En realidad, la respuesta parece ser no, pues a juzgar por el volumen de correos electrónicos con propagandas electorales que llegan todos los días, tanto de republicanos como de demócratas, la campaña para los comicios de medio mandato, que tendrán lugar el 8 de noviembre de 2022, ya empezó hace rato.
Por el lado del Partido Demócrata, actualmente en el poder, el presidente Joe Biden está tratando de empujar su Plan de Rescate Estadounidense para mejorar la economía y vencer al virus COVID-19, pero los desafíos que encara son muchos y vienen de diferentes frentes, inclusive desde su propia trinchera.
Los demócratas del centro siguen advirtiendo a Biden sobre el riesgo político de una gestión gubernamental demasiado progresista, tomando en cuenta que además no cuenta con una ventaja extraordinaria en el Senado.
Un artículo firmado por Ken Thomas y Catherine Lucey, en The Wall Street Journal, sostiene que “Biden también debe mantener unidos a los moderados y progresistas de su partido, dadas sus estrechas mayorías en el Congreso. Tiene solo 18 meses antes de las elecciones de mitad de mandato, que a menudo significan pérdidas para el partido del presidente en cuestión y podrían costarles a los demócratas el control de la Cámara baja y el Senado. Esto subraya el sentido de urgencia en aprobar sus propuestas”.
Y añaden que aunque los índices de aprobación de Biden se han mantenido por encima del 50%, según las encuestas públicas y que están por encima de los del presidente Donald Trump durante el mismo período de tiempo, están más bajos que algunos otros presidentes recientes, al final de sus primeros 100 días.
La afluencia de migrantes ilegales en la frontera sur es otro de los talones de Aquiles, lo que ahora la administración de Biden ha tratado de enfrentar directamente con el viaje de la vicepresidenta Kamala Harris a Guatemala y México para concretar una firma de acuerdos sobre seguridad en la línea fronteriza, lucha contra la corrupción y el estímulo al desarrollo económico, pero en líneas generales no hay muchas expectativas de que la crisis migratoria se resuelva a mediano plazo.
En cuanto al plan de infraestructura, uno de los elementos de discordia entre ambos partidos ha sido el tema de cómo pagar las facturas, pues la Casa Blanca quiere financiar su proyecto a través del aumento del gravamen corporativo, a lo que los republicanos se oponen.
Mientras tanto, el expresidente Donald Trump ha vuelto a la palestra política como el as de la manga republicana, acusando a los demócratas de que están destruyendo a Estados Unidos.
Desde Carolina del Norte, Trump se refirió a “lo malo" que sucedió en las elecciones de 2020, mientras afirmaba que el Partido Republicano tendría un "tremendo 2022" en las elecciones de mitad de mandato.
Trump también insinuó que podría presentarse nuevamente como candidato a las elecciones presidenciales en 2024.
Por lo pronto, aunque el 6 de enero de 2021 quedará marcado como uno de los días más traumáticos para la democracia estadounidense, no hubo consenso político para una investigación completa de los antecedentes que llevaron a cientos de manifestantes a lanzar un ataque contra el Capitolio.
Como ya suele ocurrir en Washington DC, los argumentos a favor de una comisión de investigación quedaron enterrados en el partidismo político y muchos republicanos no quieren que la atención se centre en los sucesos de ese día, especialmente con la mente puesta en las elecciones de mitad de mandato.
De 1933 a 1995, los republicanos controlaron tanto la Cámara baja como el Senado durante solo cuatro años y es que desde 1933 hasta principios de la década de 1970, la mayoría de los conservadores blancos del sur del país pertenecían al Partido Demócrata.
Durante la administración de Bill Clinton en 1994, la fe en el Partido Republicano cambió con la llamada revolución republicana, liderada por el congresista Newt Gingrich, quien implementó una estrategia que les permitió a los republicanos ganar ambas cámaras, gracias a que en lugar de hacer campañas independientes en cada distrito, los republicanos se unieron bajo un mensaje nacional llamado Contrato con Estados Unidos, lo que significó un plan de 10 puntos para reducir los impuestos federales, equilibrar el presupuesto y desmantelar los programas de bienestar social establecidos por los demócratas.
¿Podría repetirse la historia?