Me ocurre con frecuencia: llego a cualquier centro laboral, oteo en derredor y adivino cuán bueno o no es su ambiente de trabajo.
Sé que coexisten problemas en un lugar, tan sólo viendo unas pocas manifestaciones de sus trabajadores. Por ejemplo, cuando un grupo de empleados se aglomeran en torno al reloj para marcar el fin de la jornada, y salen de inmediato en tropel bufando de alivio.
Juzgo por quejas de muchos o por lo vivido personalmente en varios sitios, mientras me he ganado el pan.
Tal vez como usted, yo también he tenido que soportar regímenes de labor bajo el esquema de ordeno y mando, conteniendo mis fueros por la obediencia debida o mera “profesionalidad”.
He sido blanco de incesantes mandatos sin tomar en cuenta las prioridades. Me han reducido horas de faena y salario cuando “el negocio está lento”. Y también he sentido el pavor de verme desempleado por disputar una medida.
Actualmente laboro en un ambiente matizado por una notable animadversión contra “dirigentes”, principalmente porque han sido impuestos “a dedo” por instancias superiores, aun cuando carecen de dotes y técnicas de dirección.
La calaña se burla de ellos. Los llama “bobitos”, porque mandan a capricho y se hacen rodear de otros “minusválidos mentales” para sentirse aprobados. La gente más comedida les acatan a medias.
Es increíble, con tanta literatura disponible sobre manejos de negocios, haya todavía lugares donde no se aprecie y ataje el descontento de los asalariados.
El mundo occidental, tal vez hasta por arrogancia, no acaba de fijarse en las relaciones con los trabajadores que se aplican desde hace mucho Japón, Taiwán o Corea del Sur.
En esas potencias industriales hay empresas que premian a los empleados de mayores saberes y desempeños, tomándolos a su vez como consultantes en materia productiva o mediadores en la solución de aspectos organizativos, por lo cual reciben una compensación monetaria extra.
Incluso, a la hora de seleccionar a jefes, tales corporaciones primero se deciden por candidatos provenientes de sus propias instancias, y luego los ponen a prueba.
El ensayo con los aspirantes consiste en evaluar sus aptitudes en circunstancias completamente diferentes a los contextos de sus oficinas o talleres.
Así pues, los pretendientes son sometidos a escalar montañas o remar por entre ríos rápidos.
En el transcurso de semejantes desafíos, los altos directivos de tales firmas observan y toman nota sobre los sujetos que buscan la mejor alternativa, alientan a los demás, tienden sus manos al que se rezaga o ponen hombro y espalda para auxiliar al fatigado.
Finalmente, son erigidos como nuevos líderes quienes, en tales aventuras, demostraron poseer atributos innatos positivos como el poder de decisión, la tenacidad, el valor, la solidaridad y hasta la simpatía.
Se dice que la sopa del vecino siempre sabe mejor. De ser verdad, y ya que habitamos en una aldea global, conozcamos entonces cómo hacen el consomé en las casas contiguas, y repitamos aquí la receta.
Sobre esta problemática, quien tenga ojos para ver, que vea. Donde se fuere ya es bastante el refunfuño.