Jean Cocteau dejó para la historia la mejor definición del escritor francés Víctor Hugo, dijo que este en realidad era “un loco que se creía Víctor Hugo”, es decir que el genio francés era a la vez su fan number one, que sabía lo que encarnaba para el romanticismo y además se subía a la ola de homenajes y reconocimientos que le dedicaban.
Si Cocteau viviera en la época actual y, (salvando las diferencias), le tocara definir al periodista y escritor Jaime Bayly, habría dicho algo como que el peruano es “un loco que no se cree Jaime Bayly”.
Con Bayly siempre queda la impresión de que compite por alejarse de sí mismo, como si tuviera la misión de ser el cronista de sus frustrados empeños. Así lo veo y no como el irreverente que se regodea en temas escabrosos, como me dijera alguna vez un escritor de vanguardia que ya no está entre nosotros.
Al canal de televisión donde compartimos programas siempre llega solo, a la caída del día, evitando los encuentros de tercer tipo. Va directo a su camerino sin nada que le detenga, a excepción de unos gatos que alimenta en el estacionamiento y de cuya amistad presume.
Pero el retraído desaparece cuando Isis, la jefa de piso, canta la reversa frente a las cámaras.
Así sucede, jornada tras jornada, en el estudio que alguna vez gozó de público y ahora solo cuenta con una salamandra que con un peculiar chillido lo llama, impertinentemente, en cualquiera de sus segmentos.
Desde ese mismo estudio nos dejó boquiabiertos la larga noche del 8 de noviembre del 2016, cuando más temprano que cualquier otro, valiéndose de una pizarrita, razonó en vivo las variables y nos demostró que Hillary Clinton perdería irrevocablemente las elecciones frente a Donald Trump.
En el 2022 me tocó cubrir la tradicional reunión ultraderechista más grande del mundo, la CPAC que se celebró en México. Algunos participantes se perdían ante nuestro micrófono: “¿de dónde me dices que vienes?” …
La cosa cambiaba cuando recordaban: “¡ahh, son el canal de Bayly!”. Y no hablo de admiradores precisamente sino de quienes reconocían su impronta. Así de trascendental es este peruano que no se lo cree.
Se ha reinventado con su propia directa en internet, nos pone nerviosos con sus dudadas sobre el futuro del programa de televisión, pero al final no podrá abandonar su silla, aun alejándose, no lo conseguirá, por donde pisa Bayly deja su marca, lo haga feliz o no, es su marca.
Una estudiante universitaria que pasó una temporada como interna en el canal provocó carcajadas al preguntar “¿Cuál es Bayly, el que se viste con las ropas de Polifemo?”.
Un exejecutivo y gran amigo al momento de retirarse, además de consejos prácticos como: “nunca te vayas antes que acabe el show”, tuvo a bien insistirme, “bajo ningún concepto, se te ocurra sugerirle algo a Bayly”.
Así que siguiendo este dictum grito al escritor de la columna de arriba, que esto no es un consejo, más bien un “Haz lo que te dé la gana”. Al final somos nosotros los que tenemos que creer, nosotros, los que disfrutamos sus videos en las redes y nos molestamos con aquellos escritos suyos que no nos gustan.
Que siga entonces desandando a su estilo que siempre habrá quien revise sus huellas, a veces para aplaudirlo, otras para criticarlo, pero siempre para beber del supuesto pesimismo.
Claro que Bayly pudiera responder a esta diatriba como en su momento Jorge Luis Borges le contestó a un admirador que en plena calle de Buenos Aires le gritara que ya era inmortal. “¡No sea pesimista!” le dijo desde su ceguera mientras se aferraba al brazo de su lazarillo ocasional.