“La china huele muy mal” decía una y otra vez el colaborador del ministerio del interior a quien sus jefes presionaban para que siguiera con su misión de Romeo. El experto en psicología del departamento de Inteligencia me cuenta que había tenido que emplear más de cinco estrategias diferentes en los minutos que llevaban de reunión, más no encontraba manera de convencer al agente para que mantuviera el falso romance con la diplomática asiática.
¿Será homosexual?, se preguntaba el teniente coronel jefe del grupo quien recordaba el entusiasmo inicial del muchacho para acometer “la tarea” asignada en nombre de la revolución: “tienes que darle hasta por la nariz, pero con tus oídos muy abiertos”, le habían dicho entonces y el muchacho hasta reía complacido de ser el elegido para tan inusual misión.
Lo amenazaron y presionaron. Su negativa a yacer desnudo con la extranjera era considerada como una traición al país que lo vio nacer, por su tozudez tendría que rendir cuentas ante la dirección del país. Estos y otros argumentos extremos no consiguieron sacarlo de su posición: “llévenme a donde quieran o búsquense otro mulato que le de cabilla a la apestosa esa”.
“Psicólogo ¿qué hacemos?” le decían en voz baja. Muchos años después desde una oficina de Miami el profesional cubano me confesaba que fue la primera vez que se encogió de hombros, sin respuestas para sus superiores.
Víctima de la propaganda oficial del régimen que por tantos años me bombardeó con la historia de la castidad castrista le comento al psicólogo sobre lo extraordinario de la anécdota, él se ríe, resulta que los agentes de las entrepiernas son muy comunes en la Cuba comunista, “siempre teníamos un enorme batallón de Romeos y Julietas cazando a personas de interés, desde diplomáticos como la china hasta opositores, e incluso miembros de la nomenclatura castrista, y nosotros éramos solo un grupo de tantos”.
Los agentes iban de todas las edades y de todas las inclinaciones sexuales. En su mayoría llegaban a la deleznable profesión como voluntarios, pero algunos eran forzados luego de ser sorprendidos en posiciones incomodas o cometiendo delitos.
El experto me explica que muchos de los agentes eran obligados a mantener largas y aburridas relaciones en espera del momento oportuno para el chantaje, “una estudiante universitaria que había sido detenida con dólares en su cartera, lloraba en las entrevistas pidiendo que la liberaran del sometimiento a los escabrosos escarceos de un viejo dirigente del partido comunista que no dudaba en entregarla a amigos y familiares para contemplar la batalla desde el mejor butacón de su despacho”.
Los había orgullosos que llegaban orondos, presumiendo logros ante la jefatura, narrando en detalles sus encuentros sexuales; como si no entendieran que a los militares lo que le interesaban era los comentarios e indiscreciones que pudieran arrancarle a sus engañadas parejas.
El psicólogo me cuenta el encuentro fortuito que tuvo en un mall de Miami con uno de sus “atendidos” de antaño: “¿terror y vergüenza? ¡noo!, de lo más contento y hasta recordó algunas de las cosas absurdas que le tocó vivir con un famoso médico cubano que pretendía esconder su homosexualidad, aunque daba rienda suelta a sus pasiones encerrado en la consulta a donde el muchacho llegaba como un paciente más”.
Un caso asombroso fue el de la “jinetera” que le gusto tanto ser prostituta oficial con un estadounidense ocasional en La Habana de los 80 que luego llegaba a la jefatura para informar de sus nuevas conquistas, por si les interesaba espiar al italiano con dinero que había enganchado; o a los canadienses que desde Varadero viajaron hasta la capital para acostarse los tres a la vez. “La puta militante, así le decíamos, pero no tenía ningún interés operativo, aun así, escuchábamos sus anécdotas para reírnos y burlarnos”. el psicólogo se torna circunspecto al recordar que no hicieron nada para protegerla cuando la detuvieron y la condenaron por ejercer la prostitución. “éramos traidores por esencia, por principios, los agentes no podían esperar que fuéramos solidarios, aquello era un trabajo”.
Consigue descolocarme cuando me recomienda, “revisa las novias que tuviste y quizás descubras algún detalle, puede que te lleves una sorpresa, no te creas inmune porque nadie estaba exento de que le mandáramos un paquete” y se ríe, orgulloso de lo que fue y de lo que ahora, supuestamente, dice estar arrepentido.