miércoles 24  de  diciembre 2025
OPINIÓN

El Portal de Belén y la cultura cristiana

Al contemplar el pesebre advertimos la riqueza que lo precede, riqueza que, bajo la actuación de María, José, Isabel y Juan el Bautista, cuyo centro es el Niño Jesús, anticipa aquello que nos hace más humanos

Por JUAN CARLOS AGUILERA P

Nuestra civilización cristiana occidental, en cuanto cristiana, tiene su origen en el Portal de Belén. Allí es donde podemos descubrir las fuentes nutricias que animan y configuran un modo de entender al hombre y a la sociedad, cuya raíz se encuentra en la familia de Nazaret.

Al contemplar el pesebre advertimos la riqueza que lo precede, riqueza que, bajo la actuación de María, José, Isabel y Juan el Bautista, cuyo centro es el Niño Jesús, anticipa aquello que nos hace más humanos. Pero también se manifiesta esa riqueza en la naturalidad y cotidianidad de la vida en el pesebre mismo.

María es el ejemplo arquetípico de la fe —creer en lo que no se ve—, de la humildad y de la obediencia, al aceptar libremente una realidad que la excede y que desafía toda lógica humana: iba a ser madre de un niño sin la intervención de varón. Esa apertura de María, libertad libérrima, podríamos decir, fue la condición de posibilidad para que Cristo ingresara en la historia, es decir, para que la libertad entrara en el tiempo en orden a la eternidad. Pues, en este sentido, en eso consiste ser hombre: ser eterno en el tiempo.

María tiene también ese gesto de cariño y cuidado maternal con Isabel, al ir a verla mientras estaba embarazada. Aquí se pone de manifiesto por vez primera aquello que luego será una de las notas distintivas del cristianismo y de los cristianos, expresada en esa frase tan bella como exigente: «Mirad cómo se aman».

José, por su parte, vive de manera radical la discreción, al saber del embarazo de María sin intervención de él, junto con la confianza y la fidelidad. Se ha dicho con razón que la fidelidad es el amor en el tiempo. La perseverancia de José se manifiesta también al emprender un viaje difícil para empadronar a la familia y no encontrar posada. Varón justo se le denomina, y no sin motivo.

Juan el Bautista fue quien primero “vio” a Jesús al moverse en el vientre, ese palacio de la vida que es el seno de Isabel. Ese ver de Juan el Bautista resulta posible por su inocencia y pureza de corazón.

El Portal de Belén representa, en cierto sentido, el hogar familiar, cuyo vínculo constitutivo es el amor. Vemos también allí la sencillez, la naturalidad y la limpieza de un lugar en el que se está bien: un eutopos, un buen lugar, no un outopos, una utopía sin lugar. En ese espacio nace el Verbo Encarnado, Verbo en cuanto sentido de la existencia de todo hombre y de todos los hombres, Logos que une, reúne y acoge a la humanidad entera.

El Portal de Belén representa también la austeridad de vida, ese desprenderse de lo superfluo, de lo innecesario, superando tanto la tacañería como la prodigalidad irresponsable del derroche. Aquí la cotidianidad adquiere los ribetes de lo extraordinario, y el calor de madre se expresa en las telas que envuelven al Niño, cubriéndolo del frío, es decir, en la ternura de María, junto a la presencia discreta y el cuidado silencioso de José. En ese lugar, la Presencia se hace presente e inaugura una nueva forma de comprender el tiempo.

En el Portal de Belén se vive el amor familiar por antonomasia, el servicio recíproco, porque eso significa familia: el lugar donde se aprende a servir, a darse por amor.

Resulta significativo que la generosidad del Niño Jesús, al darse en el Portal de Belén, fundada en la austeridad de vida de su familia, reciba la gratitud de los pastores y de los sabios de Oriente. Tanto unos como otros se pusieron en camino hacia Belén. Aunque algunos llegaron primero, lo verdaderamente significativo es que representan la existencia humana como drama, ya no como tragedia ni como comedia, sino como drama con sentido último. Ese viaje simboliza la vida humana.

Pastores y sabios de Oriente son la imagen viva del homo viator cristiano, ese hombre que viaja en el tiempo en orden a la eternidad, incorporando en su equipaje virtudes que lo perfeccionan. Es un viaje de esperanza, animado por la fe, para encontrar finalmente la alegría del Amor de los amores.

No obstante la belleza de este cuadro vital de la familia, ese esplendor de la verdad estará siempre amenazado y asediado por el mal, como lo estuvo la familia de Nazaret por el afán homicida de Herodes, afán que solo puede ser vencido por la fuerza del Amor.

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