jóvenes literatos.

Chávez basó su política en el odio y fue construyendo el paredón del chavismo. Quiso hacer lo mismo que Fidel Castro, pero en democracia. En el 2005 le dijo al entonces viceministro del gobierno ruso Alexander Zhukov : “vamos a hacer de América Latina la Stalingrado de las ideas”. Así fue deformando a Venezuela, esforzándose en mantener dos bandos que se odian.

Y más o menos, así seguimos.

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